La autora hace un balance del buen año literario que tuvo: fue seleccionada entre las 39 mejores escritoras menores de 40 años y fue finalista del Premio de Cuentos Gabriel García Márquez 

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24 de diciembre de 2017, 4:00 AM
24 de diciembre de 2017, 4:00 AM

El 2017 fue un buen año para la escritora boliviana Liliana Colanzi: fue seleccionada entre los mejores autores latinoamericanos menores de 39 años (selección que se hace cada 10 años)  por el Hay Festival de Bogotá (Colombia); fue una de las cinco finalistas del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, también realizado en Colombia; e inició su propia editorial Dum Dum, con la que publicó la novela Eisejuaz, de la desaparecida escritora argentina Sara Gallardo. Ahora se encuentra preparando nuevos títulos a publicar con este proyecto. Además, su libro Nuestro mundo muerto se fue editando en otros países, como Colombia, México e Italia. 

Colanzi reside en Estados Unidos, donde es docente en la Universidad de Cornell, aunque por ahora está de vacaciones en Santa Cruz. Siempre pendiente de lo que pasa en el país, la escritora cruceña en esta entrevista hace un balance de lo que fue para ella este año y de lo que sucede en materia cultural.

¿Qué significó para vos este año en el que fuiste elegida entre los 39 mejores escritores latinoamericanos menores de 40 años y quedaste entre los cinco finalistas del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez?
Una sorpresa, una alegría y también una fuente de ansiedad. Estoy muy contenta con que Nuestro mundo muerto haya encontrado más lectores en otros países e idiomas, y agradezco a un premio como el García Márquez, que es tan generoso incluso con sus finalistas. Con respecto al Bogotá 39, es muy interesante descubrir lo que están escribiendo y discutiendo otros autores latinoamericanos, aunque hay que tener claro que estas listas son arbitrarias y que hay autores excelentes que se quedaron fuera, en especial muchas escritoras. Me sorprendió que un libro tan cortito como Nuestro mundo muerto hubiese tenido una acogida tan buena, pero también me distraje mucho este año y quisiera para el 2018 menos ruido y más concentración para escribir.   

También iniciaste el proyecto de tu editorial, con un libro como Eisejuaz, de Sara Gallardo ¿Cómo fue para vos estar del otro lado del mundo editorial? ¿Qué aprendiste del manejo que se hace en la edición y la publicación en Bolivia?
Quizás lo más gratificante que haya hecho este año sea haber publicado en Bolivia Eisejuaz, una novela clave de la literatura latinoamericana que no era conocida fuera de Argentina hasta hace poco. Ser editora tiene algo adictivo y menos centrado en uno misma que ser escritora, es una experiencia que me hace muy feliz. Una aprende a ver el libro de otra manera, no solo como texto, sino también como un objeto, y disfruto mucho planeando el catálogo y coordinando las ilustraciones y el diseño. Es también un desafío dar a conocer un libro y acompañarlo en su trayectoria.    

¿Qué creés que es lo que le sigue faltando a la literatura boliviana para que se consolide como tal?
Bolivia tiene muy buenos escritores, pero carece de una infraestructura cultural capaz de sostenerlos. Y los escritores no aparecen por generación espontánea, sino que necesitan de toda una red de soporte. No es casualidad que los países que más becas ofrecen a sus escritores, como México, Argentina, Chile y Colombia, sean también los países con literaturas más potentes y variadas, y con industrias del libro más fuertes. En Bolivia hacen falta más librerías, mejores bibliotecas públicas, más y mejores premios, talleres de escritura, acceso a becas de creación y residencias, carreras de Literatura y de Escritura Creativa, planes estatales de fomento a la lectura que trabajen con las editoriales bolivianas e incentivos a la industria del libro. 

¿Cómo has visto el trabajo de la ministra de Culturas, Wilma Alanoca? Muchos artistas y gestores culturales han sido críticos con su gestión este primer año…
Este año se dinamitó a varios sectores que ya trabajaban en condiciones muy precarias. El Ministerio de Culturas retiró el apoyo económico a la Feria del Libro de La Paz, redujo sustancialmente el monto del Premio Nacional de Novela y canceló la participación de escritores en las ferias de Frankfurt, Guadalajara y Buenos Aires. El resto de las artes se ha enfrentado a una falta de apoyo similar, mientras que la inversión en el rally Dakar -que poco tiene de evento cultural- aumentó significativamente, y ahora se anunció la construcción de un monumento a Star Wars en el salar de Uyuni. Hay en esta gestión un desdén preocupante hacia las artes y escasa idea de lo que significa cultura más allá del entretenimiento de masas importado de Estados Unidos y Europa, lo cual es una contradicción muy grande en un gobierno que se declara descolonizador. 

¿Creés que el desarrollo cultural es una deuda pendiente del Gobierno de Evo Morales?
Sin duda. En el área de literatura, este Gobierno ha tenido un proyecto ambicioso y muy positivo como el de la Biblioteca del Bicentenario, que está recuperando 200 obras fundamentales de distintos periodos y géneros. Pero se trata de un proyecto aislado, no de una política de Estado, y lo que se necesita para el país son políticas de Estado que piensen la cultura no como un gasto, sino como una necesidad, una forma de construir identidad y de elevar la calidad de vida de los ciudadanos. 

¿Cómo viste el protagonismo de la mujer este año en la literatura boliviana? ¿Creés que ha mejorado su participación en los espacios periodísticos y literarios en el país?
Este año Camila Urioste ganó el Premio Nacional de Novela y la poeta Melissa Sauma el Premio Escritores Noveles de la Cámara del Libro de Santa Cruz. Y en los últimos años, Magela Baudoin y Giovanna Rivero han ganado premios internacionales importantes. Me parece que en Santa Cruz los espacios literarios han adquirido un carácter más equitativo y diverso desde que hay escritoras con conciencia de género ocupando puestos que involucran toma de decisiones. El sello editorial Mantis se especializa en publicar a autoras, un gesto político que viene a ajustar un desbalance muy grande en cuanto a la visibilidad de mujeres escritoras. En cuestión de periodismo falta mucho por avanzar:  las columnistas fijas son apenas alrededor del 10% en los periódicos del país. Hace falta cuestionar por qué los periódicos no invitan a más mujeres a opinar sobre política, economía, cultura… ¿Será que no consideran capaces a las mujeres de decir algo relevante sobre estos temas? Hay estructuras machistas tan normalizadas en estas decisiones que ni se las ve como un problema.  

Pasaron varios años desde la publicación de tu primer libro,  Vacaciones permanentes, hasta Nuestro mundo muerto. ¿Te tomarás un tiempo parecido para tu nuevo libro?
Es difícil saber cuánto tiempo va a tomar un proyecto en encontrar su forma, mi proceso de escritura es lento y prefiero no apresurarme a publicar un libro con el que no esté satisfecha. Existe una presión por la novedad y por la velocidad como exigencia del mercado que prefiero ignorar, por un lado, porque es peligrosa y, por otro, porque mis ritmos de trabajo no funcionan así. Cada libro es un viaje y hay que respetar sus tiempos. 

Mucho se habla de la necesidad de una carrera de Literatura en Santa Cruz ¿A vos qué te parece esta idea y en qué creés que ayudaría para el desarrollo intelectual de la ciudad?
Por supuesto. A Santa Cruz le hace falta generar un discurso, ya sea desde la literatura, la historia, el cine o las artes plásticas. Y el ámbito académico es fundamental para generar esa reflexión. A mí personalmente no me atrae la idea de crear identidad, porque estoy en contra del corsé de los discursos identitarios, y en mi escritura lo que me interesa es más bien explorar el derrumbe o la puesta en jaque de cualquier noción de identidad. Pero sí se ve un hambre muy fuerte  en Santa Cruz por aferrarse a un discurso identitario, solo que este debería atreverse a pensar en la Santa Cruz de hoy, que es mucho más diversa que la de antaño, y que incluye también lo andino. Por eso creo que una carrera de Literatura contribuiría a pensar bajo coordenadas propias y a cuestionar varios lugares comunes. Santa Cruz hace tiempo es el eje económico del país, pero le falta asumirse también como un eje cultural.