A la empresaria de la marca de ropa deportiva Patra, las crisis la volvieron más avispada. Un momento dramático en su vida hizo que cambie, de manera forzosa, el rol de ama de casa por el de emprendedora. Desde entonces es imparable

14 de julio de 2022, 7:46 AM
14 de julio de 2022, 7:46 AM

Proviene de una familia potosina de ocho hermanos, con una mamá sacándolos adelante a solas, luego de ser abandonada por su esposo minero.

Ante la necesidad, Amelia Solórzano tuvo que dejar su hogar en el sur de Potosí, mudarse a Santa Cruz, y trabajar desde los diez años, primero ayudando a una pareja de ancianos con sus quehaceres, después vendiendo bisutería en la ex terminal de buses y tela en el mercado Siete Calles.

Se casó, se convirtió en ama de casa, y cuando estaba con cuatro meses de gestación de su tercera hija, Carla Patricia, fue abandonada por su esposo, tal como le pasó a su progenitora.

La necesidad la volvió creativa, vio que su hermano tenía un taller de confección de ropa, y que viajaba a Yacuiba a vender. “Era el boom de la ropa porque estaban 1x1 el peso argentino con el dólar. Las cosas de acá eran baratas para ellos, así que venían muchos argentinos a comprar”, recuerda.

Empezó probando con todo, camisas de franela en invierno, también vestidos, y poco a poco se especializó en ropa deportiva. Todo lo hacía en un taller improvisado en su casa en el Plan 3.000 y con dos máquinas de coser que compró con sus ahorros. Le ayudaba una vecina modista.

Esos pininos coincidieron con la moda de las calzas como parte del atuendo informal, y después con el movimiento fitness. “Fuimos creciendo a la par de ese movimiento saludable”, dice.

Amelia cree que el punto de partida de su éxito fue la venta de sus prendas al público argentino, pero después, cuando fue bajando en 2001, tuvo que mirar al mercado local. “Estuve parada por un año, todo lo que producía era para Yacuiba”, cuenta.

Se enteró de la venta mañanera mayorista en la Feria, alistó dos docenas y vendió todo. Los pedidos aumentaron y en 2008 puso su fábrica, en un lote que compró para sus hijos. Y de producir 120 prendas semanales, pasó a 5.000.

Actualmente cuenta con su showroom sobre el segundo anillo, casi avenida Brasil, y puntos de venta en la Feria. Lo demás son distribuidores en todo el país, aunque reconoce que de 400 que tenía hace un tiempo, ha pasado a 250. Cree que es producto de la desaceleración, la pandemia y los problemas políticos. En total, hoy genera 20 empleos directos y 250 indirectos.

“Los que somos negociantes viejos sabemos que así funcionan los negocios, que a veces llueve y también gotea. Solo hay que persistir y tomar las decisiones correctas para seguir avanzando”, reflexiona.

Dios fue poniéndole gente clave en el camino, empezó a auspiciar eventos de belleza, pasarelas de moda, que la llevaron a crear la línea Patra Privé, para un poder adquisitivo mayor.

Emprender en Bolivia

Reconoce que es difícil, pero no imposible. “Cuando uno hace la diferencia y persiste, camina la segunda milla, es entonces que se pueden cosechar esos frutos”, recomienda.

Para emprender, hay que tener claro, dice, que no se recibe apoyo alguno de las entidades gubernamentales de cualquier nivel, en comparación con otros países, donde “saben que la manufactura es un potencial generador de empleos, y por eso brindan asesorías, capacitaciones, etc.”

De instituciones privadas y sin fines de lucro sí ha recibido apoyo, pero jamás de las públicas.

Dice que otro problema serio es la informalidad y que en Bolivia existen muchos emprendedores, solo que algunos tal vez están obligados a la informalidad porque el formal “solito se pone la soga al cuello, ya que siempre la mano dura es para el formal”, agrega.

Otro punto que cree que afecta a los emprendedores locales es la preferencia del público por lo importado. “Sin duda nos falta mano de obra calificada, hay que adecuarse mucho a lo que tenemos para continuar. Por lo general, en el país nuestra filosofía de trabajo no es a de ir a un ritmo ordenado. Y es difícil trabajar así, pero no imposible”, opina.

Es la única bachiller y profesional de todos sus hermanos, por eso cree que el estudio hace la diferencia. “A mis hijos les digo que son los miles de libros que he leído los que impulsaron mi creatividad y me ayudan a ver resultados en la empresa”, cuenta.

Quiso ser empresaria formal por decisión propia, se fue a Impuestos Nacionales y preguntó cómo poner en orden sus negocios. “Si todos hiciéramos lo mismo, al país le iría mejor”, dice.