Algunos van al santuario, en Cochabamba, desde hace más de 20 años. Otros nunca pudieron llegar, y sin embargo, a la distancia encontraron respuesta a su clamor y hoy agradecen a la madre de Jesucristo, que en agosto está de fiesta

14 de agosto de 2022, 4:00 AM
14 de agosto de 2022, 4:00 AM

Un mar de gente llega todos los años hasta Quillacollo en agosto, el mes cuando los católicos celebran la asunción de la madre de Dios.

Dentro de esa masa de personas hay historias con nombre y apellido, con nudos en la garganta y con finales felices, milagrosos. Pero también hay quienes nunca pisaron el santuario de la Virgen de Urcupiña, en Cochabamba, que se dejaron guiar por la desesperación, que terminó convertida en fe.

Cuatro mujeres comparten sus testimonios. Una de ellas es la asambleísta departamental Marthi Gutiérrez. Cuenta que su papá estaba muy delicado, por eso fue a la novena y se lo entregó a la Virgen, para que lo dejara descansar si esa era su voluntad.

“Ya dializaba, le habían amputado las dos piernas y estaba con su brazo negro, también se lo iban a cortar por una herida. Pedí a la virgencita que yo pudiera estar junto a él cuando partiera, que me diera la seguridad de que estaría con ella y le pedí que después de eso me regalara un encuentro con él en algún sueño”, recuerda.

Marthi dice que todo sucedió, que si bien su papá tuvo un paro cuando ella no estaba, y había sido declarado muerto por 40 minutos, volvió a la vida, para partir definitivamente cuando ella sí estaba presente, cuatro días después.

Desde entonces se volvió devota, visita el santuario, sigue pidiendo los anhelos de su corazón a la Virgen que, según ella, le sigue cumpliendo.

Eva Antelo tiene 40 años, dice que visita a la virgencita en Cochabamba desde los cuatro, a enseñanza de su madre hoy fallecida.

No le pide nada. Va por gratitud y como una forma de aferrarse al recuerdo y legado de su progenitora. “Creo que la Virgen conoce nuestro corazón, sabe nuestras necesidades, solo voy a agradecerle por lo recibido todo el año. Si no voy, siento que algo me falta, quizás no llego para la fiesta, pero como sea viajo, ya sea antes o después. Ningún año he fallado”, asegura.

Según Eva, le ha tocado ver pequeños milagros, justo en el año cuando casi no llega. Su vehículo se dañó, la travesía que habitualmente es de ocho horas, le tomó 20, no tenía gasolina, no había comida, y “milagrosamente”, el tanque apareció cargado, la comida que apenas alcanzaba para dos se multiplicó para 12 personas, y el vehículo estaba en perfectas condiciones cuando le tocaba retornar. “Son cosas que solo entendemos los que tenemos fe”, afirma.

Sonia Rojas heredó la devoción de su papá, dice que hace 28 años que va de forma sagrada hasta el santuario, y que se conoce los detalles de la fiesta gracias a él.

“Mi papá me contó que hace como 60 años iba y que era pobre, veía cómo la gente llevaba la banda y le pidió a la mamita que le diera trabajo para que él también le llevara la banda”, cuenta.

Cuando ya le tocó hacer sus propios pedidos, Sonia elevó la plegaria al cielo por una casa propia, y dijo que se le cumplió. “La Virgen me enseñó la gratitud, pero principalmente por salud y trabajo”, dice.

Marilín Soleto nunca ha visitado el santuario de la Virgen de Urcupiña en Cochabamba, pero tiene un testimonio digno de ser compartido.

Esposa de músico, dio a luz a su bebé un 15 de julio, pesando solo 1,6 kilogramos. El 15 de agosto, cuando tenían que operar de los ojos al pequeño, el esposo de Marilín, de ocupación músico, justo tenía que ir a tocar para la Virgen.

Se pusieron de acuerdo y clamaron al cielo al mismo tiempo para que todo saliera bien, a pesar de los malos augurios médicos, que adelantaban ceguera.

“La doctora que lo operó que dijo que solo haría la cirugía por protocolo. Entregué a la Virgen los ojos de mi hijo porque la doctora no dio esperanzas, y encima agregó que a veces, por la anestesia, los bebés prematuros hacen paro y tienen que ser intubados”, recuerda.

Sin embargo, al mes de la operación, todo estaba perfecto, y a los tres meses no había cicatriz alguna. Según Marilín, la doctora le dijo que si no hubiera visto su propia firma en el informe, no creería la historia clínica.

Hoy el hijo de Marilín tiene ocho años y ve muy bien. Dice que a partir de esa experiencia se hizo devota, pero que lamentablemente hasta la fecha no ha podido ir al santuario por razones de trabajo. “Le debo esa promesa. Es algo que tengo pendiente”, dijo la madre agradecida.

De rodillas, muchos de los creyentes hacen alguna promesa, otros simplemente van hasta allá en forma de agradecimiento