Guardaparque. La naturaleza que sanó las heridas de su alma, hoy está herida de muerte. Ella habla de su incursión en la Reserva, lo bueno y lo malo del oficio

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4 de septiembre de 2019, 4:00 AM
4 de septiembre de 2019, 4:00 AM

La naturaleza la cobijó, con el trino de las aves, el cantar del agua y el susurro de la noche; ella se impregnó de verde, recorrió los senderos y las serranías de la Reserva de Vida Silvestre Tucabaca, y allí, muy cerca del cielo, lamió sus heridas y se desintoxicó emocionalmente.

Este paraje, ubicado a 430 kilómetros al este de la ciudad de Santa Cruz, se convirtió en el hogar de Luz Vardy Ulloa.

Desde hace dos años, es promotora ambiental o guardaparque, de la Unidad de Conservación del Patrimonio Natural y, la única mujer entre 15 hombres, que cumplen la labor de protección y preservación de todos los aspectos del área silvestre, histórica y cultural de este valle.

Pero, no solo destaca su estampa femenina en un oficio en el que son más los varones que lo desempeñan. Luz se formó como sicóloga, tiene una maestría en Salud Pública y fue ordenada sacerdote anglicana; ninguno de esos roles cumple hoy. Todo lo dejó por el bosque seco chiquitano donde encontró la paz para su alma.

¿Qué siente al ver que se está quemando su ‘oficina’?

O mi casa, porque más tiempo estoy en este lugar que en mi hogar. Recuerdo unos días atrás, estábamos en faena contra el fuego, un colega recibió una video llamada de su hijita y cuando él hizo un paneo con su celular, la niña gritó: papá se está quemando tu trabajo.

Ella procesaba así el desastre. En cambio, mis hijos que son más grandes, tienen otras sensaciones de esta situación, que hoy me toca vivir.

Me dolió ver que lo que unos meses atrás estaba verde, se convirtió en gris y negro.

Es cierto que, con el grupo, nos percatamos del descenso de las aguas y luego empezaron aisladamente los focos de fuego por la sequía; pero ver las llantas a lo largo de la carretera que ardían y que propiciaron el incendio voraz me llenó de rabia e impotencia.

Después fuimos entendiendo las razones de este suceso, son varios factores que se juntaron y por eso es que alcanzó tal magnitud. El fuego sigue, aún no lo hemos liquidado.

¿Qué les hace falta?

Equipos de rescate, nos dotan, pero se deterioran rápidamente, lo usamos con mucha frecuencia para toda clase de contingencias.

Hacemos patrullajes para detectar avasalladores y cazadores. Si hay personas extraviadas o atrapados por una riada, los guardaparques acudimos primero. Y en una situación como la de un incendio de grandes proporciones, esto acaba con los uniformes, los calzados y toda la indumentaria. Esta es mi primera experiencia de este tipo.

¿Cómo llegó a Tucabaca?

Nací en Roboré y después de muchos años regresé a vivir con mis padres, ellos son maestros jubilados.

Hace muchos años partí a la ciudad, estudié Sicología, tenía un consultorio, hacía sicodrama, terapias de pareja y de grupo, luego trabajé con víctimas de violencia sexual, niños, niñas y adolescentes, en un programa de la Gobernación.

Me casé y me divorcié, tengo tres bellos y valientes hijos (Luz Ariadne, Luz Ailyn y Carlos Glen Llanos UIlloa), que actualmente, viven con su padre en la ciudad.

Debo confesar, que me cansé de la miseria humana, es duro decirlo, ya no quería escuchar historias de violencia sexual en niños, ni de la realidad de familias toxicas para la sociedad, me enfermé emocionalmente, me daba asco, sentí que necesitaba un tiempo de reciclaje emocional, y opté por salir de la ciudad y volver a mi pueblo.

Volví a casa y, trabajé en la salud, luego en la Defensoría de la Niñez, con el municipio. Pero no era lo que buscaba. Luego se presentó la oportunidad de este espacio, como promotora ambiental y no lo dudé.

¿Aprendió de cero el oficio?

Sí, tuve capacitaciones sobre manejo de fuegos, manejo de GPS, las aplicaciones de android que utilizamos en el campo, para tener buena georeferenciación. Y mis compañeros me apoyaron en todo momento.

Al principio era un poco incómodo, especialmente en los campamentos, después me fui acostumbrando, ellos me tratan siempre con respeto. Nunca tuve miedo de los bichos, pero tengo anécdotas muy divertidas, no peligrosas.

¿Qué es lo que más le gusta?

Es un reto que voy superando día a día. Me gusta mucho ir a los colegios y hablar sobre el área protegida, que los niños conozcan nuestras riquezas y sepan preservarla. Me gusta hacer de guía de los turistas o investigadores. Lo hago porque la naturaleza me ha desintoxicado y ese es mi aporte o retribución por lo que ella hizo conmigo.

¿Y lo que menos le agrada?

Algunas mujeres cuestionan por qué estoy aquí, qué hago en el monte con hombres y lo orientan al lado sexual; en un pueblo pequeño es un poco difícil. Me incomodaba, a veces, los celos de las esposas de mis colegas, pero con los años he aprendido a lidiar con ello.

Los varones dicen: qué valiente, y me animan. Y las mujeres, dicen: estás despeinada, desaliñada, ‘cuchuquí o ‘barcina’. Pero es mi estilo de vida y me gusta.

Feliz. La guardaparque observa la paradisiaca Reserva del valle de Tucabaca, que gran parte ha sido devorada por el fuego. Arriba: en plena faena con sus colegas y durante las charlas en los colegios