1 de noviembre de 2021, 3:30 AM
1 de noviembre de 2021, 3:30 AM


¿Sabía Ud. que cuando se deleita con un picante de gallina o ese rico pollo -a la brasa o a la “broasted”- está comiendo carne blanca, baja en grasa y calorías pero rica en proteína y nutrientes necesarios para nuestro cuerpo y que ello resulta de que el pollo coma bastante maíz? Así que, si le gusta consumir pollo a bajo precio, agradezca a los avicultores, pero también a los productores del maíz que los alimenta. ¿Qué pasaría si nuestro sector avícola/maicero dejara de producir? Gastaríamos nuestros dólares para importar alimentos y dependeríamos de los productores del exterior.

El pollo forma parte de la canasta básica, por eso a las autoridades les preocupa que su precio suba -pensando en el consumidor- sin que exista igual consideración con el productor de maíz, sorgo y soya, que alimentan a los pollos, siendo el principal, el maíz.

Entonces, viene la pregunta: Si el precio del pollo depende del maíz ¿cómo es que no se fomenta su mayor y mejor producción? No tiene sentido esperar que los agricultores produzcan harto y barato, si no se les da las condiciones adecuadas para ello ¿verdad?

Conversando con mi amigo Marco Antonio Rojas, productor de maíz y soya, lamentaba que no se dé la importancia debida a un sector que es fundamental para el desarrollo: “Con la falta de la biotecnología estamos como en una carrera con los zapatos amarrados; somos el país en América del Sur que no permite hacer el uso de materiales transgénicos, solo un evento de soya está autorizado; muchos agricultores seguimos realizando prácticas agrícolas antiguas, utilizando solo materiales de semilla permitidos (maíces híbridos) con rezago tecnológico”, mientras que “mucha semilla entra a Bolivia de forma ilegal, pero el uso que se les da no es de los más adecuados ya que en muchos casos no son semillas transgénicas certificadas, sino grano de segunda o tercera generación, dando lugar a la degeneración genética, haciendo al cultivo susceptible y resistente a enfermedades, malezas y plagas”, lo que incide en una baja productividad y alto costo.

Esta preocupación llevó a la Asociación de Productores de Oleaginosas y Trigo (ANAPO) a pedir una solución al contrabando de maíz desde Argentina, dado que deprime el precio del maíz local, hace una competencia desleal a los productores y desincentiva cada vez más su cultivo en invierno, en rotación con la soya de verano.

Tan clamoroso pedido fue respaldado por la Asociación de Productores de Semillas (ASOSEMILLAS) que además habló del ilegal ingreso de soya y trigo, sentenciando que “si hay contrabando, es porque hay demanda”, denunciando -con base en datos oficiales- que el uso legal de semillas de maíz certificadas no supera el 25 % del área sembrada, por lo que el 75 % de la siembra de maíz en Bolivia se hace con semillas transgénicas ilegales llamadas “Betitos”, producidas acá o de contrabando; igual pasa con la soya transgénica, entra de contrabando y compite deslealmente con el productor nacional, a quien no se le permite usar esta tecnología.

¿Cuál la consecuencia? Empresas semilleras nacionales e internacionales cierran sus programas de investigación de nuevos híbridos para Bolivia y bajan la importación de semillas híbridas de maíz. ¿Cuánto afectará esto a la oferta?

“Alertamos desde hoy que si las actividades del contrabando de semillas continúan de esta forma, existe un riesgo inminente en el abastecimiento de granos que genera la seguridad alimentaria del país”, sentenció ASOSEMILLAS el pasado 20 de septiembre.

Consultado sobre la necesidad de la agrobiotecnología, Isidoro Barrientos, Presidente de la Cámara Agropecuaria de Pequeños Productores del Oriente (CAPPO) dijo que las autoridades “han entendido que es una necesidad del agro para afrontar efectos adversos del cambio climático (sequía y heladas) y plagas en los cultivos que juegan en contra de la economía productiva” (“Semilleristas advierten que contrabando pone en riesgo el abastecimiento de granos”, EL DEBER, 29.09.2021). ¡Dios quiera que sea así!

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