La contienda desde varias trincheras, la economía en crisis y el apoyo internacional a las libertades, abrieron el camino

10 de octubre de 2022, 11:07 AM
10 de octubre de 2022, 11:07 AM

Fue un verdadero parto, con dolor y sangre. Así se conquistó la democracia en Bolivia. La dictadura militar se aferraba al poder, después de haber gozado de él durante siete años ininterrumpidos a la cabeza de Hugo Banzer Suárez. Miles de perseguidos, detenidos, torturados, asesinados y otros tantos exiliados; familias deshechas, mucha desconfianza entre bolivianos. Ese era el legado que recibía el país, tanto del régimen del general cruceño, como de los sangrientos gobiernos de facto posteriores, especialmente el de Alberto Natusch Busch y el de Luis García Meza.

Entre 1971 y 1982 hubo una lucha sin tregua por la democracia. En 1971, Hugo Banzer dio un golpe de estado y su régimen dictatorial duró siete años. La persecución trascendía las fronteras de Bolivia a través del Plan Cóndor, las universidades estaban intervenidas y era subversivo pensar libremente, más aún intentar formar parte de un partido político, porque estaban proscritos. La resistencia era clandestina. La vanguardia estaba en las minas, en las universidades y en los sindicatos de obreros.

Más adelante se sumarían los campesinos, que habían estado seducidos por el Pacto Militar Campesino que sellaron en la década del 60 con el presidente René Barrientos, a fuerza de carisma y prebendalismo.

Lupe Cajías es una periodista que vivió en carne propia todo este proceso. Ella destaca el tejido social muy fuerte que resistió a las dictaduras: familias, amigos, correligionarios, empresarios y religiosos que acogían y escondían a los perseguidos políticos. La resistencia era clandestina y los periodistas estaban a la vanguardia de la lucha por la democracia. La solidaridad en familias, sindicatos, parroquias, empresas fue fundamental para atenuar la que fue una cadena de sucesos con asesinados, torturados, desaparecidos y detenidos en el país.

Los medios de comunicación vivían en censura y autocensura. Para informarse sobre la realidad de Bolivia había que conectarse a las radios clandestinas, especialmente las mineras, a los noticieros internacionales o a las publicaciones clandestinas que sacaban periódicamente los estudiantes y los partidos de izquierda.

Dialogar con Lupe Cajías, periodista en ejercicio en esos tiempos, y con Henry Oporto, que era dirigente universitario, perseguido político y activista de la resistencia, así como las memorias de Norah Soruco, me permiten reconstruir cómo vivía Bolivia esta dura cuesta arriba hacia la democracia. 

El régimen de Banzer

Era coronel cuando dio el golpe de estado, en agosto de 1971. Su movimiento comenzó en Santa Cruz. Hugo Banzer Suarez ya había intentado tomar el poder a principios de ese mismo año, por eso estaba exiliado en Argentina. Pero volvió de manera clandestina. Los aprestos se podían oler. Tanto en La Paz como en Santa Cruz había movilizaciones de resistencia a los afanes de las FFAA.

Los golpistas quisieron tomar la universidad Gabriel René Moreno y fueron repelidos, pero apresaron a estudiantes y los llevaron al paraninfo; se ordenó que ‘liquiden’ a los jóvenes y hubo una masacre. Algunos salieron heridos. Fue uno de los acontecimientos más cruentos en Santa Cruz. En La Paz también hubo graves enfrentamientos. Se habla de un centenar de muertos, cientos de heridos y miles de detenidos y exiliados. Así comenzaba la dictadura más larga de la historia nacional. Los derechos fueron conculcados, no había autonomía universitaria, ni libertad sindical, menos aún libertad de prensa. Todo estaba intervenido.

Plan Cóndor

Lo que Bolivia no sabía era que los gobiernos dictatoriales del Cono Sur estaban organizados en lo que se llamó el Plan Cóndor. Los perseguidos políticos de un país eran ‘cazados’ y asesinados en otro. Así paso, por ejemplo, con el ex presidente Juan José Torres, quien salió al exilio rumbo a Chile y luego a Argentina, allá encontró la muerte en un hecho no esclarecido.

También había coordinación para torturar. Los llamados ‘novios de la muerte’ (paramilitares) eran quienes dirigían la represión, con torturas salvajes a los presos políticos. Esto ocurrió desde 1974 hasta principios de los 80. Los países involucrados eran Chile, Uruguay, Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia.

 Los factores clave

Banzer gozó de una bonanza de precios internacionales de los minerales durante unos cuantos años. Sin embargo, la riqueza se agotó y la crisis económica generaba pobreza, demandas y el principio de inestabilidad para el régimen dictatorial. Mientras esto ocurría, la resistencia en el país y la campaña internacional de los exiliados y de quienes se atrevían a entrar y salir clandestinamente de las fronteras iba calando. A fines de los 70, el Gobierno de Jimmy Carter en EEUU daba un giro, este país ya no apoyaría a los regímenes de facto e iniciaba una campaña a favor de la democracia y los derechos humanos. Asimismo, se hacía evidente el respaldo de otras naciones, lo que debilitaba aún más a la dictadura.

El contexto era favorable después de muchos años. En diciembre de 1977, cuatro mujeres mineras, encabezadas por la memorable Domitila Chungara, comenzaron una huelga de hambre en el Arzobispado de La Paz. Ellas y sus hijos ayunaban con una sola causa: amnistía general e irrestricta para todos los exiliados y presos políticos; en otras palabras, libertad para Bolivia. “El enemigo principal, ¿cuál es? ¿La dictadura militar? ¿La burguesía boliviana? ¿El imperialismo? No, compañeros. Yo quiero decirles estito: nuestro enemigo principal es el miedo. Lo tenemos adentro”, así hablaba Domitila en su lucha contra la dictadura, desde su rol como dirigente de las amas de casa de los centros mineros. El ayuno comenzó con cuatro y se masificó en el país. “Cuatro mujeres han volteado a la dictadura”, diría después Eduardo Galeano. Hubo amnistía.

El tercer factor era la economía. Si el régimen de Banzer gozó de la bonanza de los precios internacionales de los minerales, esta se agotó y dejó una crisis económica que iba en aumento, generando descontento social.

 El voto

La huelga, mundialmente conocida, y la economía que apretaba obligaron a Banzer a buscar una salida y la única posible era la democrática. En julio de 1978 se convoca a las primeras elecciones nacionales plenamente libres, sin presos políticos y con posibilidad de que tercien todos los partidos. Hugo Banzer puso a su delfín, otro militar llamado Juan Pereda Asbún, como candidato. 

Pero los militares se resistían a dejar el poder y pretendieron imponer un grosero fraude. Hubo sobornos, se contaron más votos que los que se habían emitido, según el padrón electoral y hubo destrucción de ánforas. Se anularon los comicios e inmediatamente después, las botas que quisieron más votos, volvieron a las armas y dieron un golpe de estado. El delfín que no había llegado al poder por la vía democrática, lo hizo a la fuerza.

 La inestabilidad

El mandato dictatorial de Pereda Asbún duró alrededor de cuatro meses. En noviembre del mismo año ocurrió otro golpe, esta vez liderado por David Padilla Arancibia. No fue cruento pues respondía al clamor popular de retomar la senda de la democracia. Este militar llamó a elecciones en julio de 1979. En estos comicios reapareció Hugo Banzer como candidato, pero ganó la UDP (Unidad Democrática y Popular, partido conformado por el MNRI, el MIR y el Partido Comunista). Henry Oporto, que estuvo en la trinchera por la democracia al haber sido dirigente universitario, perseguido por los regímenes de facto, reflexiona que la alianza que permitió la formación de la UDP ayudó a canalizar las protestas de los sectores que habían estado luchando de manera aislada.

Las elecciones se realizaron el 1 de julio de 1979. La UDP y el MNR sacaron un 36% de votos cada uno; el ex dictador Banzer (ahora convertido en candidato democrático, muchos dicen que para evadir la amenaza de un juicio de responsabilidades) sacó el 14%. Lo cierto es que nadie obtuvo más del 50% y las normas decían que, en estos casos, debía ser el Congreso el que vote por el presidente. La elección se empantanó y los legisladores hallaron que la solución era elegir al presidente del Senado, Walter Guevara Arce, como presidente interino. Su mandato duró tres meses y fue interrumpido por un durísimo golpe de estado, el de Alberto Natusch Busch, que dio lugar al amargo episodio de la Masacre de Todos Santos. Esta acción militar tuvo la alianza de una fracción del MNR y halló resistencia en las calles.

Durante los 16 días del régimen de Natusch Busch las balas eran la constante en La Paz y en otras regiones, los aviones que sobrevolaban o los tanques que se paseaban y disparaban en el centro. Hubo muchos muertos. Mientras la guerra se libraba en las calles, hubo una negociación entre congresistas y militares para volver a la democracia. Es así que asume la que fuera presidenta de Diputados, Lidia Gueiler. Era la primera mujer que juraba como presidenta. Pero sería otro corto mandato. Las FFAA estaban gestando un nuevo asalto al poder constitucional.

Entre noviembre de 1979 y junio de 1980 no hubo paz en Bolivia. En marzo de 1980 asesinaron al sacerdote jesuita Luis Espinal Camps, editor del semanario Aquí, el más combativo de los medios impresos. Lo secuestraron, lo torturaron y dejaron tirado su cadáver en un basurero de la ciudad. Este crimen ya permitía vaticinar que el horror de las dictaduras haría ver su peor rostro.

Tres meses después, en junio de 1980, atentaron contra el avión que llevaba al vicepresidente electo, Jaime Paz Zamora y otros miembros de la UDP. Hernán Siles Zuazo, presidente electo, debía estar a bordo, pero no subió a la nave. Solo Paz Zamora pudo salvarse con graves quemaduras. A los pocos días, explotó una bomba en el Prado de La Paz durante una protesta.

El golpe más cruento

El 17 de julio de 1980, se silenciaron las radios. Estaba ocurriendo el golpe más cruento. Luis García Meza tomaba por asalto el poder e imponía un régimen de terror.

En la mañana de esa jornada se estaba realizando una reunión de emergencia en la Central Obrera Boliviana. Allí llegaron los paramilitares, que dispararon sin parar. En ese lugar fueron asesinados líderes fundamentales de la resistencia, uno de ellos fue Marcelo Quiroga Santa Cruz, cuyos restos no aparecen cuatro décadas después.

A Lidia Gueiler la encañonaron para que firme su renuncia. Solo como muestra está la frase del que fuera ministro del Interior, Luis Arce Gómez: “A partir de hoy, todos los elementos que contravengan el decreto ley, tienen que andar con el testamento bajo el brazo”. Antes había dicho que los dirigentes sindicales y políticos de izquierda iban a ser exiliados o residenciados. Era una sentencia de muerte, el dictador y su secuaz cumplieron.

El régimen de García Meza tuvo financiamiento del narcotráfico, que irrumpía en la vida política nacional. Asimismo, contó con el apoyo de paramilitares argentinos, conocidos como los “novios de la muerte”, expertos en torturas.

Ellos circulaban en ambulancias. Llegaban a cualquier hora, secuestraban a los militantes de izquierda, sindicalistas, dirigentes, periodistas o librepensadores. Se los llevaban con destino desconocido y muchos de ellos no volvieron a aparecer. En las calles imperaba el toque de queda. Y si a alguien se le ocurría caminar sin su cédula de identidad, también era apresado. Tras el secuestro, hubo crueles torturas. Un régimen que también provocó desconfianza entre ciudadanos, porque no faltaba quien delate al vecino o al colega como seguidor de la izquierda.

A pesar de ese rígido control y amedrentamiento, la resistencia seguía en pie. El Movimiento de Izquierda Revolucionaria tenía una dirección nacional. Los militantes imprimían boletines clandestinos y organizaban las estrategias para debilitar el gobierno de los militares. Uno de esos encuentros fue asaltado por paramilitares y todos fueron asesinados, salvo Gloria Ardaya, una dirigente que se metió debajo de una cama para salvarse de ese asesinato. Esa masacre marcó un antes y un después en el país.

En septiembre de ese mismo año, García Meza renuncia, presionado por las FFAA, y cede el poder a una junta militar que designa a Celso Torrelio como presidente, él gobernó un mes. Flexibilizó la represión, pero no supo contener la crisis económica, lo que debilitó a su gobierno.

Fueron los mismos militares los que encomendaron el gobierno a Guido Vildoso, quien asumió el mando con el compromiso de restablecer la democracia. Una opción era convocar a nuevas elecciones, pero las FFAA optaron por reconocer al candidato que había ganado los comicios: Hernán Siles Zuazo y a su vicepresidente, Jaime Paz Zamora. Otra condición de los uniformados es que asuma el mismo Parlamento que había sido interrumpido en el golpe de Luis García Meza. En ese Congreso, la UDP tenía un tercio de la fuerza legislativa y al frente tenía otro tercio del MNR y un 15% de representantes de ADN.

La gestión de Hernán Siles nació debilitada. Tenía la Presidencia, pero no el poder. Además, tras un periodo de prohibiciones para expresarse, para pensar y para protestar, los bolivianos salieron a las calles con una infinidad de demandas, agravadas por la crisis económica. Es ahí que se produjo la hiperinflación.

La democracia

Hernán Siles Zuazo y Jaime Paz Zamora volvieron a Bolivia arropados por una multitud que los recibió y acompañó su recorrido por todo el centro paceño. Al asumir la Presidencia, el primer mandatario de la democracia plena dijo: “Este pueblo es el que ha realizado la hazaña sin par de la transición pacífica de la dictadura a la democracia”. Y era una verdadera gesta heroica, en la que valieron los ideales, el valor de los bolivianos que resistieron desde la clandestinidad y que fueron capaces de derrotar a los regímenes de terror de las dictaduras militares.

La democracia estaba naciendo. Pero no todos pudieron cuidarla. Las protestas eran diarias, demandas de todo tipo, que se enfrentaban a un país con una severa crisis económica y a un gobierno con fuerza en el Ejecutivo, pero sin acompañamiento del Legislativo. La sombra de la dictadura persistió como un temor constante en el ciudadano durante los primeros años.

Hoy se cumplen cuatro décadas. En este periodo se construyó institucionalidad, que se ha ido perdiendo con interinatos en varias oficinas clave y con la justicia maltrecha, cuestionada por oficialistas y opositores, por nacionales y extranjeros. La democracia es joven y aún necesita ser cuidada por todos.