22 de octubre de 2020, 5:00 AM
22 de octubre de 2020, 5:00 AM


Una generación joven, decepcionada -y hasta deprimida estos días-, desconcertada mira para todos lados intentando comprender qué pasó, cómo es que su victoria en las calles en octubre y noviembre de 2019, contundente, incuestionable, justa y limpia, se ha diluido en apenas un año que ni siquiera han disfrutado por la pandemia y de pronto aquello contra lo que lucharon vuelve ahora al poder, y lo hace por la vía legítima del voto.

Son esos jóvenes que pellizcan una y otra vez la pantalla de sus dispositivos móviles con la esperanza incansable de encontrar en Facebook un post que les dé la razón, un meme que diga lo mismo que ellos están pensando en ese momento, un link a una publicación que denuncie algún fraude el 18 de octubre, un mensaje que hable de algún supuesto malicioso algoritmo que hubiera transformado en pesadilla su sueño del domingo reciente.

Una generación que se organiza en grupos de WhatsApp y comparte toda publicación que parezca darles la razón, que se autoafirma en sus propias convicciones, en su ‘no puede ser’, que se autoconvoca y por las tardes carga su bandera hacia el Cristo a mezclarse con una multitud que tiene el mismo dolor atravesado con la idea quizá de que ‘si una vez lo logramos, también hoy lo podemos conseguir’.

Pero entre aquel octubre de 2019 y este octubre también caliente de 2020 hay un abismo insondable que separa ambas citas ante los recintos y las urnas: en un caso hubo un fraude evidente, incuestionable, probado hasta por la OEA; y en el otro hubo una victoria evidente, incuestionable, probada hasta por los observadores internacionales; los mismos adjetivos para dos realidades tan contrapuestas.

¿Qué hacer entonces ante el desconcierto? ¿Cuál puerta hay que golpear? ¿Contra quién hay que crear un nuevo cántico con estribillo pegajoso? ¿Adónde ir todas las noches a sumar fuerzas? ¿Y contra quién pelear esta vez para recuperar el derecho a decidir libremente y la esperanza?

Una y otra vez se hacen esas preguntas tan comprensibles, quizá hasta se abrazan, porque la ilusión del cambio se les ha ido como se escurre el agua entre las manos, se han quedado sin nada y se vuelven a preguntar ‘¿para qué luchamos entonces los 21 días del año pasado?’.

Esa generación no quiere consuelo y se resiste a abrir los ojos, prefiere mantenerlos cerrados, apretando la esperanza de que fue solo una pesadilla; probablemente tampoco acepta respuestas a un ‘por qué’; quizá lo que quiere es que venga alguien y le diga ‘vení, sigamos luchando’, y en su desesperación posiblemente se deje arrastrar por voces que se aprovechen del momento y manipulen su dolor y su energía contenida.

Y aunque el momento es duro, y en apariencia no da para escuchar ninguna razón, es preciso abandonar el nerviosismo, calmar los ánimos y comprender que la democracia es así: cuentan los votos de todo el país, incluso de aquellos lugares que no conocemos, pero donde existen otros ciudadanos bolivianos, que piensan diferente, pero tienen los mismos derechos.

Que en política, como en los deportes, se gana y se pierde, y que para ganar se debe trabajar con tiempo, inteligencia. Y cuando se pierde ‘en ley’, como se dice popularmente, es de caballeros aceptar la derrota, levantarse, aprender y mirar para adelante.

Esa generación hace muy bien en involucrarse en su destino, el de sus familias y del país, y tendrá que hacer un recorrido de sanos aprendizajes; uno de ellos es discernir la información y no creer en todo lo que llega por WhatsApp y redes.

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