Dilema en la comunidad del cacao silvestre: “Cuando la carretera llegue, ¿seguiremos siendo los mismos?”
Carmen del Emero tiene el mejor chocolate silvestre de Bolivia. Su población vive aislada. Una carretera podría acabar con sus bosques
Texto y fotos: Javier Méndez Vedia
Cuarre. ¿Podría repetirla, don Santos? “Cuarre”. La fonética más cercana es ‘cuasrhe’. Es una palabra que suena poco entre los tacana. El castellano es ahora el idioma dominante y las antiguas palabras, que ahora ya no sirven para conversar, asoman por entre los siglos en la voz solitaria de Santos Marupa. Esa palabra significa ‘chocolate’.
A sus 75 años, don Santos Marupa ha visto cómo ha crecido la comunidad a la que llegó emprendiendo la huida, porque en el origen de Carmen del Emero está la vieja historia de Caín matando a Abel.
Antes de 1965, el paraíso se llamaba estancia azucarera San Pablo y ahí vivían Juan Alipaz (el futuro Caín) y el profesor Carlos Alipaz (que luego sería el Abel de la historia). Gilberto Marupa tiende un pudoroso manto de palabras sobre el origen de la mortal pelea entre los hermanos Alipaz. “Carlos era profesor y Juan no quería que los hijos sepan, que aprendan”, cuenta. Era un niño cuando huyó de San Pablo.
Walter Arari es nieto de los Alipaz y recuerda que los trabajadores de Juan estaban descontentos: no hacía curar a los enfermos, abusaba de las mujeres y escatimaba los pagos. Caín. En cambio, Carlos enseñaba a sus obreros a leer y escribir, se ocupaba de la salud de sus trabajadores y era justo con las cuentas. Abel. “Allá viven mejor y aquí nosotros vivimos mal”, protestaban los trabajadores.
Hoy, pocos mencionan o recuerdan o quieren recordar que una hija de Juan Alipaz quedó embarazada. Juan Alipaz acusó a uno de los hijos de su hermano, aunque el técnico Florencio Maldonado cuenta que dos trabajadores de Carlos eran también los sospechosos de haber seducido a la muchacha.
El remanente de furia que Carlos Alipaz tenía guardado como excombatiente de la Guerra del Chaco brotó y, en su ceguera, no distinguió a inocentes de culpables. Expulsó a balazos a los trabajadores de Juan, que furtivamente intentaban recuperar algunas ollas, muebles o ropa. Carlos Alipaz juntó en una habitación los enseres y alimentos que dejaron los empleados de su hermano. Arroz, plátano, yuca, ropa, camas, sillas: todo ardió.
Quizá una misa serviría para dispersar tanto encono, pero Carlos Alipaz prohibió a sus trabajadores asistir al servicio. El cura se marchó. Sobre las cenizas del odio fraterno cayó, como una maldición, una plaga de murciélagos que atacó al ganado y a quienes dormían sin mosquitero. Eso terminó animando a salir a los pocos que tenían la esperanza de que la situación se apaciguara.
Unas 14 familias salieron en canoas, con sus pertenencias, a unas tierras que días antes ya habían identificado Crescencio y Bernabé, hermanos y empleados del profesor Juan Alipaz.
Ese terreno es actualmente la comunidad Carmen del Emero.
En una de las canoas iba, con su serena bondad hierática, una imagen de la Virgen del Carmen.
Era una romería acuática. El 14 de mayo de 1965, bajo un árbol de pacay, colocaron la imagen que hoy cuida celosamente Nélida Alipaz. El 15 de mayo empezaron a instalarse las primeras 14 familias: Los Cartagena, los Lurisis (que trabajaban con Juan), los Yarari, Marupá y Beyuma (trabajadores de Carlos).
CUÁNDO NO, LA GUERRA
Los padres de Juan y Carlos decidieron enviar a sus hijos a la Guerra del Chaco en 1933. El razonamiento empresarial fue impecable y frío: si enviaban a los trabajadores -tenían el poder para hacerlo-, nadie podría trabajar en el ingenio azucarero. Dolores Plata, mamá de los Alipaz, compró la imagen de la virgen en Italia y con la insistencia de sus rezos impregnó en esa imagen su fe y prometió que la honraría siempre si sus hijos volvían vivos de la guerra. Volvieron.
Esa imagen está hoy en la casa de Nélida Alipaz. Es 11 de julio, el primer día de una nueva romería que concluirá el 15, día festivo en Carmen del Emero. “Cuando llegó el covid la Virgen estuvo en romería. Los profesores pedían que nos sentemos alejados, que un día asistan unos sí y otros no, pero con el frío los niños se apegaban. Elay, nadie murió ni enfermó. Ni un solo niño, ni un solo viejito, ni un bebé. Fue milagrosa”, cuenta Nélida Alipaz.
Cuando recién llegó al terreno nuevo en mayo de 1965, sin hijos y estrenando su amor con Eulogio Arari, vieron que había árboles de cacao.
Eulogio blandió el machete y preparó un platanal. Tomó algunos plantines de cacao y los sembró entre los plátanos. “Sembramos por dañinera nomás y resultó. Después, a los años, vinieron los técnicos y dijeron que había que sembrar así, en semisombra. Ya mi marido había sembrado así. Fue el primero que dio el ejemplo”.
Nélida y Fortunato cosechaban el cacao silvestre solo para beber chocolate. En todo un día cosechaba los frutos de dos filas de árboles. Cada fila mide cien metros.
“Los primeringos fuimos nosotros. Si hubiéramos sabido que el chocolate iba a valer, habríamos seguido sembrando. Solo tomábamos el jugo. Ahora ya no se bota ni una pepa al suelo”. No tenían idea de que estaban bebiendo uno de los mejores chocolates del mundo.
“¿La cáscara? se bota nomás, pero del jugo se saca el vinagre. Lo vendía en 15, pero ahora se vende en 30 bolivianos el litro”. Poco tiempo después, esta pareja pionera tenía paltas, naranjas, toronjas, mandarinas. Pero iban a perderlo todo.
Rurre
Rurrenabaque es el punto en el que convergen extranjeros que lucen ropa táctica, zapatos de trekking y una expresión relajada que dice “estoy de paso hacia una aventura”. Ahora, cada año, llegan solo 2.000 de los 20.000 jóvenes israelitas que salían del servicio militar para conocer el Parque Nacional Madidi desde que el gobierno boliviano les exige visa de ingreso. La mayor área biodiversa del mundo, con sus casi 1,9 millones de hectáreas (casi del tamaño de Eslovenia), tuvo incluso menos visitantes durante la pandemia. La tímida recuperación actual ha sufrido otro golpe con la escasez de dólares y combustible.
Todos los turistas van río arriba, hacia el gran Parque Nacional. Pocos van río abajo, hasta Carmen del Emero. En una canoa con motor de dos tiempos (los llamados peque-peque o peques, por el ruido que hacen) se navega durante dos días hasta la comunidad, que está a 280 kilómetros de Rurrenabaque. En una embarcación fuera de borda el tiempo es menor -un día-, pero es preciso pernoctar porque en julio el nivel del río desciende y chocar con los palos anclados en el lecho puede volcar la embarcación: la corriente suele arrastrar los cuerpos hacia la maraña de palos que se acumula en las orillas.
Entre Rurre, Buena Vista, Puerto Motor, Altamarañi y otras diez comunidades ribereñas abundan las trampas orilleras para atrapar bagres y sábalos, pero el momento más esperado es el “hueveo” o recolección de huevos de peta (Podocnemis expansa). En agosto, cada uno llega a costar dos bolivianos y, pese a su sabor terroso, localmente se considera una delicia. Eso ha puesto a la tortuga más grande de Bolivia, cuya carne también se consume, en condición de amenaza.
Disculpe, estamos ocupados
El proceloso Beni parece domado por los surazos de julio y los navegantes de los peques barren la bruma nocturna del río con poderosos reflectores. Navegan tan lentamente que pueden esquivar los palos incluso por la noche.
Poco después del amanecer, se divisa un barranco a dos metros de altura de la superficie del río. Hay gradas en zig zag talladas en la tierra y una canoa no se decide si seguir río abajo o permanecer sujeta a una cuerda tirante. Al final de las gradas se ve una fila doble de casas de madera y techo de motacú (una palmera abundante en la zona).
“Bienvenidos a Carmen del Emero” dice un letrero, que contradice inicialmente lo que se ve: nadie da la bienvenida porque todos lucen atareados. Por la ancha y única calle central, las nubecillas de polvo que levantan las agitadas escobas de malva o de jipurí de chonta espantan a las gallinas y cerdos que deambulan libremente. Los perros ni se molestan en ladrar porque hace frío y la comodidad tibia del rescoldo de las brasas que hay en cada casa es más placentera que la curiosidad por cualquier visitante. Se acerca la fiesta de la comunidad.
Los compañeros del árbol, o sea, el bosque
Ni bien se acaba el saludo protocolar (“¿Viene usted de Santa Cruz?¿De La Paz?”), doña Fortunata Marupa acribilla con las tres necesidades que tiene la comunidad para que el chocolate del lugar, uno de los mejores del mundo (ya se dijo y se repetirá varias veces), sea conocido internacionalmente: “Sería bueno tener una procesadora, una secadora y una selladora”. Elvis Jarillo, su yerno, completa la idea: “Así el chocolate saldría con el logotipo de Carmen del Emero”.
Lo que hace especial a este chocolate no consiste en que se cultiva sin un gramo de fertilizantes o agroquímicos. Eso se da por descontado y lo convierte en un producto apreciado por el consumidor experto. Tampoco ha nacido de los esfuerzos por combinar variedades que aumenten su fructificación, su resistencia o la cantidad de su pulpa. Sus semillas se extienden por el bosque con la naturalidad con que se mueven los monos y los osos bandera, algunos de sus dispersores. También intervienen los insectos polinizadores, que ponen sus huevos en las plantas que rodean al árbol de cacao. “Pero mejor venga a ver”, invita doña Fortunata y mientras camina unos cien metros -suficientes para llegar al límite del caserío- ya se unió a ella Katiana Marupa, la corregidora de la comunidad. “El bosque parece el patio trasero de las casas”, se puede pensar. Bien mirado, en realidad el bosque parece condescender, con el balanceo de la brisa, a que unos cuantos humanos aprovechen sus tesoros.
Enumeración de los tesoros que rodean al cacao en la voz de la corregidora Katiana y de doña Fortunata: “Al lado del cacao crece el matapalo. Se machaca la cáscara cuando hay quebraduras de hueso y se venda. Es como un parche poroso, porque calma algunos dolores internos”.
“Este otro árbol es sangre de grado. Se usa para el dolor de barriga”. Se queda corta doña Fortunata, porque la ciencia ha demostrado el poder bactericida de esta resina frente a la Helicobacter pylori y cómo algunos componentes ayudan a cicatrizar heridas rápidamente. “Los hombres la toman para la próstata y los riñones. Es buena para la úlcera del estómago”, cuenta doña Fortunata.
Los frutos del cedrillo atraen a los animales; para usar el bibosillo (Ficus killipii) como remedio contra la hernia se debe seguir un secreto: la persona afectada debe colocar su pie derecho en el árbol y cortar un pedazo de corteza siguiendo el contorno del pie. Se machaca con un poco de sal, otro poco de orina y con toda la resina. Se aplica al lugar afectado hasta que sane.
La cáscara del sululu (Sapindus saponaria) se usa como jabón y las semillas son usadas por los niños como canicas. La espuma se usa también contra la sarna y algunos tipos de hongos.
Toda esa farmacopea natural fue mencionada en el lapso de media hora, pero el conocimiento de los tacana puede fácilmente llenar todo un libro… que después, poco a poco, la ciencia se ha encargado de corroborar.
Nuestro chocolate gigante
Escoba de bruja. Así se llama una de las plagas más temidas por quienes cultivan cacao. Su nombre científico es Moniliophthora perniciosa. Este hongo forma tallos que se alimentan de las plantas sanas. Hay en Ecuador una variedad de cacao resistente a esta plaga, pero su sabor no es agradable. En cambio, en Carmen del Emero, eso no parece ser un problema. “En nuestros árboles que tienen mucha escoba de bruja, aumenta la cantidad de mazorcas. Se forman gajos gruesos de bruja pero se mueren solitos”, cuenta doña Fortunata. “Entonces recogemos los frutos. La zafra empieza en diciembre y termina en julio”.
Las polillas, monillas y chinches son problemas de otro cacao que está en otros cultivos. “Quizá porque allá, donde siembran los de El Ceibo, el terreno es seco, como una pampa, pero aquí es húmedo”, cuenta Daniela Gonzáles, presidenta del Club de Madres.
“Nuestro cacao puede llegar a medir diez metros. Son gigantes. La tierra es más fértil. Tampoco ocupamos químicos. Lo único que miran los técnicos que vienen a veces solo es la escoba de bruja”.
Claro, para que este chocolate se mantenga, desde los murciélagos, osos bandera y monos, que dispersan las semillas, hasta las vacas, cumplen su parte.
La fiesta y las vacas
Faltan 4 días para la fiesta. Se prepararán 700 platos para los visitantes de las poblaciones vecinas. Hay que dar una buena imagen, pintando el galpón comunal donde se realizarán los actos oficiales y el bailongo, con su promesa de diversión, amistades nuevas y futuros amores.
En la puerta de la iglesia se lee una ordenanza del Corregimiento con una serie de advertencias:
“No decir palabras lujuriosas”
“No deben circular chanchos ni perros por la calle”
“Los niños no pueden ir a la fiesta”
“Licenciado, si no va a entrenar hoy, vamos a la pampa. Es hermosa. Se llama Las Golondrinas. Vamos a traer cuatro reses para el churrasco”, invita Ruber Amutari. El equipo de básquet femenino de la comunidad se ha enterado de que el periodista integró una selección y pidió, cada tarde, jornadas intensivas de entrenamiento (la fiesta incluye también un campeonato deportivo y el año pasado la selección femenina de Carmen del Emero perdió por un punto).
Los seleccionados de fútbol ya llegaron de otras comunidades y tienen el privilegio de no acompañar a quienes van a llevar las vacas desde la pampa hasta la embarcación. “La pampa es linda pero tiene huecos y desniveles. Las vacas jalonean y hay que correr. Muchos llegan con el tobillo lastimado, con esguinces. Por eso los jugadores no van”, explica Walter Yarari.
La pampa está a media hora de navegación. En la orilla se oye una mezcla de gárgara y resoplido: es el aire agónico que escapa de la garganta cercenada de una res.
Se camina 20 minutos por un sendero flanqueado de una paja llamada cola de yegua, ambaibos y vegetación baja. Se cruza un par de arroyuelos y ni bien se divisan un altozano y sobre él una casa y un corral, se oye la voz de mando de Hernán Queteguari sobre los tranquilos mugidos de unas 250 vacas. Las vacas son de la comunidad, pero quien las maneja es Hernán, solo que todos le dicen don Antonin. Antonin aprendió a curar la clostridiosis, a evitar la aftosa y usa un secreto tacana con tres oraciones que se pronuncian sobre la huella de los animales para espantar la gusanera.
Varios hombres y mujeres llegaron a la pampa para ayudar a vaquear. “Quiero que vean que cuesta. Es facilito decir ‘que traigan cuatro vacas’, pero uno se sacrifica, se estropea”.
Se elige a una vaquilla del hato y se la persigue con el lazo: la manada se agita, el animal elegido intenta huir pero don Antonin es demasiado hábil y ya la tiene sujetada por el cuello: “Tranquila, guacha. No hagás fuerza. Tengo 58 años pero todavía me paro fuerte”, dice, haciendo polea con el lazo que rodea la parte baja de su cintura.
La retira del corral y la derriba. Se ve un relámpago metálico en su mano: el cuchillo entra por una fosa nasal y corta la parte que está entre el tabique y la punta del hocico. En ese lugar sensible se le amarra un cabo de soga. Si el animal jalonea, siente dolor y se detiene; así es fácil conducirlo por la desigual pampa… teóricamente. Es una tarea que requiere de la fuerza de tres hombres que jalan del nariguero y cuatro que tratan de contener al animal con sogas. A la distancia, ya en la pampa, se los ve correr y fracasar porque la vaquilla no obedece. Apenas cruzan el arroyuelo, la derriban y desollan. Un aquelarre de aves negras se cierne para picotear el cuero y huyen aleteando “nunca más, nunca más”, ni bien alguien se acerca. Parecen, pero no son cuervos. Son suchas.
Al resto de las reses que se dejaron conducir por la pampa hasta la orilla se les amarra las patas y se hace rodar sus corpachones por el borde del barranco. Con el mismo impulso de la caída son puestas en la embarcación de un comunario pescador (el transporte es su contribución a la fiesta).
Las cuatro reses recostadas son llevadas hasta la comunidad, donde esperarán su sacrificio.
Mientras la embarcación se desliza, explica don Antonin que antes de que la comunidad tenga ese ganado, era necesario salir a cazar marimonos, chanchos de monte y tatúes para dar de comer a más de 700 personas en cada fiesta.
El proyecto ganadero empezó con 50.000 bolivianos y aunque ahora cada cabeza cuesta 450 dólares, don Antonin cree que es necesario invertir más para que se mantenga la calidad de los brahman yacumeño y los nelore que están a su cuidado.
Antes de bajar las reses, la frase final de don Antonin queda flotando: “En la fiesta ya no se come carne de monte”.
Además de 1965, el año que recuerdan con dolor los emereños es 2014. El nivel del río subió tanto que, al retirarse, dejó una capa de limo que alcanzó medio metro de altura. El nivel del agua quedó trazado en las paredes de madera de las casas. “La naranja, el chocolate, la mandarina, el limón. Todo desapareció. Hasta la posta sanitaria quedó deshecha”, cuenta Nélida Alipaz. “Las raíces de aquel mango se pudrieron y mire, el tronco se cayó”.
“Está linda mi comunidad”, dice Santos Marupa. Walter Yarari enumera algunos logros. La posta en 1992, con un responsable de salud; promotor de salud visitante en 2016; un enfermero itinerante al que ya no han vuelto a ver desde 2018; hace un año tienen una doctora y un sanitario.
La electricidad se suspende a las 8 de la noche y se encienden la Nube de Magallanes y la Vía Láctea. A las nueve se apaciguan los ladridos y se iluminan los sueños tranquilos de los emereños. Por estos días, arden velas en la casa de turno donde es llevada la Virgen en romería. Se sirve, claro, chocolate. Se reza.
Y parece que los rezos son respondidos, porque el precio del chocolate fluctúa entre los 18 y los 23 bolivianos por kilo pero podría estar mejor. Hay clientes seguros. La empresa Saltus compra la producción y los conocedores saben que no es lo mismo comer un chocolate híbrido -aunque sea orgánico- que uno silvestre. Para empezar, como explica el experto Volker Lehman, el cacao híbrido tiene menos de 55% de grasa; el silvestre tiene más de 64%. Al enfriarse en la taza, sobre el líquido queda flotando una capa de manteca que se puede guardar por mucho tiempo y aplicar a las manos o a los labios rajados.
Alejandra Márquez es la dueña de Saltus, la empresa que compra el cacao a Carmen del Emero y a otras comunidades pequeñas donde crece el cacao silvestre. Saltus trabaja solamente con ese tipo de cacao, cuya diferencia básica es la intensidad del sabor. El tiempo que ese sabor se mantiene en la boca puede llegar, en el caso de un chocolate elaborado con cacao silvestre, a los diez minutos y hasta media hora. Las variedades híbridas pueden tener un sabor comparable, pero se va muy rápidamente. También influyen en el gusto -sigue Márquez- la altitud, la temperatura, el porcentaje de precipitación y la humedad, como en el café.
Lo que podría llamarse ‘comunidad del árbol’. Los árboles que crecen en las inmediaciones pueden darle al sabor notas a frutos secos o notas cítricas de mandarina, naranja o plátano, porque quizá ese cacao crece y se cobija en esos compañeros. Lo corrobora Katsumi Bani, conocedor de las variedades híbridas, que requieren campo abierto y más sol que las criollas, que medran en la semisombra.
Hasta ahora, este chocolate ha merecido varias medallas internacionales. En junio de 2019 un chocolate con inclusiones de trozos de cacao y el de 62% de cacao con inclusiones de trozos de café recibieron dos medallas de plata en Nueva Jersey, en el concurso International Chocolate Awards. Fue la primera vez que una empresa boliviana -o un cacao boliviano- hacía sentir su presencia en los paladares más juiciosos y expertos. En diciembre de ese mismo año, la barra de 62% de pureza con inclusiones de trozos de cacao recibió el reconocimiento de los catadores en el Concurso Internacional del Chocolate en Florencia (Italia).
A principios de este año, el producto de Carmen del Emero fue reconocido como el mejor cacao silvestre de Bolivia.
Francia y los bombones
La forma en que este sabor conquistó Europa se remonta a la colonia, cuando alguien preparó una barra blanda de chocolate, la rellenó con dulce, se lo ofreció a un rey francés, que exclamó “¡Bon, bon!”. La anécdota del origen de la palabra bombón divierte a Volker Lehmann, que se encontró por primera vez con este sabor en 1991. Una mujer de la etnia tsimane, la que más lentamente envejece en el mundo, lo condujo por unos senderos y le mostró las mazorcas. Investigó su productividad. Eran granos pequeños, pero con ellos, de las fábricas como Taboada, Para Ti y Gallo Mundial, Lehmann impulsó el sabor nativo más allá de las fronteras bolivianas con productos creados en Bolivia como Rainforest Delight y Chocofé. Estaba todo listo para exportar a Estados Unidos, hasta que todo se frenó con el ataque a las Torres Gemelas. Sin embargo, la gigantesca Felchlin, que era su cliente, produjo la primera barra de cacao silvestre para el mercado internacional hace un par de décadas.
En 2003 Lehmann compró un terreno, siguió desarrollando el cacao silvestre, se impregnó de su historia y de la función cultural en las comunidades -curiosamente, su nombre, Volker, significa ‘hombre del pueblo’- hasta que llegó un momento feliz: una empresa suiza aceptó trabajar con este cacao. La insistencia de Volker Lehmann hizo que los suizos llegaran en avioneta a Huacaraje, luego se trasladaron hasta la Estancia Tranquilidad, su terreno, vieron las plantas, quedaron impactados al ver los monos y cuando sintieron el sabor, dijeron “compramos todo”. Estuvo vendiéndoles durante casi una década hasta que desarrolló su propio mercado en Estados Unidos y Japón. Recientemente guió al periodista gastronómico Rowan Jacobson, que dentro de poco tiempo presentará un libro basado en el chocolate boliviano (y de otras regiones).
Por todo eso, le parece un contrasentido que varias industrias bolivianas importen cocoa en lugar de exportarla.
Hora de recolectar
Bernardo Ichu también recolecta cacao. Él vive en Beni. Cada mañana madruga y lleva a la mayoría de sus ocho hijos a recolectar los frutos de Theobroma cacao, que crece, salvaje, en los bosques. Magín Supa vive en Palos Blancos, a 240 kilómetros de La Paz. El calor y la humedad de los Yungas se filtra hasta los cacaotales. Aunque puede juntar hasta 46 toneladas anuales, no basta para empezar una procesadora grande. “Primero quiero vender cacao a todos los departamentos de Bolivia. Cuando ya esté llegando el cacao a toda mi gente, quiero exportar. Mi cacao es natural y ecológico. No conoce lo que es la fumigación”.
Europa se relame, pero no puede dejar de ser quisquillosa. Desde enero de 2019, la Unión Europea ha establecido niveles máximos de cadmio -que puede ser una amenaza para la salud en grandes cantidades- en varios alimentos que antes no habían sido considerados, entre ellos el cacao y sus derivados, y varios países toman esos valores para controlarlo. Por ejemplo, y por nombrar sólo algunos de los valores exigidos como requisitos: para la cocoa en polvo se permite un contenido máximo de cadmio de 0,6 miligramos por cada kilogramo de producto. El chocolate de leche con menos de 30% de sólidos de cacao puede contener un máximo de 0,1 miligramos por kilo (mg/kg); es una cantidad ínfima. El Instituto Boliviano de Metrología (IBMETRO) cuenta con lo necesario para realizar mediciones de cadmio en alimentos. Llevó adelante un estudio para determinar cuánto cadmio había en 35 productos finales que se venden en Bolivia: chocolate amargo, cacao en polvo, chocolate en barra y chocolate semiamargo. Veredicto: no hay problema.
Europa exige, además, que el cacao se produzca legalmente y libre de deforestación. ¡Hasta piden datos de geolocalización de la zona de producción! El cacao producido ilegalmente, en tierras deforestadas después del 31 de diciembre de 2020 o que no sea rastreable, no puede comercializarse en el mercado Europeo. Además, el cacao que cumple con las normas debe almacenarse por separado del cacao de origen desconocido o que no cumple con la normativa.
"No estoy muy enterado"
Hace muy poco, en 2019, Conservación Internacional y el municipio de Ixiamas, al que pertenece Carmen del Emero, crearon el Área Municipal de Conservación y Manejo del Bajo Madidi, con millón y medio de hectáreas.
Tiene más de 480.000 hectáreas de las sabanas mejor conservadas de la Amazonia y todos sus bosques están intactos. El alcalde de Ixiamas, Félix Laime Yanaguaya, no parece emocionado con estos números. “No hay nada. Todo está parado. No hay proyectos. No estoy muy enterado”, comenta.
Sin embargo, a 25 minutos de navegación sobre el río Beni, uno de los seis ríos que recorren la zona, se puede ver que la explotación de oro ha empezado sobre las orillas. “La comunidad de Puerto Yuman nos ha autorizado. Sacamos unos pocos gramitos”, cuenta don Rodolfo. “El azogue es chiquitito, como una pastilla. Se echa y rápido brilla blanquito si hay oro. A veces encontramos uno o dos gramitos”, detalla una de las diez personas que, en ese lugar, vierten el mercurio directamente al río. Por cada gramo de oro se requieren hasta diez de mercurio. En un recorrido de una hora se pueden ver, en distintos puntos de las orillas, al menos seis grupos buscando el metal dorado, que se cotiza a más de 500 bolivianos por gramo.
Comunidades y conocedores de la problemática de las áreas protegidas lamentan que Ixiamas esté siendo objeto de una ocupación de colonizadores promovida políticamente por el Estado. Señalan que hay dirigentes vinculados a la Federación Túpac Catari, quienes, usando el argumento de que los bosques “son tierras baldías”, hay que ocuparlas y “hacerlas productivas”. Curiosamente, ese argumento fue refutado cuando se determinó que en la zona no hay vocación agrícola ni pecuaria, sino forestal.
Comunarios de la zona sospechan que el alcalde de Ixiamas utilizó la adjudicación de tierras como parte de su campaña, especialmente en la zona de Alto Beni, donde los dirigentes albergan la esperanza de que se encuentre hidrocarburos. Un motorista asegura que la creencia común es que la minería llena los bolsillos rápidamente y que así llega el desarrollo.
Sin embargo, lo que puede constatarse en Guanay, Tipuani o Teoponte, donde la minería funciona hace 80 años, esta actividad solo ha dejado pobreza. Oruro y Potosí, los departamentos más pobres de Bolivia, además de mineros son también los que tienen más pasivos ambientales.
El desastre de la cuenca del lago Poopó es el efecto de esta forma irresponsable de contaminación minera. Desde las nacientes del Pilcomayo se puede ver el color plomizo-verdoso que escapa de los diques de cola y se mezcla con los afluentes. Esos metales pesados (presencia de boro, plomo y cadmio hasta 190 veces más de lo permitido para garantizar la salud humana) y la acidez de la copagira se suman al nulo intento de tratar estas aguas.
Es un crimen que va fluyendo, matando a la fauna y contaminando a los humanos. Esto es lo que se quiere ver como “progreso”. Uno de cada diez bolivianos está en contacto con la cuenca del este río, según la Comisión Trinacional para el Desarrollo de la Cuenca del Pilcomayo. Su fuente: casi 57.000 mediciones realizadas hasta 2022.
Recientemente, la comunidad tacana Carmen Pecha ha denunciado que la explotación de oro dejó inutilizable el agua del río Tequeje. Ha señalado al alcalde Félix Laime como uno de los accionistas de la cooperativa minera 14 de Mayo*.
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Carbono irrecuperable
Esta actividad contaminante choca con la aspiración de Conservación Internacional, que pretende frenar el cambio climático evitando la pérdida del carbono de los bosques. Si el carbono se libera, el aumento de temperatura causará devastaciones que afectarán la vida en general. Once científicos mapearon los lugares del planeta en los que el carbono se conserva en árboles, turberas y masa forestal. Juan Carlos Ledezma es uno de los coautores de este estudio, publicado en Nature Sustainability. La mayor parte del carbono está en la Amazonia. Bolivia tiene alrededor del 2% de este carbono que, si se pierde por el chaqueo, los incendios y otras formas de intervención humana, se convierte en carbono irrecuperable.
Las zonas con carbono irrecuperable son justamente las que tienen mayor biodiversidad, tienen los bosques mejor conservados y están habitadas por pueblos indígenas como el tacana, cuya cultura tiende a vivir armónicamente con el bosque. Un tercio de este carbono está dentro de las tierras de poblaciones indígenas.
El responsable del Programa Nacional del Cacao, creado en 2019, está enterado de todo esto. Richard Salas apunta a los nichos de mercado que apetecen cacaos finos: “Todavía no podemos competir con Perú y Ecuador o Brasil en exportación, pero sí podemos competir con el cacao silvestre. Además, hay un mercado abierto en la Unión Europea. Podemos trabajar con sellos orgánicos porque no se aplican químicos y la producción es amigable con el medio ambiente”.
La meta del Programa es fortalecer a quince organizaciones productoras de cacao en el país. “En Bolivia existen dos tipos de productores: los que cultivan y los que recolectan. Las áreas están en las tierras comunitarias de origen. Hay una buena organización en el Tipnis y en el Parque Nacional Isiboro Sécure. Tienen un contrato de provisión con la empresa Para Ti. En el trópico de Cochabamba está la tierra comunitaria de origen yuracaré, que el año pasado obtuvo dos medallas en el Salón del Cacao y Chocolate Bolivia”. Este galardón impulsó una primera exportación de 500 kilos a Dinamarca. En 2021 el chocolate yuracaré obtuvo una medalla de plata en París, donde se organizó el Cocoa Awards. Este año, en Chocoa Amsterdam, obtuvo el primer lugar.
Recientemente se ha inaugurado un Centro de Innovación del Cacao en San Miguel de Huachi (Palos Blancos), que pretende ser un referente internacional para la producción de las variedades bolivianas.
Ahora que la agitación por la fiesta en Carmen del Emero se ha apaciguado y la Virgen descansa después de su romería, ¿seguirán los rezos para que se construya la carretera? Con cada metro talado se perderá valioso carbono irrecuperable.
¿Qué pasará cuando, empujadas por la aculturación, desaparezcan las palabras que pronuncia don Santos Marupa? Ya nadie le dirá setiri al bagre ni guaperrequi a la sangre de grado. Ningún tacana escuchará decir “te quiero mucho” (Ei chianeti epuná) en su idioma.
Parece que los rezos y pedidos de los emereños son efectivos, pero hay que tener cuidado con lo que se pide, porque los deseos se pueden cumplir. No hay problema con cambiar de 2G a 4G o instalar un panel solar para que el agua corriente llegue sin interrupciones a las casas. Por ahora, el río es la única manera de llegar a Carmen del Emero, pero cuando exista la carretera hasta Ixiamas, se cambiará el peque por la moto.
“¿Quiénes irán a llegar cuando haya carretera, no?” se pregunta doña Fortunata. “¿Seguiremos siendo los mismos?” Es muy probable que la población deba trasladarse a otro punto alejado del río, en Las Golondrinas, para alcanzar el trazado de la carretera. Por ese tajo en la Amazonia ingresará la electricidad a raudales y se apagará la Vía Láctea.
Alguna cifras
- El pueblo tacana tiene tituladas 389.303 hectáreas en Bolivia.
- La tasa de deforestación en estas tierras es cuatro veces menor a las circundantes
- El pueblo tacana está disperso en Pando, Beni y La Paz, cerca de los ríos Madre de Dios, Beni, Madidi y Tuichi.
- Más del 60% de la población tacana está en la categoría de extremadamente pobre.
- Hay alrededor de 8.000 personas que se identifican con la cultura tacana.
- El cacao silvestre se encuentra en La Paz, Pando, Beni, Santa Cruz y Cochabamba
- Parte de la producción de cacao se va a Perú, que lo exporta como grano propio.
- El área comunal de Carmen del Emero tiene una extensión de 190 hectáreas y el área de uso de los recursos tiene una extensión de 129.051 hectáreas.