El menor víctima de violación y que fue contagiado con una grave enfermedad será enterrado el próximo lunes 13. La mujer cuenta el drama que vivió con la enfermedad de su hijo en los últimos meses

11 de junio de 2022, 21:25 PM
11 de junio de 2022, 21:25 PM

Con la voz entrecortada, a veces ahogada por el llanto intermitente, la señora Bertha toma fuerzas por momentos, como cuando pide justicia para su hijo, el pequeño de 11 años que falleció la mañana de este sábado en el Hospital de Niños Santa Cruz y que es velado en su domicilio de Yapacaní. El pequeño fue víctima de violación y, producto de ella, contrajo la enfermedad que terminó complicándose y deteriorando su salud, hasta acabar con su vida.

“¡Quiero justicia!, que investiguen profundamente (…) Tiene que haber justicia, no se va a pasar (quedar) así. Mi hijo se está yendo para siempre y ellos van a estar riendo (…) Aunque me maten no voy a callar; donde sea voy a hablar”, manifiesta la mujer.


El dolor de la madre es evidente, mientras cuenta cómo fueron los últimos meses del pequeño, que será enterrado el lunes 13, pues su mamá quiere tenerlo en su casa un día más.

El año pasado, el niño comenzó a tener problemas para tolerar alimentos y líquidos, que después de ser ingeridos eran rechazados por su organismo. Por ello el pequeño perdió peso y fue ingresado en un centro para niños con desnutrición en San Carlos. Allí estuvo algunos meses, donde pudo subir algunos kilos: de 20, a 26, recuerda la mamá. En ese tiempo el niño tuvo que ser alimentado con sonda. Además acudía a realizarse controles en el Hospital Japonés, cada cierto tiempo.

Fue dado de alta este año y volvió a su casa donde, después de un mes, volvió a tener problemas y los vómitos volvieron a ser frecuentes; no podía retener lo que comía ni lo que bebía. Le costaba tomar los medicamentos de su tratamiento de ese entonces; el pequeño decía que le picaba la garganta al tomarlos. Pero, como su condición no mejoraba, lo llevaron al hospital de Yapacaní, pese a su resistencia.

La señora Bertha llora, solloza, interrumpe su relato por momentos, y recuerda que el 26 de mayo su hijo le pidió que lo sacara del hospital. Su objetivo era comprar un obsequio para ella y celebrarle, junto a sus hermanos, el día de la Madre. Ese viernes 27 consiguió su deseo y festejó a su mamá, con flores, caramelos y chocolates. Sin embargo, el lunes siguiente nuevamente fue internado, pues su salud no había mejorado.

“’Mamita’, me abrazó; para eso nomás quería salir del hospital… ‘Mi mamá, tanto está luchando; por eso a lo último, esto, por lo menos (le) voy a regalar, la voy a abrazar’, parece que decía; ya sabía que no iba a avanzar, mi hijo”, narra acongojada y en llanto.

Ese lunes, finalmente el pequeño tuvo la conversación, que había postergado por meses, con su mamá. Por primera vez compartió con ella el drama que había vivido y que había guardado para sí mismo, así como el miedo que lo invadía por las amenazas que había recibido de sus abusadores, de atentar contra él y sus familiares, si osaba contar las atrocidades que había vivido.

El siguiente domingo, el 5 de junio, lo mandaron a Santa Cruz. El lunes fue la última vez que la señora Bertha pudo escuchar su voz, cuando la llamaba desde su cama del hospital. Ella lamenta que no hubiera tenido la autorización para entrar y quedarse a su lado; no le importaba dormir en el piso, pero quería estar cerca de su hijo, cuyo miedo era grande.

Ella ahoga su llanto, plañe y cuenta que el martes su pequeño fue sedado. Ese martes 7 su hijo cumplía 11 años, por lo que el lamento de la mujer crece y clama por su hijo perdido; sufre y le habla al cuerpecito que está en su féretro, le pregunta por qué no la escucha. “No (te) tenías que ir vos, todavía. ¡No, niño!, ¿por qué?”, dice, pero la voz no le alcanza más que para expresar algo del dolor que siente, entre gemidos, en el velorio de su hijo.