Monseñor Sergio Gualberti exhortó a los feligreses a practicar la justicia en defensa de la dignidad y derechos de toda persona, en particular de los pobres, los marginados y explotados

28 de noviembre de 2021, 10:18 AM
28 de noviembre de 2021, 10:18 AM

La Iglesia católica pidió este domingo, durante su homilía, repara en que siguen incumplidas las repetidas promesas de una reforma general de la administración de la justicia, para que el país cuente con una justicia que actúe de forma imparcial y ecuánime, apegada a la verdad y a las leyes, y respetuosa de la dignidad de la persona humana. Estos requisitos son indispensables para no caer en la discriminación y los favoritismos, y evitar que se recurra a la justicia por mano propia, como en los casos de linchamientos.

Con este primer Domingo de Aviento iniciamos el nuevo año litúrgico y, la Palabra de Dios, al mismo tiempo que nos presenta la memoria de la primera venida de Cristo, anuncia su venida última y nos pide asumir de actitudes de esperanza y espera de Dios, de vigilancia y oración como preparación al encuentro con el Señor.

En la primera lectura, el profeta Jeremías hace un anuncio esperanzador al pueblo de Israel sumido en una situación de abatimiento: “Se acercan los días, dice el Señor, en que cumpliré la promesa... En aquellos días y en aquella hora, ya haré nacer del tronco de David un vástago santo, que ejercerá la justicia y el derecho en la tierra”.

A pesar de que el pueblo vive un largo tiempo de angustia que parece sin retorno, el profeta asegura que pronto se cumplirá la promesa de Dios de que hará surgir el Mesías liberador. Este tendrá la misión de “ejercer la justicia y el derecho en la tierra”, restablecer las relaciones armónicas, con Dios y el prójimo, rotas por los pecados del egoísmo y la codicia, practicar la justicia en defensa de la dignidad y derechos de toda persona, en particular de los pobres, los marginados y explotados.

El Mesías anunciado por Jeremías es Jesús, “el Señor nuestra justicia”, que instauró el reino de Dios en nuestro mundo sediento de vida, justicia y paz. Por eso, en nuestro país, la devoción al Señor Justo Juez tiene raíces muy profundas, en particular entre las personas humildes y en los inocentes víctimas de una administración de la justicia parcializada, servil y sometida a presiones económicas o políticas.

En el evangelio, Jesús, a los pocos días antes de su muerte en Jerusalén, anuncia su segunda venida al final de la historia. Él presenta ese evento con un lenguaje cósmico propio de esos tiempos que se expresa a través de grandes signos de los astros del firmamento. Jesús con este lenguaje, no quiere sembrar miedo, ni tampoco entiende indicar cómo será el fin del mundo, sino presentar el misterio del dolor y de la angustia presente en el mundo, en este tiempo de espera de la liberación definitiva. Por tanto, las palabras de Jesús, “estén prevenidos”, no buscan tanto prepararnos al futuro último, sino a la superación de la precariedad y las postraciones de la vida, del estado de desconcierto del tiempo presente y de las persecuciones a causa de la fe. El Señor nos llama a ser vigilantes para descubrir que Él, a pesar de tantas contrariedades, está presente en nuestra vida y que las circunstancias de la historia, con sus luces y sombras, son camino de salvación.

Además Jesús nos indica cómo valorar y aprovechar el tiempo presente, el único a nuestra disposición “Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos”; por eso, no hay que desperdiciarlo detrás de cosas perecederas y superficiales, ni dejarnos aturdir por los encantos del consumismo, por los vicios y los pecados.

“Tengan ánimo y levanten la cabeza”. Jesús, ante las inquietudes y preguntas que nos ponemos en lo hondo de nuestro corazón acerca del sentido de la vida y de la muerte, y ante las postraciones y desánimos por las tragedias y dolores de la vida, nos pide reaccionar, mantener viva la esperanza en Él y no desalentarnos ni caer en la tentación de buscar mesianismos ilusorios que siempre defraudan.

“Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una gran nube”. Quien llegará no es algo, sino alguien; es Jesucristo, que, en su misión terrenal, pasó su vida haciendo el bien, sanando a toda clase de enfermos, liberando a los poseídos por espíritus malos, y perdonando a los pecadores. Levantemos en alto la cabeza porque Cristo es nuestro salvador, el único en quien podemos poner nuestra total confianza y al que hay que obedecer. Él nos acompaña en toda circunstancia de la vida, por eso nos anima: "cobren ánimo, se acerca su liberación"; una liberación integral de los males y pecados que nos esclavizan, para transformarnos en personas nuevas.

Por eso, hay que dar pasos concretos acogiendo los beneficios de la liberación, teniendo la mente despejada y el corazón libre de vicios, de ídolos y de toda clase de males. El Adviento que iniciamos es el tiempo oportuno para hacer un examen de conciencia sincero y profundo, para reconocer nuestros errores y corregirlos, recurriendo a la vigilancia y a la oración, como nos dice Jesús: “estén prevenidos y oren incesantemente”, a fin de que Dios nuestro Padre nos de la fuerza de no caer en la tentación y ser perseverantes en la fe hasta el fin.

San Pablo, en la segunda lectura invita a los cristianos de Tesalónica a “crecer cada vez más en el amor mutuo y hacia todos los demás...”. Esta invitación vale para todos los cristianos ya que hemos experimentado el don gratuito del perdón y de la salvación. Sigamos el ejemplo de Jesús, crezcamos en el amor al prójimo, perdonando y reconciliándonos con quienes hemos tenido problemas.

Con esta actitud debemos también esforzarnos para transformar la realidad que nos rodea marcada por tantos males, recurriendo al poder del amor para lograr un cambio verdadero. Un amor que se concreta en obras de solidaridad, justicia y paz en bien de los demás, en especial de los pobres y los marginados.

Vivamos con intensidad estas semanas de esperanza y espera, como nos recuerda la luz de las velas de la corona de Adviento puesta en el altar, preparándonos a acoger al Señor que viene, siendo vigilantes y orando como la Virgen María, la primera en recibirlo en su ser. Hoy inicia también la Novena de la Mamita de Cotoca, la Inmaculada Concepción nuestra patrona. A causa del repunte de la pandemia, también este año la Mamita no nos puede visitar en la Catedral, pero nos espera en su Santuario. Por tanto, vayamos nosotros a visitarla a lo largo de la novena, evitando, en lo posible, la peregrinación de la víspera y la concentración masiva del día de la fiesta.

El lema de este año, “Caminemos de la mano de María hacia la reconciliación y la paz”, nos pide dejarnos guiar por María en aplacar las tensiones y conflictos en nuestra Patria, siendo operadores de paz que apostan por el respeto mutuo, el diálogo sincero, y la búsqueda de lo que nos une y no de lo que nos divide. Amén