Causaron polémica y hasta estupor con Fumala. Se trata de un grupo de jóvenes que tiene entre 17 y 32 años. Ellos viven en la zona norte de la ciudad. Han encontrado en el hip hop una forma para dejar las pandillas. Su video ha sido reproducido miles de veces

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5 de marzo de 2015, 23:08 PM
5 de marzo de 2015, 23:08 PM

Corona tiene la cara huesuda y un cuerpo arqueado que apenas se mantiene en pie sobre unas zapatillas blancas. “Mi imagen es la más quemada. No me botaron de la casa, pero me tienen con la ley del hielo, así que a hablar poquito”, se lamenta. Este habitante del barrio San Joaquín, de 19 años, ya era famoso antes de que Fumala haya alcanzado 20.000 visitas en menos de un día de permanencia en YouTube.

Corona es el gallito de riña que se come con palabras a su contrincante en una batalla de rap entre dos ‘crew’ locales. Ese video, de ocho minutos, viajó por el WhatsApp y aún está en YouTube.

Pero desde hace 10 días Corona es una de las caras del video que le canta a la marihuana, a las pipas, al abuso de la Policía y a la dureza de las calles. Para ellos, eso es cultura, polémica, pero cultura hip hop al fin. Para la tele, Fumala fue la presentación en sociedad de la pandilla Cruz Santa y de Corona como su líder famélico.

En el noveno
Es de noche, es lunes y hace calor. En la pensión de los padres de Ze Carlos hay una decena de jóvenes, entre 17 y 32 años, que reniega porque ellos no quieren ser satanizados ni llamados pandilleros. Cada uno de los seis MC (maestro de ceremonia, cantante) del grupo era parte de una sección distinta de una pandilla y se fueron uniendo por la música hasta apartarse de la agrupación juvenil y volverse una camarilla, en la que lo único que importa es cantar, componer, contar lo que han vivido.
“Al estar metidos en la pandilla no entendíamos las consecuencias de lo que hacíamos. Hace un año hicimos Fumala y la difundimos. A la gente le gustó. Acá se fuma por hobbie, por pasatiempo.

Y lo que decimos de la Policía es verdad, nosotros lo hemos vivido”, cuenta ‘Chino Parche’, un flaco, alargado y de ojos rasgados tan acostumbrado a rimar que a veces se le escapan las consonancias cuando habla.

El plan de estos 10 tipos es ambicioso e infantil: apoderarse de la atención de los jóvenes de barrio y cambiar su forma de pensar. Es, a la vez, una forma de redimirse. “Queremos resarcir a la sociedad por el daño que hemos hecho”, dice Kevin Wilder, un moreno grandote, de 27 años, que cuando se mira al espejo ve a un tipo viejo como para estar metido en una pandilla. Kevin vive en el barrio Virgen de Luján, a dos radiales de aquí, con su madre y abuela, que trabajan en un mercado más de 12 horas por día para llevar sustento a su casa.

“Tratamos de expresar, de sacar en el rap todo esto que hemos vivido. Queremos mostrarle al Gobierno la pobreza, decirle que mucha gente viajó a trabajar y dejó a sus hijos acá, en la calle y con plata. Que ellos fueron cambiando de amigos, conociendo el trago, después la droga. Acá lo que se necesitaba era cariño y no plata”, cuenta Wílder.

Y hay una canción que habla de eso. Se llama Muerte y nació después de que un incendio devorara sus sueños, después de que el fuego consumiera el estudio precario en el que grababan sus canciones.

“Estoy rayado con toda la sociedad porque nunca me dieron la oportunidad para demostrarle que puedo ser otro. La pena y la tristeza se me notan en el rostro y cuando me veo en el espejo yo ya noto que estoy viejo. Yo viví como quise y quiero que la muerte a mí me avise, cuando es que me va a tocar”, dice una parte de la letra escalofriante.

El video
Al barrio San Joaquín no se llega, se ingresa. Está más allá del cambódromo, bien adentro de la G-77 y la única vez que salen en las noticias es cuando se comete algún delito en su zona. “Vení para el noveno anillo, de aquí saldrás en calzoncillos. Ojos color del infierno, dedos amarillos: aquí los cachorros juegan a la mancha, pero con cuchillo”, dice una de las letras de Cruz Santa dedicada a su barrio.

A esta altura de la ciudad no hay héroes, santos, plantas o animales para nombrar las calles, así que las calles se numeran. En la calle 6 hay un enorme bateón dejado por una tejería. Allí nació Cruz Santa y seis meses después ya tenían su debut en una tarima. Fue durante el Festival Tomando la Ciudad, un encuentro de hip hop organizado por el Centro Cultural San Isidro, en el Parque Urbano. “Cantamos Se juntaron puej todos los locos, que cuenta cómo nos juntamos nosotros, y los hicimos alucinar. Solo nos dejaron ‘tirar’ un tema pero lo aprovechamos bien”, cuenta Corona.

Guillermo Dávalos, sociólogo y director de la bienal Infanto Juvenil, cuenta que en los barrios hay un fuerte movimiento hip hop que, además del rap, incluye al grafiti, el breack dance y a los DJ. “El hip hop es ya un movimiento grande y hay incluso encuentros con otros departamentos e incluso en El Torno hemos escuchado a grupos cantando esta música”, explica. Todo esto creció a espaldas de la cultura oficial, pero ya está en el centro.

Durante un tiempo Cruz Santa fue número fijo en los jueves de ‘freestyle’ de la Manzana 1, aunque dejaron de ir porque consideran que hay muchos caretas allí. Luego se trasladaron al Parque Urbano, donde se midieron con otras ‘crew’ más pesadas. Allí, un joven estudiante de cine llamado Matías Glahn, les propuso grabar Fumala en un videoclip.

“No podíamos perder esa oportunidad. Nadie te ofrece nada gratis. Sabíamos que iba a armar, pero asumimos las consecuencias”, dice Chino Parche. Cuando el video apareció en un noticiario local, les entró la ‘perse’. Su primera reacción fue bajar el video de su cuenta de YouTube, pero ya era tarde. Ya tenían fans que se habían descargado el video y lo volvieron a subir. La reacción en sus casas fue mala. Sus padres, al verlos como pandilleros en la tele, creyeron que les habían mentido sobre sus intenciones de alejarse de los problemas y se las vieron en figurillas.

Su mánager, Luis Galean, consultó con abogados y policías y escogió a Kevin Wílder y a Ze Carlos para salir a explicar qué era Cruz Santa en los canales. Lo que sucedió luego no se lo pudieron imaginar. La canción y estilo gustaron tanto que ahora tienen promesas de ayuda, de que su sueño de hacer algo con las rimas se hará realidad.

Pero acá, en el noveno anillo, entre las calles de tierra y paredes marcadas por las pandillas, las historias de cenicientas escasean. Antes de poder siquiera buscar dinero para pagar un estudio de grabación y comenzar a registrar la docena de canciones que ya tienen listas, deben resolver otros problemas. Varios de los jóvenes no tienen ni siquiera certificado de nacimiento, mucho menos carné de identidad: no existen oficialmente para el Estado.

Así, no pueden registrar sus canciones.

Pero todo eso no importa ahora. Ya es casi medianoche y es tiempo de fotografías. Corona muestra su rosario y su tatuaje decolorido. “Sonreí”, le grita su ‘crew’. “Yo nunca he sonreído para ninguna foto”, cacarea el gallito de pelea del San Joaquín

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