Desde la conservación de la lengua pasando por la dirigencia comprometida con los indígenas hasta liderar la lucha contra la minería ilegal, cuatro mujeres pandinas muestran su batalla diaria a favor de la selva amazónica

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25 de agosto de 2024, 4:00 AM
25 de agosto de 2024, 4:00 AM

Por: Erick Ortega

No hay peor muerte que el olvido y Mariana Rodríguez González lo sabe. Cada día lucha por recordarles a los jóvenes de su comunidad que la palabra “sol” en lengua Yaminawa tiene cuatro letras, “fari”. Para decir “buen día” se usan 13 letras en dos palabras: “fenamari shara”… mientras que “buenas noches” se escribe “yabe shara”. Esta hábil artesana teje su lucha a favor de la Amazonía desde la palabra.

Yeni Duri Bautista habla el mismo idioma que Mariana; desde adolescente se dedicó a la dirigencia política a favor de las mujeres de su comunidad. Adelita Duri Apana nació en la comunidad tacana y pasa los días ayudando a otras jóvenes como ella en la pelea diaria por la sobrevivencia en el campo; a veces las acompaña en la búsqueda de los nuevos cauces de los ríos que han sido dañados por el cambio climático.

Homali Margoth Flores Bautista tiene la vida partida en dos, trabaja en el campo y atiende la oficina de la Secretaría Departamental de Gestión Integral de la Madre Tierra del Gobierno Autónomo Departamental de Pando. Lleva tres años en el cargo y en este tiempo tuvo que enfrentar amenazas de muerte por ejercer su trabajo cuidando el medioambiente.

Mariana, Yeni, Adelita y Homali luchan a diario por la Amazonia, no son las únicas; al contrario, ellas coinciden en que el cuidado de la protección de la naturaleza recae principalmente sobre los hombros de las mujeres.

De la oficina al campo

El departamento de Pando está en la cabecera de Bolivia. Se encuentra rodeado por Brasil en el norte y el este del mapa, mientras que en el lado oeste colinda con Perú. Es parte del pulmón verde más grande del mundo, el Amazonas. En este pedazo de tierra conviven cinco pueblos indígenas: tacana, cavineño, esse ejja, yaminahua y machineri.

Según el Foro Social Panamazónico, evento que se desarrolló este año en Rurrenabaque y San Buenaventura, la deforestación y el extractivismo amenazan la supervivencia de la Amazonia y de los pueblos. Los habitantes de las comunidades enfrentan un colapso climático y ecológico en su diario vivir. Un ejemplo recurrente es lo que sucede con los ríos que se han convertido en un botín para la minería ilegal.

Homali Flores / Foto: Orlando Yapu
Homali Flores / Foto: Orlando Yapu

Homali hace un largo recuento de los manantiales que se han visto afectados por la minería. Cuenta que se atrapó a algunas personas Yeni Duri y Mariana Rodríguez en su comunidad que intentaron buscar minerales en el Tahuamanu, en tanto que se hicieron operativos de control en los ríos Orthon y Madera. “Estamos promoviendo la conservación de nuestras cuencas. Necesitamos el agua para que nuestros bosques permanezcan en pie y que no estén contaminados”, explica Homali en su oficina ubicada en el casco central de Cobija.

La irrupción de la minería es cuestión de vida o muerte en la Amazonia y ellas dan la lucha. “Vivimos una crisis climática que nos afecta. Antes, en el área rural la mamá o la mujer tenían un arroyito cerca, ahora han cambiado los tiempos porque ha variado el clima y el curso de los ríos, entonces la mujer tiene que caminar más para ir por agua. También existe la duda: ¿realmente están llevando agua pura para alimentar a la familia?”, relata Homali.

Continúa: “Yo realmente tengo una gran admiración por las mujeres del área rural. Desde jovencitas ellas cargan castaña para llevar el pan de cada día a su hogar, muchas entran con sus maridos a zafrear y recolectar frutos. Están ahí liderando y motivando a la familia; además son madres al mismo tiempo y se encargan de sus hogares”.

Existen cinco pueblos indígenas en Pando y el terreno en el cual viven es muy codiciado por la minería. Una de las tareas de Homali es evitar la explotación del territorio y no es una labor sencilla. “Cuando hacemos los operativos contra la minería ilegal nos dicen de todo. Porque nos ven mujeres piensan que somos más vulnerables. Deben creer que somos débiles”, sostuvo.

Una vez en la ciudad las amenazas continúan. A veces la llaman a su teléfono móvil para amedrentarla y por eso aprendió a ser más cauta a la hora de responder su celular. No habla fácilmente con extraños y prefiere mantenerse en buen recaudo.

La voz de los jóvenes

Adelita también aprendió a cuidarse de las amenazas de los mineros pandinos, aunque ella vive con una sonrisa a flor de piel. Tiene 27 años y desde los 20 participa en la dirigencia juvenil indígena. Nació en Sinaí, en la provincia Madre de Dios, actualmente es Coordinadora de Jóvenes del Gobierno Autónomo Departamental y forma parte de la Organización de Jóvenes Indígenas Amazónicos de Pando.

“Fuimos los primeros en crear la organización de jóvenes aquí en Pando en el sector indígena. Soy perteneciente a la Nación Tacana. Creo que los jóvenes somos el futuro, de nosotros depende que sigan vivas nuestras naciones indígenas”, afirma mientras camina en la orilla del río que rodea a la ciudad de Cobija.

Adelita Duri / Foto: Orlando Yapu

No hay un registro exacto de esta población. En 2010 el Ministerio de Educación publicó el libro Registro de saberes, Conocimientos, Sabidurías, Cosmovisiones relacionadas con la madre tierra del pueblo tacana y refiere que son aproximadamente 8.000 los tacanas distribuidos en los departamentos de La Paz (provincia Abel Iturralde), Beni (provincia Ballivián) y Pando (provincias de Madre de D ios y Manuripi). En la actualidad, Adelita hace un registro de los habitantes en el norte del país, especialmente de la cantidad de jóvenes.

Ella califica a la Amazonia como la casa grande donde reside su Nación Tacana; entonces su misión es defender su hogar de la tala y la deforestación; principalmente de la minería ilegal.

“Trabajamos en la justicia ambiental y nos preocupa la contaminación de los ríos con mercurio. Tenemos hermanos que han sido contaminados y la verdad es que es muy preocupante esta situación porque a veces no hay medicamentos para ellos y tienen muy afectada la sangre. La mayoría de los tacanas combaten a la contaminación minera con medicina natural”, añade la joven que vive entre el campo y la ciudad.

Según la Organización Mundial de la Salud, el mercurio es uno de los diez productos químicos que plantean especiales problemas de salud pública. La exposición al mercurio (incluso en pequeñas cantidades) puede causar graves problemas de salud y es peligrosa para el desarrollo intrauterino y en las primeras etapas de vida.

Este metal puede ser tóxico para los sistemas nervioso e inmunitario, el aparato digestivo, la piel y los pulmones riñones y ojos. Así, el mercurio ataca al medioambiente y a los seres que habitan bajo el cielo pandino.

Adelita afirma que la mayor urgencia es el cambio climático producto de la minería, la deforestación y la tala. A pesar de ser una joven de buen humor, lanza una queja más: “El sector indígena está muy afectado por ejemplo con el chaqueo, antes las plantaciones de plátanos daban bien y ahora no, pasa lo mismo con los otros sembradíos. El precio de la castaña ya no es el mismo y todo eso afecta a nuestra economía”.

La migración del campo a las ciudades es un problema entre los tacanas. Los poblados quedan con más gente anciana. Adelita vive en Cobija y viaja de forma constante a diferentes áreas rurales, trabaja y es universitaria. Confiesa que en sus actividades diarias no se olvida a su pueblo, de sus raíces.

Migración y lengua

Siempre que puede Yeni Duri Bautista vuelve a su hogar en la comunidad nohaya. El poblado se encuentra a unas cinco horas de la ciudad de Cobija y la mayor parte de la carretera es de tierra menuda casi anaranjada. Los minibuses van al lugar dos veces por semana: miércoles y domingo. Los conductores hacen viajes de ida y vuelta en la misma jornada. En la época seca, de junio a octubre, los choferes aceleran a toda prisa por la ruta y a veces las llantas se meten en las cunetas del camino; cuando llegan los días de lluvia el camino se hace húmedo, resbaloso y peligroso.

Nohaya se encuentra en la parte superior izquierda del mapa de Bolivia, está en el municipio de Bolpebra, a pocos kilómetros de Perú y Brasil. Parece un lugar abandonado de la mano de Dios, pero no de la naturaleza. Las casas de madera y ladrillo son amplias y una de sus mayores riquezas es un río que no ha sido invadido por los mineros clandestinos.

Yeni nació en Porvenir, sin embargo, tiene su casa en Nohaya, en los Territorios Comunitarios de Origen (TCO) Yaminawa-Machineri.  Se siente como pez en el agua en la comunidad donde creció y a la que dedica parte de su vida.

Según el Atlas de Territorios Indígenas y Originarios en Bolivia, la nación yaminawa cuenta con aproximadamente 200 habitantes en la TCO; mientras que la nación machineri reúne a unas 180 personas en el país.

“En este territorio nos organizamos dos pueblos, vivimos la nación yaminahua y la nación machineri. Cada pueblo tiene su capitanía y nos organizamos para vigilar nuestra naturaleza y proteger a la Amazonia. Estamos preocupados por la deforestación y nos encargamos del cuidado de las áreas forestales”, explica Yeni. Ellos hacen rondas constantes por la selva que es su casa.

Afirma que los indígenas viven en armonía con la naturaleza: “Nosotros protegemos nuestros árboles. Chaqueamos, pero no en inmensos territorios, sino que controlamos; tenemos costumbres y sabemos que no podemos hacer quemas grandes porque dañaríamos el medioambiente”.

Ella es dirigente, pero también madre. Tiene tres hijos que son su razón de ser y espera lo mejor para ellos, igual que para su comunidad. Desde joven se dedicó a ayudar a los demás, en sus comienzos fue secretaria de salud en la Central Indígena de Pueblos Originarios Amazónicos de Pando y en 2020 resultó elegida presidenta de la Central Indígena de Mujeres Amazónicas de Pando.

Yeni pide mayor prioridad para los pueblos indígenas. “En educación y salud tenemos muchas necesidades, no contamos con infraestructura educativa y cuando la gente se enferma, incluso con enfermedades que no son tan graves, tiene que viajar hasta Cobija”, se lamenta. La migración en busca de un futuro mejor ha ido vaciando a la comunidad y de a poco olvidan la tierra donde nacieron.

Su amiga Mariana Rodríguez tiene una forma de luchar contra el olvido. Ella es coordinadora del Instituto del Lenguas y Cultura de Pando y se presenta altiva: “Soy de la nación Yaminawa, mujer cien por ciento hablante de mi lengua y me siento orgullosa por eso, también por haber nacido aquí. Tengo 39 años y mi lucha es por nuestra cultura”.

Mariana Rodríguez / Foto: Orlando Yapu

Mientras habla está en su casa de la comunidad Nohaya. Conversa con nostalgia sobre el río cercano a su hogar y los pescadores que suelen lanzar sus redes en esas aguas. Ella afirma que tiene una forma de defender la naturaleza, desde la palabra.

“Tenemos dificultades porque los niños que van a la ciudad ya no hablan el idioma y sólo hablan castellano, aunque algunos también prefieren aprender portugués. Así vamos perdiendo nuestra identidad y algo similar pasa con los tejidos, que cada vez se van perdiendo más”, narra Mariana.

En cada pueblo hay una tejedora que se dedica a preservar la historia en las telas; sin embargo, hace cuatro meses que murió la artista del algodón de Yaminawa, quien era mamá de Mariana. Ella es heredera de las habilidades de su madre y este es otro campo de batalla por recuperar la tradición de su pueblo.

Muchas cosas cambiaron con los años, por ejemplo se están perdiendo los bailes y los cantos, dice Mariana. Remarca: “Antes cantábamos cuando estábamos felices o tristes, en todo momento cantábamos; ahora no y no sé por qué”. Con todo, su mayor temor es que su lengua Yaminawa vaya a desaparecer, como sucedió con la de otros pueblos.

“Nuestro Yaminawa es lo que nos queda, es la herencia que nos han dejado nuestros antepasados. Yo puedo hablar en español, pero me siento mejor cuando hablo en mi idioma, es como si estuviera en mi tierra”. Para ella la lengua de su pueblo es como la selva amazónica que no debe extinguirse en el olvido, ese olvido que es peor que la muerte.