Tres familias quedaron destrozadas luego del crimen de Porongo. Hasta el momento, las autoridades se están responsabilizando, pero algunos de los afectados reconocen que necesitan ayuda sicológica para disminuir el dolor

11 de julio de 2022, 7:32 AM
11 de julio de 2022, 7:32 AM


“Mamá, llama a papá, que venga a dormir”, dice cada noche la pequeña de tres años. Todavía no sabe que su progenitor murió asesinado junto a dos de sus camaradas, mientras realizaba su trabajo en Porongo. 

Liliana Sánchez, madre de la niña, hasta ahora no encuentra la forma de contarle su triste verdad: que ya no tiene papá. Tampoco está enterado su otro hijo de cinco años, que hace las mismas preguntas.

Los que sí recibieron la noticia son los dos mayores, de 10 y 12 años. El mayor ‘celebró’ su cumpleaños al día siguiente de que enterraron a su padre, pero apenas se acordaron de él, Liliana dice que estaba con la mente “nula”, igual que como estuvo en el velorio, el entierro y la audiencia.

Hasta hoy no para de llorar, apenas puede con ella misma, y tiene que ser lo suficientemente fuerte para sostener a sus hijos, todos pequeños.

Liliana dice que la institución (Policía) le está cumpliendo con todo hasta el momento, pero que se siente muy mal y que nadie podría entender su dolor.
“Mi hija no sabe lo que pasó, pero ve la foto de su papá y llora, era muy apegada a él. Estoy mal, no puedo aceptar esta situación. Tengo depresión, quedaron en que desde este lunes iban a darme asistencia sicológica, también para mis hijos, porque esto pasó de la noche a la mañana y nunca me esperé algo así. Lo único que quiero es justicia”, solloza.

El dolor se le acentuó porque se enteró de lo ocurrido al ver las fotos de su esposo muerto y tirado en una camioneta de la Policía. Estaba sola con sus hijos cuando empezaron a llegarle las fotos, fue entonces que empezó a preguntar a los camaradas y le confirmaron que se trataba de Alfonso Chávez, quien en octubre cumpliría 39 años.

Cuando el crimen sucedió, Liliana no sabía si procesar su dolor o angustiarse por el futuro, ya que su oficio es ama de casa y mamá de cuatro menores. Sin embargo, dice que desde trabajo social de la institución verdeolivo la están auxiliando para recuperar los aportes de su esposo a la Mutual de Servicios al Policía (Muserpol) y al Consejo Nacional de Vivienda Policial (Covipol).

Sacaron la casa a crédito y recién iban a terminar de pagarla en el año 2032, pero con el deceso, la casa ya fue asegurada y la deuda extinguida, dice ella.
Quedaron también en darme un ítem, tengo entendido que ya lo están tramitando porque llevé los requisitos. Por esa parte, la institución no me ha abandonado, tengo el apoyo también del ministro”, indicó.

Por el momento, aparentemente el problema económico está resuelto, pero la herida en el corazón sigue afectando mucho. “Lo que más extraño es que era muy atento. Pienso que esto es un sueño, todos los días me levanto y lo busco, pero veo su foto y vuelvo a la realidad. Siento rabia porque me lo quitaron, era tan joven, pero más rabia siento de que mis hijos quedaran sin papá”, se sincera.

Por ahora, Liliana compensa un poco la ausencia del hombre de la casa con la llegada de su hermana, que se fue a vivir con ella para ayudarla y acompañarla. Necesita compañía, sobre todo luego de perder al hombre de su vida, el mismo que conoció en Riberalta, cuando le retuvo la moto cuando era agente de Tránsito, y con el que estuvo casada por 13 años.

Rocío González estaba separada desde hacía un tiempo del policía Eustaquio Olano, pero tuvo dos hijos con él, así que el contacto era constante.
A pesar de la separación, reconoce que le dolió mucho la pérdida, sobre todo de la forma en que ocurrieron los hechos. “Hablábamos a menudo por nuestros hijos, nunca nos deseamos el mal uno al otro, siempre fue un buen papá, a tal punto que mis primeros dos hijos, que no eran de él, no reconocen a nadie que no sea él como su papá”, comparte.
González también está recibiendo la ayuda necesaria de parte de la entidad policial. “Nos están colaborando mucho para hacer los trámites para los beneficios”, reconoce.

Sin embargo, igual que pasa en la otra familia afectada, sus hijos no están muy bien emocionalmente. Rocío explica que les está dando mucho apoyo para puedan salir del shock.

Su hija mayor, de 21 años, y estudiante de Bioquímica, no quería ir a clases, recién empezó a asistir, y lo mismo le pasó al menor, de 15 años, que “por suerte” ahora está de vacaciones.
“Están bastante dolidos y lo que me queda por hacer es darles ánimos para que sigan adelante. Su papá hubiera querido que se dediquen a sus estudios”, cuenta.

Sobre el menor, González dice que es el más afectado, ya que hay momentos en que se ve tranquilo y de repente empieza a llorar porque extraña a su papá. 

“Mis hijos se veían mucho con su papá, iban a la casa que construimos en el matrimonio y donde mi esposo vivía. Se los llevaba fin de semana, siempre estaban con él en sus días de descanso”, dice.

Los dos hijos mayores de Rocío, que viven en Chile, llegaron para dar el último adiós al hombre del que no llevaban su sangre, pero que los crio con mucho amor.  El varón arribó justo para el entierro, y la mujer solo pudo acompañar a poner una lápida en el lugar donde fue asesinado con sus otros camaradas.

“Mi hijo mayor corrió a abrazar el cajón y gritar ‘papá, qué te hicieron’, y cuando fuimos a la casa a recoger las cosas de Eustaquio, las agarró y se puso a llorar”, suspira.

Eustaquio nunca conoció a su papá, nunca supo quién era, pero según su entorno, fue un gran padre, incluso para los que no llevaban su sangre.

Igual que en el caso de Liliana, a Rocío le duele mucho que sus hijos estén sin padre. “Era el papá de mis hijos, me duele su pérdida. Siempre hablábamos de sacar adelante a nuestros hijos, y hoy me duele verlos sufrir”, dice, pero confiesa que también la invaden otros sentimientos, ya de rabia.

“Estuvimos en la audiencia. Sentimos rabia cuando vemos al asesino del padre de mis hijos, impotencia de no poder hacer algo”, dijo, y aseguró que estarán muy pendientes de las audiencias y que para eso se están informando de todo.

Rocío cree que les tomará mucho tiempo superar este trance. “Mis hijos ya no tienen a quién decir papá, imaginen cómo se siente eso, solo queda ir al cementerio a dejar una flor, rezar, pedir a Dios que descanse en paz”, lamenta.
Ahora solo les queda pelear para que se esclarezca el caso y que se agarre a todos los culpables, “porque hay prófugos, lo han matado peor que a un animal, le han destrozado la cabeza”, dice.

Dentro de todo el dolor, su hija mayor se ha acercado a su abuela paterna, a quien habían visto solo dos veces. “Mi hija está hablando más, es la mamá de su padre y es lo único que le queda de él”, explica. 

Trabajo voluntario
José David Candia, el voluntario del Gacip también asesinado en Porongo, dejó en la orfandad a una niña de un año y ocho meses.
Como si se anticipara al futuro, la mamá de la niña empezó a comerciar con ropa americana tres meses antes del deceso de Candia, para generar ingresos, ya que antes de eso se dedicaba a labores del hogar.

Candia no recibía un salario y por tanto tampoco contaba con los beneficios de ley que amparan a las familias de los dos policías; sin embargo, la Policía trató de compensar de algún modo la pérdida. Entregó un ítem a la hermana del fallecido, con el compromiso de que beneficie a la menor.

Según Medardo Poma, representante de la Asociación Nacional de Suboficiales Clases y Policías de Santa Cruz (Anssclapol), la Mutual de Servicios al Policía (Muserpol), ha entregado entre 50 y 60 mil bolivianos a cada una de las dos viudas, monto que corresponde a la cuota mortuoria, y dice que posiblemente también les entregaron el seguro, que tiene que ser gestionado mediante la oficina de Trabajo Social de la Policía. 

Según Poma, las familias de los policías también tendrían que beneficiarse con los aportes a los fondos de pensiones (AFP) y de la Cooperativa Multiactiva Policial (Comupol), en caso de que fueran socios, y explicó que esa información aparece en la boleta de pago de los fallecidos. “Como sector pasivo les vamos a ayudar si les falta algo, también pueden recoger víveres”, agregó.

EL DEBER se contactó con Trabajo Social del Comando, para obtener datos precisos sobre los beneficios a las familias, pero derivaron la solicitud al comandante departamental de la Policía, Erick Holguín, que no respondió al requerimiento.