Fue reo y ahora es actor de una productora suiza: "Por debajo de la ley yo sé cómo ganar dinero, pero ya no quiero hacerlo"
La agencia internacional de noticias EFE descubrió su historia cuando estuvo en el Festival de Teatro de Cádiz. Una vez en suelo cruceño EL DEBER tuvo una larga charla con él. Viene de actuar en España y Chile. En febrero se va a Bélgica. Jorge Antonio Arias sigue visitando la zona de Los Pozos
No todos pueden reescribir su historia. Jorge Antonio Arias (39) lo está haciendo de a poco. A los 9 años deambulaba por la calle, especialmente en la zona del mercado Los Pozos, y a los 12 ya se las apañaba solo. Él no lo dice, pero no es difícil imaginarlo entre la parvada de chiquillos a los que la gente ya les decía "palomillos", en la zona de El Arenal.
Pajarito -ese es su mote- no lo esconde, ha probado de todas las drogas que han pasado por sus manos, es más, aún siente que transita la vida como un equilibrista, y no quiere caer. Eso es importante para él: "Si yo caigo, todo lo que mejoré y que vieron mis amigos también va a caer", es lo primero que dice. Confiesa que hubo ocasiones en que le colocaron a alguien afuera de su habitación de hotel para que no cediera en la tentación de salir a beber.
Hace un mes estuvo en Cádiz (España) y después en Chile, y antes de todo eso en Brasil, fue a trabajar como el actor que es de teatro documental, para el que se monta una investigación previa, se 'guioniza' y se arma una historia, tal como ocurrió con "Palmasola, un pueblo prisión", que se estrenó en 2019 y que Klara Teatro (productora suiza) sigue presentando en los festivales a donde los invitan. El 5 y 6 de febrero se van al Festival de Lieja (Bélgica).
Justamente por ser un ex convicto reincidente, Pajarito convenció a la hora de conseguir el papel. Acudió al Goethe Zentrum y cuando escuchó que la obra sería sobre la cárcel más poblada de Bolivia, inmediatamente saltó de su asiento y dijo: "Sálganse todos de aquí, este trabajo es mío!".
Así fue como quedó atrás su pasado en Palmasola, a donde fue a parar dos veces por robo, porque el arte le hizo entender que "los procesos más largos traen los mejores frutos". Claro que antes de conseguir su primer gran rol Pajarito pasó por la Escuela Nacional de Teatro, entró en 2015 y aunque fue un caminar inestable, hizo todo el recorrido. Fue becado porque ahí fueron capaces de ver su potencial, aunque el alumno por el que apostaron varias veces llegó en estado inconveniente.
Marcos Malavia, fundador de la Escuela enclavada en una zona para entonces marginal (Plan Tres Mil), y los profesores, supieron ver en él aquello que ni el propio Pajarito había logrado descifrar, que tenía pasta de actor y que sus circunstancias eran solo eso, circunstancias y que aquello no tenía por qué definirlo para toda la vida.
El teatro como un espacio humano
Lo que Jorge hace ahora lo llena, lo ha mantenido a raya en el tema de los vicios y le ha dado sentido a su vida. Espera que su arte inspire y sea contagioso. "Yo siempre vuelvo a la calle, que para mí es como un hogar", es más, ahí se siente seguro porque la conoce bien y sabe manejarse.
Cuando está en Santa Cruz es también artista callejero. La cuestión es ganarse le vida como debe ser, "Hay que cambiar la manera en cómo ingresa el dinero. Por debajo de la ley yo sé cómo obtenerlo, pero ya no quiero hacerlo", remarca.
La vida le ha mostrado que hay gente buena y gente mala en la calle o en otros círculos sociales, y cree que el teatro tiene que dejar de ser un privilegio.
Las obras en las que actúa contemplan intervenciones callejeras que involucran al espectador. Por ejemplo, Jorge acaba de llegar de Chiloé, que está en el sur de Chile, un lugar caído en desgracia porque cerraron las fábricas salmoneras y hay muchos desempleados. Ellos eligieron presentar la obra "Dos Vidas" en la calle, donde pululan personas que han caído en el alcohol.
"Estábamos pensando cómo abordarlos, había algo de temor, pero yo le dije a Christoph (Frick, el director), tranquilo, nos acercaremos, nos ganamos su confianza y respeto, y todo va a fluir". Y así fue, y el resultado los dejó satisfechos a todos, público y artistas.
"Un día sin reír es un día perdido"
De tamaño promedio, moreno, con rostro y cuerpo delgado, sus tatuajes llaman la atención. Imposible no reparar en las letras y dibujos en ambos brazos. Habla sobre algunos, elije explicar que lo marcó mucho una frase de Charles Chaplin: "Un día sin reír es un día perdido", por eso la tiene tatuada en el antebrazo izquierdo. En el derecho dice: "Al servicio público" porque así se llamaba una compañía de payasos que formó con otros amigos para ganar el dinero que necesitaban para mantenerse y seguir estudiando.
Con plata en mano le tocaba jugarse el futuro de toda la semana: gastarla de una sola bebiendo o en drogas y pasar penurias los siguientes siete días, o ser más centrado, no gastarla en vicios y seguir con la vida que había decidido comenzar de cero y que le estaba gustando tanto.
"Hola mis locos, ¿cómo están?", puede aparecer diciendo cualquier día que le apetece aparecer en la calle. Y sus amigos lo rodean, les gusta cómo se ve, las cadenas que usa y lo quieren imitar. Él les dice que también lo pueden lograr.
Su orgullo es haber mutado, pasó de ser el hijo por el que sus padres y la familia se preocupaban y pensaban que era un caso perdido, a convertirse en aquel miembro en el que ahora todos se pueden apoyar.