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31 de octubre de 2024, 3:00 AM
31 de octubre de 2024, 3:00 AM

Las recientes historias de tinte novelesco que emergen desde Bolivia —con supuestos intentos de magnicidio, persecuciones policiales y el drama de violentos y prolongados bloqueos de carreteras— están recorriendo el mundo y arrastrando la imagen del país ante la comunidad internacional.

Esta percepción deteriorada solo refuerza la idea de Bolivia como un país inestable, sin seguridad jurídica ni certezas de ningún tipo. Hoy, más que nunca, el país no es un socio confiable en los ámbitos económico, político ni logístico; nos hemos convertido en un riesgo que muchos preferirían evitar.

Desde hace casi 20 días, varias rutas troncales permanecen bloqueadas por seguidores de Evo Morales, quienes buscan impedir que su líder comparezca ante la justicia por acusaciones de estupro y asegurar su candidatura presidencial a toda costa.

El Gobierno de Luis Arce ha demorado en exceso la resolución de esta crisis y, en lugar de actuar con firmeza para desbloquear las rutas, se ha enfrascado en una guerra verbal con Morales y la facción evista de su propio partido. Mientras se libra esta pugna política, ya se han registrado varios heridos entre policías, bloqueadores y periodistas, además de tomas de rehenes.

Desde el exterior, se observan con estupor estas imágenes, tan confusas como inverosímiles. Aquí en el país, las acusaciones sobre quién dispara a quién, quién es víctima y quién es victimario vuelan en escenas que parecen extraídas de una triste tragicomedia. Lamentablemente, esta es la cruda realidad, y su gravedad provoca más lágrimas que risas.

Las consecuencias para el país son enormes. Muchos productores y transportistas están al borde de la quiebra, mientras que el abastecimiento de alimentos en las ciudades se ha vuelto irregular, elevando los precios alarmantemente. Además, la imposibilidad de exportar productos bolivianos ha forzado a los exportadores a incumplir compromisos internacionales, lo que podría llevar a Bolivia a perder mercados mientras los compradores buscan proveedores más confiables en otras regiones.

El ascenso del MAS al poder ha contribuido enormemente a esta imagen deteriorada de Bolivia. Basta recordar que los frecuentes bloqueos de sus partidarios en las rutas nacionales llevaron a que los países vecinos construyan corredores bioceánicos alrededor de nuestro territorio. Está claro: prefieren recorrer distancias más largas a arriesgarse a depender de un país inestable.

Los conflictos actuales están empujando la imagen de Bolivia al despeñadero, mostrando al mundo que nuestra crisis es estructural. Evidenciamos que estamos atrapados en una crisis política, económica, social y medioambiental, agravada por una institucionalidad democrática debilitada que no ofrece garantías. Para nuestros vecinos y otros países, Bolivia ya no es un lugar atractivo ni para invertir, comerciar o entablar alianzas estratégicas, y ni siquiera para visitar.

Es cierto que ningún país está libre de problemas. Sin embargo, otros logran proyectar una imagen positiva ante el mundo. Sin ir más lejos, Paraguay, un país más pequeño y con menos recursos naturales que Bolivia, ha logrado atraer importantes inversiones extranjeras, incluyendo de empresarios bolivianos.

La imagen de un país no se recupera de la noche a la mañana. Llevará años que Bolivia vuelva a ser vista como un país estable, confiable y con oportunidades para crecer y prosperar, cualidades esenciales para entablar asociaciones o cooperar. Hay mucho por hacer, pero un buen punto de partida sería asegurar que las rutas del país no vuelvan a ser bloqueadas y que todos los bolivianos nos sometamos al imperio de la ley y de nuestra Constitución.

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