Por un precio de entre 12 y 20 euros, los consumidores adquieren pedacitos de una sustancia dañina para la salud

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17 de septiembre de 2021, 12:31 PM
17 de septiembre de 2021, 12:31 PM

En el noreste de París, la concentración de usuarios de crack, un peligroso derivado de la cocaína, genera violencia callejera. En lugar de brindar atención médica a los consumidores, como exigen los vecinos de la zona, las autoridades se han limitado a desplazar el campamento de un punto a otro de la capital, causando hartazgo entre la población.

‘¡No al crack en nuestras calles!’, ‘Nuestros hijos están en peligro’, gritan al unísono unos cincuenta vecinos de la calle Aubervilliers en el noreste de París. A lo largo del parque Eole, convertido en uno de los puntos de consumo masivo de droga de la capital francesa, el pequeño grupo marcha con pancartas hasta el campamento donde cerca de 300 toxicómanos sin techo ocupan permanentemente la acera.

Un hombre canoso, con el rostro demacrado, titubea en medio del grupo de vecinos, mientras que otro los insulta. Una señora de unos 60 años, miembro del colectivo Stop Crack Eole, entra en una crisis de nervios y despotrica contra un adicto que inhala crack, sentado en la salida de un edificio.

Esta escena se repite todos los miércoles a las 6 de la tarde, cuando los habitantes de la calle expresan su hartazgo por la inacción de las autoridades francesas ante el consumo callejero de drogas duras.

“Hace 30 años que hay personas que consumen crack en París”, constata José Matos, trabajador social de Gaïa, una de las pocas organizaciones que brindan un apoyo sanitario básico a los toxicómanos en París. 

Durante años, los consumidores de este residuo sólido de cocaína mezclado con otras sustancias como bicarbonato se juntaban en un montículo entre dos vías periféricas del norte de París, hasta que la policía desalojara la llamada ‘colina del crack’.

'Stalincrack'

Desde entonces, la política de las autoridades no ha sido sino desplazar el problema: los consumidores se trasladaron debajo de un puente, y luego en el parque Eole, siempre alrededor del metro Stalingrad que se ha ganado el apodo de ‘Stalincrack’. 

A pesar de los esfuerzos de renovación urbana, la instalación del campamento de drogadictos ha convertido las calles alrededor del parque en un enclave de miseria, de violencia y de drogadicción. La basura, las jeringas usadas y los excrementos cubren regularmente importantes porciones de las aceras. Y para quien camina en la zona, es imposible no toparse con uno de los consumidores de estupefacientes que deambulan con aire febril y piden limosna con una insistencia a veces agresiva.

Ante el caos en la zona, la organización Gaïa tuvo que alejar unos doscientos metros la enfermería ambulante que estaciona diariamente desde 1989 para repartir jeringas, pipas de inhalación, cucharas desechables, condones, mascarillas y toallas limpias para reducir los riesgos de enfermedades entre los toxicómanos.

Son las 11:30. Los trabajadores de la ONG no llevan ni una hora en el sitio y ya más de 70 toxicómanos ya se han acercado. La cifra sube hasta 150 por día. Y se estima que “entre 500 y 1000 personas son adictas al crack en la región parisina”, comenta José Matos. 

Un joven, Yannick, interrumpe nuestra conversación e insiste para hablarnos. Pero cuando le tendemos el micrófono de RFI, balbucea unas palabras y prende fuego a una piedrita blanca en una pipa de cristal. Una muchacha de unos veinte años se le acerca. Con sus chanclas y su suéter, le pregunta a Yannick si le puede conseguir un ‘kiff’, es decir una dosis.

En la fila, otro usuario, Raphaël, conversa con los trabajadores sociales. Lleva un ejemplar del periódico Le Monde bajo el brazo y una botella de agua en la otra mano. El hombre, que tiene unos cuarenta años, es alto y flaco y viste un abrigo perforado. Vive en una tienda de campaña en el norte de París. Nos cuenta con dificultad unos fragmentos de su vida rota. "Sólo vengo aquí para comprar crack, no me quedo en el campamento porque me da ansiedad, el lugar es muy violento”, dice.

“Aquí recojo mi material de reducción de riesgos, es una pipa para inhalar crack. Llevo 10 años tomando droga. Empecé en Brasil, donde me había instalado, pero me metí en el crack. Hice un mes de cura de desintoxicación, pero solo lo dejé un año”, agrega Raphaël.

"Es la droga que tomaba Whitney Houston"

Todos los usuarios con los que hablamos coinciden en el carácter altamente adictivo de esta sustancia. “Whitney Houston también tomaba crack y su carrera quedó destruida por eso”, dice otra usuaria que se hace llamar Bonita. Tiene un suéter rojo, los ojos medio cerrados y su dicción es lenta. “El crack abre la mente, abre puertas que uno no puede entender. Produce un flash, una apertura”, insiste Bonita, que dice gastar hasta 900 euros por semana para comprar sus dosis.

Por un precio de entre 12 y 20 euros, los consumidores adquieren pedacitos de una sustancia dañina para la salud. Muchos de ellos acaban padeciendo trastornos psiquiátricos, observa José Matos.

El servicio médico básico que brinda la ONG Gaïa es, sin embargo, insuficiente para mitigar los dos principales problemas vinculados al campamento: el consumo callejero, y el narcomenudeo.

Instrumentalización política

Los vecinos de la calle Aubervilliers acusan al ministro del Interior francés Gérald Darmanin - que encarna el ala derechista del gobierno de Macron y a la alcadesa parisina Anne Hidalgo -en campañana electoral- de instrumentalizar el problema. Otro vecino lamenta que los medios sobredimensionen el asunto y que candidatos de ultra derecha como Eric Zemmour aprovechen para arremeter contra los migrantes.

Y es que pesar de algunas detenciones de vendedores de sustancia ilícita, los vecinos constatan que los “modous” siguen operando. Llamados así por su origen senegalesa – ‘modou’ significa pequeño vendedor en wolof, tienen la reputación de dominar el comercio del crack en el noreste parisino. También se encargan de vigilar la zona y no toleran los intrusos. Uno de ellos, al vernos filmar el campamento, se acercó al reportero de RFI y lo acorraló contra la acera con su bicicleta. “Ya te vi pasar dos veces aquí. Si te veo filmar una tercera vez, te parto la cara”, nos advirtió.

 “Todos los días desde mi ventana puedo ver gente que consume crack tranquilamente, escenas de violencia, compra venta de droga y ausencia total de la policía. Solo hay guardias municipales que filtran la entrada al parque. Pero no tienen la potestad para intervenir”, denuncia Samia, una vecina de la calle Aubervilliers.

Figura del colectivo “Stop Crack Eole”, Samia, al igual que los demás vecinos, exige una doble respuesta: social y policial. "Deberían mandar a los consumidores a centros de atención especiales. Hay muchos edificios vacíos en París. Sin embargo, estamos en contra de la apertura de una sala de consumo de crack en nuestro barrio. Los consumidores van a ir ahí 15 minutos y, afuera, la violencia y el tráfico de droga van a continuar".

A mediados de septiembre, el gobierno francés llegó finalmente a un acuerdo con la alcaldía de París, que pedía la apertura de 4 nuevas ‘narcosalas’, o salas de consumo y descanso para los usuarios de drogas duras. Tras un experimento calificado de satisfactorio por dos diputados que elaboraron un informe sobre este tipo de dispositivos, (vea nuestro reportaje), el primer ministro Jean Castex accedió al pedido de la administración de Anne Hidalgo que proponía la apertura de 4 nuevos sitios de consumo regulado en lugares que todavía no han sido revelados.

En paralelo, la ONG de apoyo a los sin techos Aurore alberga a 400 usuarios en varios hoteles vacíos de la capital francesa, reveló Mediapart. La discreción sobre los lugares ha permitido evitar los focos de miseria y de violencia y permitió incluso a algunos consumidores a dejar atrás la vida callejera y la violencia que conlleva.