La contaminación del río Pilcomayo por metales pesados alcanzó niveles hasta 190 veces por encima del parámetro permitido para la salud. La contaminación llega hasta en la triple frontera entre Bolivia, Argentina y Paraguay, según un análisis realizado por el laboratorio de la universidad de Tarija

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23 de octubre de 2022, 16:21 PM
23 de octubre de 2022, 16:21 PM

*** Esta investigación fue originalmente publicada por Acceso Investigativo


La red fue sumergida siete veces y salió vacía del río Pilcomayo. El único sábalo que sacaron media hora antes dejó de retorcerse y quedó boquiabierto sobre la arena entremezclada con palizada seca bajo los 32 grados que impone el sol en el último rincón del Chaco, D´Orbigny. Aquí, donde muere el suelo boliviano y hace las veces de frontera con Argentina, es septiembre y no es un día de suerte para un par de indígenas cincuentones que no pesan más de 65 kilos. Descalzos, uno en la orilla y el otro con el agua hasta la rodilla y la piel tostada al sol, intercalarán la pesca una y otra vez para no volverse con una sola presa.

Y es que nunca antes las autoridades les alertaron sobre el envenenamiento del río por metales pesados, con valores de hasta 190 veces por encima de lo permitido para la salud. Pero, aunque el aviso hubiese llegado a sus oídos, el hambre y la sed pueden más que cualquier otra cosa en este pedazo de mundo. No tienen opción. Los efectos en su salud los verán en cuestión de tiempo, advierten los médicos.


A unos 400 kilómetros de estos dos indígenas de la nación Weenhayek, aguas arriba, la milenaria minería hirió de muerte a este afluente que nace en Bolivia y fluye por Argentina y Paraguay, convirtiéndose en uno de los más importantes para el Gran Chaco Americano. Sus cancillerías crearon la Comisión Trinacional para el Desarrollo de la Cuenca del Pilcomayo (CTN) para salvaguardar este río y a su gente, pero el plomo y manganeso no sólo están presentes en las cercanías de la industria extractiva, también en el último rincón del país en la comunidad de Esmeralda, municipio de Villa Montes-Tarija, mientras que en otros dos puntos del Chaco también hay níquel y cadmio.

Esta contaminación se confirmó con el análisis de agua superficial del río, realizado por especialistas del laboratorio de la Universidad Autónoma Juan Misael Saracho (UAJMS) y el apoyo del Centro de Estudios Regionales Tarija (CERDET), quienes en mayo del 2022 llegaron hasta la triple frontera (Esmeralda), Ibibobo y el puente Ustares para la toma de muestras y su posterior estudio, a pedido de los medios Acceso Investigativo, Última Hora (Paraguay) y El Tribuno (Argentina), para esta investigación periodística transnacional. En todos los puntos hay presencia de metales pesados con niveles que superan lo aceptado por la Organización Mundial de la Salud.

Para esta investigación también se analizó una base de datos de 760 resultados de metales pesados medidos en la cuenca durante tres años consecutivos (de 2015 a 2017) por la Oficina Técnica Nacional de los Ríos Pilcomayo y Bermejo (OTN-PB), que nunca antes habían salido a la luz pública aunque el Gobierno los tenía; siempre supo de la existencia de metales tóxicos en el agua del Pilcomayo en el Chaco.

La contaminación no ocurrió de la noche a la mañana o por la última rotura de un dique minero en julio de 2022 en Potosí. En 2015, 2016 y 2017, en Villa Montes no solo eran cuatro metales pesados los que contaminaban el agua, sino también el arsénico y el cromo. Algunos varían sus niveles dependiendo si es un mes seco o lluvioso, pero exceden los parámetros máximos recomendados por la OMS que, si bien para el manganeso no establece un parámetro, Bolivia fijó un máximo de 100 microgramos por litro (ug/l).

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Allá, en ese territorio dibujado como una especie de cono invertido en el mapa boliviano, en junio de 2016 miembros de la Cancillería entraron en caravana junto a sus pares de Paraguay y Argentina para inaugurar un pedazo de cemento de 4,5 metros de altura, llamado punto trifinio. Aplausos, abrazos y foto incluida. Pero a los pobladores nadie les dijo que el río de al lado podría ser su verdugo, por la cantidad de metales pesados encontrados en el agua del Pilcomayo unos siete meses antes por la OTN, institución que es parte de la Comisión Trinacional.

A indígenas y campesinos les cuesta creer que el único río que les calma el hambre y la sed esté contaminado. Pero desde 1999 un estudio de agua revelaba que el plomo llegaba hasta Villa Montes con casi el doble del parámetro máximo de la OMS. Desde ese entonces se empezaba a demostrar con base científica que la distancia que separa a este municipio chaqueño del lugar del extractivismo podría no ser una barrera o impedimento para intoxicar a quienes consumieran del Pilcomayo.

Como si se tratase de una tortura, este afluente tiene la amenaza diaria de más de 28 mil toneladas de desechos mineros que llegan a 45 diques de colas ubicados en la cuenca alta. Estos se predisponen a ingresar al Pilcomayo, unos más rápidos que otros. Nadie controla si tienen o no licencia ambiental, como sucedió con el ubicado en la comunidad de Agua Dulce que, luego de derramar más de 13 mil toneladas recién se conoció que operaba de manera ilegal y precaria. El Ministerio de Medio Ambiente y la Secretaría de Madre Tierra de la Gobernación de Potosí, competentes en el área, no respondieron a las solicitudes de información enviadas para esta investigación.

A esas instituciones, incluido el Ministerio de Minería, la Contraloría General del Estado, mediante una auditoría en 2016, estableció que sus acciones destinadas al control de las actividades mineras en dos subcuencas del Pilcomayo (Tumusla y San Juan del Oro) no fueron suficientes ni completas, dado que no realizaron ni una inspección al año, en el marco de la Ley 1333 del Medio Ambiente. En estas dos, en 2017 se encontró presencia de cromo, manganeso, níquel, arsénico, cadmio y plomo, todos por encima de los valores permitidos para la salud. Un caso revelador: el plomo llegó a 124 microgramos/litro (ug/l) cuando lo permitido es 10.

En cuanto a la ONT-PB, su director Rommel Uño, cuando se lo buscó en su oficina para una entrevista sobre la contaminación del Pilcomayo del que trata esta investigación, argumentó que no tenía tiempo para atender a la prensa.


Fuente: Elaboración propia con datos de la actualización de estudio de funcionamiento de presas mineras en la alta cuenca del río Pilcomayo DECTN.

 El día que se rompió la calma
La tranquilidad del indígena Manuel Nazario y su asociación de pescadores de red pollera se vio interrumpida la última semana de julio. No solo la de él y su gente, sino también la del resto de ribereños del Pilcomayo, porque el cóctel de desechos mineros que salieron el 23 de ese mes del dique de colas de la Federación de Cooperativas Mineras (Fedecomin) en la comunidad de Agua Dulce en Potosí, tenían como destino final el afluente internacional.


En Agua Dulce- Potosí un dique de colas derramó 13 mil metros cúbicos de metales pesados en julio de 2022. En agosto el Ministerio de Medio Ambiente aseguró que no llegó al río Pilcomayo, pero un estudio paralelo de una concejal de Potosí reveló que había plomo, hierro y cadmio en niveles elevados en este afluente, en la zona de Viñapampa | Foto: Azucena Fuertes


Este joven weenhayek ya no está en el río sobre su chalana de madera cargando la red sobre su hombro, sino en la plaza principal de su municipio hablando con la prensa, porque semanas antes de la desgracia había escasez de sábalo y el derrame minero trajo miedo disminuyendo la demanda de compra. Ahora entiende que en esa lucha de defensa del Pilcomayo están solos, porque cuando convocaron a la población a bloquear caminos para exigir al Estado respuestas certeras sobre la contaminación solo su gente estuvo al pie del cañón, mas nadie había acudido a su llamado, a pesar de que la actividad pesquera dentro de la economía de Villa Montes es la segunda más importante después de la ganadería. Está desilusionado.

A tanta presión de este sector, autoridades de diferentes niveles de Gobierno bajaron en agosto hasta Villa Montes para explicar las medidas asumidas frente a ese desastre ambiental. La misma CTN colgó un comunicado en su página web y reforzó esa tranquilidad que dio el Gobierno.

Finalmente, Magin Herrera, viceministro de Medio Ambiente, descartó que la contaminación haya llegado al Pilcomayo, basándose principalmente en la medición del potencial de Hidrógeno (pH), que mide la alcalinidad o acidez de una disolución. Según su monitoreo, en 32 kilómetros, a medida que se aleja de la zona de derrame, este indicador se acerca a los parámetros deseables, 7, lo que significa que no hay afectación a los sistemas de vida acuática -aunque también reconoce que en ese trayecto no hay peces-.

Wilfredo Arias es más desconfiado. Como dirigente que es de D`Orbigny, confrontó a los fiscales y a toda la “comparsa” que entró los últimos días de agosto a tomar muestras del río para incluir en la investigación judicial que se desarrollaba sobre el derrame en Potosí. Ahí, en pleno arenal del río les dejó claro que esas pruebas pueden dar negativo y que deben volver luego de las crecidas, porque en tiempo de lluvias será cuando se arrastren los desechos mineros hasta ese lugar. “Ahora puede dar negativo y los culpables quedarán libres”, trata de explicar con ademanes en el patio de su casa, alpargatas en los pies y camisa desabotonada hasta el pecho por el calor del lugar.

Cuatro semanas después de aquel día, el 27 de septiembre, la Gobernación de Tarija que había acompañado a los fiscales, informó que los metales pesados en el trayecto del Chaco estaban dentro de los niveles permitidos, pero igual no servía para consumo humano.

Los resultados eran previsibles: en la base de datos del monitoreo que hizo la OTN, en tres años consecutivos, se identificó que en agosto los valores siempre estuvieron dentro de los niveles permitidos y hasta en cero para algunos metales, pues los picos más altos de contaminación generalmente se registran entre octubre y diciembre. Justo lo que les advirtió don Wilfredo.

La desconfianza de este dirigente no solo es por la época de muestreo del agua ni por el poder político que tiene el sector minero sobre el actual partido de Gobierno que está desde el 2006 al mando de Bolivia, sino porque el derrame de 235.000 metros cúbicos de tóxicos ocurrido en 1996 en el dique de Porco, perteneciente a la Compañía Minera del Sur (COMSUR) -ahora llamada Sinchi Wayra SA-, sigue sin responsables 26 años después, bajo una dilatación del proceso en la justicia, según documentos judiciales.


Wilfredo Arias sentado en el patio de su casa en D'Orbigny, lugar que hace de frontera con Argentina. El centro urbano más cercano es Yacuiba, está a más de 85 kilómetros. Cuando llueve la única manera de salir del lugar es en tractor o quedan aislados | Foto: Luis Mogro.


Ludmila Pizarro, bióloga que en 2006 investigó la contaminación del Pilcomayo, le da la razón a Wilfredo, el dirigente de D`Orbigny. Añade que cuando ocurre un evento como el de Agua Dulce, lo primero que se mira es si hubo muerte de la vida acuática (peces, crustáceos, macrofauna) o si ninguna ave se acerca a ese sitio. Eso se puede advertir mediante el pH, si éste marca 7, como señala el Gobierno, teóricamente se piensa que no hay consecuencias. Pero si se analiza otro uso del agua, considerando que la gente del Chaco vive de la pesca, riega y bebe del río, entonces aunque no haya matado la flora o fauna los solutos (minerales) no se evaporan, siguen en el torrente y naturalmente se arrastra aguas abajo, por lo que al tomarla entra al organismo y se acumula con el pasar de los años para luego desencadenar enfermedades. Esta exposición a largo plazo es determinante.


Para la experta, lo esperado es que en la llanura chaqueña, donde hay menor volumen de agua y mayor sedimento, los valores de presencia de metales pesados se eleven. Eso fue justamente lo que el equipo de especialistas de la universidad estatal corroboraron en mayo de 2022 con el levantamiento de muestras que fueron analizadas en su laboratorio recomendado por la propia CTN: niveles sobre los máximos permitidos por normativa. Su advertencia va principalmente sobre el plomo y el cadmio, los cuales deben seguir bajo monitoreo porque pueden contaminar los productos agrícolas, el suelo y afectar la salud.


La incógnita de las enfermedades

“Tal vez estemos pagando las consecuencias de esa maldita minería”, dice el weenhayeck Pablo Rivero, como si estuviese sacando su impotencia desde lo más profundo por lo que le pasa a su gente, pues es el Capitán Grande de toda esa nación. Allí, sentado en su patio de tierra, explica que en los últimos años aparecieron enfermedades nunca antes vistas que cobran la vida a temprana edad. Y aunque le cueste aceptar, piensa que esa desgracia puede provenir del río. Pero nadie se ha interesado en realizar estudios médicos científicos que le saquen de esa incertidumbre, que ronda su cabeza desde hace un par de años, a él y a otros líderes indígenas.

Pablo Rivero, capitán grande del pueblo Weenhayeck, muestra preocupación por las enfermedades que ahora padecen

Sus sospechas resultaron tener base científica. Hace dos décadas cuando la presencia del plomo no era elevada como los encontrados en el último año, se documentó tras un análisis de cabellos que los adultos weenhayek tenían 34,4 partículas por billón (ppb) de ese metal, mientras que los adultos de Villa Montes tenían 2,2.

En el año 2006 Ludmila Pizarro se unió a un equipo de profesionales holandeses que investigaba la contaminación en la cuenca alta y media del Pilcomayo.

En el Chaco el resultado fue que el plomo, cadmio, arsénico y cobre estaban en el organismo de la gente. Además, mediante el carbono 13 se verificó que había relación de estos tóxicos con los valores encontrados en el agua del río y que estos a su vez entraban a la cadena alimentaria (verduras, algunos peces y animales vacunos). Lo que quedó pendiente fue el efecto en la salud. Nadie se encargó de ello, o al menos no hay registros públicos al respecto.

Álvaro Peñaloza es el único médico genetista del departamento de Tarija. En sus nueve años de trabajo logró establecer que un niño del Chaco tiene tres veces más riesgo de nacer con alguna malformación que cualquier otro que nazca en un lugar diferente. Sus pacientes con estas afecciones tienen la particularidad de vivir cerca del río Pilcomayo, pero aclara que estas enfermedades no se pueden atribuir directamente a este afluente mientras no haya un estudio completo para ver si existe o no relación con el río, o para establecer cuáles son los causantes de esa incidencia.

Como ejemplo, el médico explica que el manganeso en elevadas cantidades -como lo tiene el Pilcomayo en el Chaco- puede causar alteraciones en los espermatozoides que los deforman con dos cabezas, dos colas o alguna otra anormalidad en hombres expuestos al consumo de este metal. La consecuencia es una afectación principalmente al sistema nervioso central dentro de las 12 semanas de gestación del feto, lo que puede provocar abortos espontáneos. Los bebés que logran desarrollarse nacen con alguna malformación.
Tal vez sea esa una respuesta al por qué Villa Montes duplica a otros municipios en el índice de abortos registrados, de 13,7 por cada 10 mil mujeres mayores de 15 años de edad, frente a otras jurisdicciones que no llegan ni a la mitad de ese indicador, según un análisis realizado a la base de datos del Sistema Nacional de Informaciones en Salud (SNIS).

Marco Oliva es el único cirujano pediatra del departamento de Tarija, que como subespecialista llevó un registro de pacientes de 25 años. Tras analizar esos datos concluyó que el 66% de las cirugías por malformaciones anorrectales son de comunidades que, de manera directa o indirecta, se relacionan con el río Pilcomayo tanto en el Chaco tarijeño como en Chuquisaca y Potosí. Al igual que su colega Peñaloza, considera que el Ministerio de Salud debe investigar cuál es el factor de esa incidencia, y debe hacerlo a la brevedad.




De estudios de laboratorio o investigaciones sobre salud nunca se escucha hablar en esas zonas indígenas apostadas a orillas del Pilcomayo. Ni por la última rotura del dique minero en Potosí se ha instruido hacer una vigilancia epidemiológica o un seguimiento de las sintomatologías asociadas a alguna enfermedad que provocan los metales pesados. Así lo atestiguan los médicos Renán Ríos, del centro de Salud Crevaux; Brenda Muñoz, de D'Orbigny, y otra de sus colegas de Capirendita, que prefiere mantener su nombre en reserva.

A los tres profesionales les separan kilómetros y kilómetros de polvorientos caminos vecinales que surcan el tupido monte chaqueño, pero les une la preocupación por la salinidad del agua que consume la gente en esas tierras que quedaron atrapadas en el tiempo, porque la palabra potable la conocen solo de nombre. A duras penas tienen agua sin tratamiento de pozos perforados hace dos décadas, algunas todavía con sistema para bombear a mancuerna. Más de la mitad de las comunidades dependen de la voluntad del Alcalde para que les mande camiones cisterna con el recurso hídrico.

Renán sospecha que pueda ser arsénico, pero sabe que sin exámenes de laboratorio no se puede asegurar nada, lo que sí es una realidad es que al llenar un vaso de agua del grifo se observan elementos suspendidos que pueden ser minerales o microbios.

A 40 grados sin agua
En el Sauzal, otro pueblo Weenhayek, nadie quiere imaginarse cómo será su vida cuando llegue la sequía, porque ya pasaron tres meses desde que se arruinó el pozo perforado hace 20 años y nadie les ha dado solución. Unos días atrás, un hacendado de la zona que a tanto rogar les compartió agua de su pozo privado, les dijo que la solidaridad había llegado a su fin.

 Y es que el Chaco es conocido por sus altas temperaturas, tanto que en 2016 uno de sus municipios, Villa Montes, pasó a la historia por ser el más caliente del mundo, pues por esos lados y toda la región es normal que el termómetro supere los 40 grados centígrados.



A inicios de septiembre ya eran 3 meses que el pozo de agua de los Indígenas de El Sauzal se arruinó, ninguna instancia de Gobierno fue a arreglar, por lo cual bloquearon el camino vecinal | Foto: Luis Mogro

Justino López es el capitán comunal, un indígena delgado de tez morena, bolo de coca y determinación en su mirada. Decidió junto a su gente bloquear el camino vecinal con unas ramas secas de un árbol, con la esperanza de que el reclamo por agua sea atendido por la Alcaldía de Yacuiba que está a 170 kilómetros de distancia. Mientras tanto, no les queda más remedio que echarle mano al río.

Por estas cuestiones que son un eterno problema, el capitán grande Pablo Rivero dice que generación tras generación los indígenas optaron por habitar en las cercanías del Pilcomayo, no por capricho, sino porque es el único que les salva cuando las instituciones tardan en socorrerlos, como en el caso del Sauzal.

Entre su gente nunca se preocuparon por potabilizar o hervir el agua, cuando el río baja con turbiedad machucan una planta aérea para colocarla dentro del recipiente. Pablo no sabe cómo actúa este vegetal ni le interesa en lo más mínimo, pero sí conoce el resultado: el sedimento se asienta y pueden consumir agua clara.

Rubén Vaca, actual alcalde de Villa Montes, conoce muy bien la zona. Ocupó ese cargo hace varios años, luego fue ejecutivo seccional y también director de la OTN.

Explica que de 20 comunidades Weenhayek pasaron a ser entre 150 y 200 porque se subdividieron. Entonces, en la dinámica de ocupación del territorio que tienen ellos, seminómadas, es imposible tener los servicios básicos a la par de su modo de vida. Al finalizar agosto, 50 capitanes comunales reclamaron el envío de agua con camiones cisternas, un servicio considerado como caro por el burgomaestre. Asegura haber presentado un proyecto al Gobierno nacional para resolver, a mediano plazo, este derecho que tiene toda persona.

Así transcurre la vida de los Weenhayek desde septiembre hasta recibir el año nuevo: le echan la mano al río. Pero su dependencia del Pilcomayo no solo es en esa época, porque la pesca comercial es el único sustento económico entre mayo y agosto, cuando todas las familias indígenas y de otros lugares se van a vivir a la orilla del afluente bajo carpas o casas improvisadas. Es tan importante esa actividad para los Weenhayek que el calendario escolar se adecuó específicamente para ese sector, conforme a sus usos y costumbres.




Tras la rotura del dique de colas minero en Potosí, la demanda de compra de sábalo disminuyó, lo que afectó la economía de los indígenas y campesinos de la zonas que viven de esa actividad | Foto: Luis Mogro

En la comunidad de Las Pistas, don Patricio Segundo comenta que desde julio están sin agua y que no todos pueden aportar para reunir los 50 bolivianos (7 dólares) que el camión cisterna les cobra por viaje. Es de manos ásperas y de hablar pausado, con una “p” que le agrega al finalizar a cada palabra que sale de su boca, esa que al mediodía había devorado un pez. No entiende de pH ni de partículas por millón, ni le interesa en lo más mínimo. Cree lo que a los demás pueblos también le ha dicho el Gobierno, que el veneno del río está lejos.

Al otro lado, esos dos Weenhayek de D'Orbigny se han vuelto con la cara larga porque la jornada solo fue de dos pescados. Don Wilfredo hace tiempo que no siembra porque ve que el agua del río es salina y le seca la producción. Don Justino sigue con las ramas secas cruzadas en el camino pidiendo agua. Don Pablo sigue pensando si el río es el culpable de las enfermedades de su gente y está ansioso por los resultados de muestras levantadas por la OTN, mientras que Manuel dice estar un poco alegre porque desde el viceministerio de Medio Ambiente les han dicho que no hay contaminación, aunque él todavía no sabe que los laboratorios dicen lo contrario.

Este pescador tampoco sabe que ocho de once ríos de la subcuenca alta del Pilcomayo también están contaminados con metales pesados y sus valores han llegado a estar hasta 2 mil veces por encima de los parámetros permitidos por la OMS. El Pilcomayo, el alma del Gran Chaco, está envenenado desde la cabeza hasta los pies.

*** Esta investigación fue originalmente publicada por Acceso Investigativo