La vida de Guadalupe Montenegro ha sido muy difícil, pero tiene el don de aprender lecciones con cada golpe, el último casi la llevó a la tumba. La funcionaria pública cree que su hija ‘especial’ y sus propias oraciones la salvaron

8 de julio de 2022, 17:25 PM
8 de julio de 2022, 17:25 PM


Lo que para algunos sería motivo de quejas y reclamos al cielo, ella lo convierte en gratitud y aprendizaje.

María Guadalupe Montenegro Flores (52) es una funcionaria pública ‘sui generis’. Trabaja como abogada de derechos humanos en la Defensoría del Pueblo, y a diferencia de muchos en su especie, ella ha sido ‘adoptada’ por migrantes, mujeres y niños abusados, etc., debido a su alto grado de compromiso.

Su empeño y lucha, además de situaciones familiares duras, la llevaron a una escalada de estrés, que derivó en constante presión alta y explosión de un aneurisma.

Ocurrió en febrero, a mediodía, cuando estaba sola en la oficina. Se desvaneció, vio su cuerpo caer, como si su alma se separara del envoltorio físico. Y a pesar del trance, su fe la hizo elevar una oración, “Dios mío, no permitas que muera”, dijo.

Estuvo 21 días hospitalizada, diez de ellos en coma, y desde la inconsciencia, lo único que pronunciaba a menudo era “María”.


Es el nombre de su hija menor, a la que llama su niña especial, que quedó con parálisis cerebral cuando tenía un año, por excesos en la aplicación de la anestesia.

Mientras estaba postrada, conoció el famoso túnel del que hablan los que han regresado de la muerte, pero a diferencia de otras versiones, Guadalupe dice que en este había un sector muy frío, terrorífico, donde solo escuchaba llanto y gritos de auxilio. “El infierno existe”, dice convencida.

En ese mismo túnel vio a su madre, que falleció cuando tenía la misma edad de Guadalupe. “Me dijo que no era momento de que yo estuviera ahí, me tomó de la mano y me sacó, diciéndome que corriera”, cuenta. También vio a María, que le sonreía.

En la Caja Nacional de Salud (CNS) le decían la señora Milagro. “Los médicos advirtieron a mis hijos que yo no iba a vivir, estaban esperando que me diera un paro cardiorrespiratorio porque no solo reventó el aneurisma, sino muchas venas en mi cabeza”, dice.

Pero más impresionante fue para los especialistas, explica Guadalupe, que no quedara con secuelas. Incluso recuperó la voz rápido, a pesar de los días de intubación. “En medio del desvanecimiento clamé a mi padre y él me escuchó”, se emociona.

Nunca pesó que tanta gente la apreciara. Cuando volvió a la vida y estuvo consciente, sus hijos le contaron que hasta los migrantes venezolanos y colombianos, a los que ha colaborado, se organizaron para recaudar fondos y ayudarla. 

También fue víctima

A Guadalupe nuevamente le tocó estar del otro lado, primero fue con la negligencia médica de su hija menor, y ahora “inventar” plata para pagar las cuentas, a pesar de estar asegurada.

 Tuvo que prestarse más de diez mil dólares para un dispositivo de embolización. “La CNS debe ser investigada”, reconoce.

Pero además de la fragilidad de su hija, que a menudo convulsiona, y de la ruptura del aneurisma en ella, hace un año, Guadalupe y su familia también tuvieron que conseguir plata de donde se pudo, cuando el yerno de ella tuvo un accidente en moto, que hasta la fecha lo dejó con secuelas en la cabeza.

“Mi hija y su esposo recién habían tenido a su hija, que cumplía dos meses en esa época. Mi yerno sanó, pero perdió la memoria y ahora está a cargo de su mamá”, comparte.

Las situaciones que ha visto en su trabajo y las que le tocó vivir, han metido a Guadalupe una idea que nadie le quita, crear la Fundación María, por una justicia transparente y solidaria.

“En esta vida todos tenemos un propósito que nos ha dado Dios, tratemos de buscarlo a través de él. Vi la muerte, pero tengo vida gracias a la misericordia del señor, sé que hay un propósito detrás”, dice.

Dura infancia

Creció en el campo, hija de obrero de ingenio azucarero, de niña veía a su madre lavar la ropa de sus ocho hijos de noche y a la intemperie cuando el frío calaba los huesos.

Le preguntó por qué lavaba en semejante clima, y ella le dijo “porque no estudié”. Desde entonces, contra viento y marea, Guadalupe se empeñó en estudiar, pero siempre en algo relacionado a la defensa de los derechos humanos.