A Wálter Román, jubilado y pastor de iglesia cristiana, la enfermedad le puso a prueba la fe, pero salió con las ideas más claras por la segunda oportunidad

1 de marzo de 2021, 14:53 PM
1 de marzo de 2021, 14:53 PM

Su historia es de esas con final feliz, aunque durante el trance del Covid-19, como el que le tocó vivir, su fe corría riesgo de tambalear.

Wálter Román (64) vivió varias batallas paralelas, desde la física, con su organismo dando pelea al virus; pasando por la económica, con su familia moviendo cielo y tierra para pagar la clínica; y, por último, la espiritual y mental, luchando contra el miedo a morir, e imponiendo la certeza del Dios que predicaba en sus días como pastor de iglesia cristiana.

Hoy, victorioso y sano, cuenta lo que le tocó vivir, con tanta serenidad que suena más sencillo de lo que realmente fue, pero quienes acompañaron todo el proceso, saben que la familia y el enfermo pusieron mucha garra.

Wálter siente la necesidad de contar su historia, ese deseo surge de una sola palabra: desesperanza. Según él, es la sensación generalizada que existe hoy, no solo en Santa Cruz y en Bolivia, sino en el mundo, debido coronavirus, al golpe económico para todos los sectores por la pandemia, a las preocupaciones y a la incertidumbre.

Hoy, cuando Wálter ve las cosas con más claridad, al hacer una retrospectiva, tal como pasa a todos los que casi perdieron la vida, sabe que el simple hecho de inhalar y exhalar es un milagro, de tal magnitud que el resto de las cosas se vuelve invisible.




Wálter junto a su familia/Foto: Familia Román

“Todo esto que pasa hoy, como la gente que anda afligida, temerosa, en medio de un ambiente de desesperanza, con un sistema de salud precario, tiene un propósito, que alcemos la mirada al cielo. La gente ha vuelto a sus hogares para que haya una relación más de padres a hijos”, celebra en medio de lo que a otros produce pavor.

Con una cuenta enorme

Cuando se enfermó de Covid-19, Wálter tenía un seguro médico que le daba muy poca confianza.

Estuvo en su casa en la medida que sus pulmones lo permitieron, hasta que pidió que por favor lo trasladen donde le hagan un tratamiento más agresivo. Ya no podía respirar.

Su mensualidad como jubilado, el mínimo nacional, a pesar de haber sido vicerrector de una universidad, hacía impensable pagar una de las clínicas más costosas de Santa Cruz. Pero su familia hizo aparecer la plata para la garantía.

Estuvo dos semanas en la Unidad de Cuidados Intensivos (UTI). Antes de ingresar a esa zona, le dijo a su esposa “mi amor, no quiero morir”, y no la vio más, hasta que pasó esa etapa.

Los médicos sugirieron que sea intubado dos veces, y en ambas oportunidades, la familia se negó. Prefirieron caminar por fe, a pesar de que los pulmones estaban en mal estado.

Con ayuda de un familiar, experto en medicina, que radica en Brasil, monitorearon a Wálter, le hicieron recomendaciones, filtraron la hoja clínica, y de ese modo, todos estaban informados de su evolución.

“Estuvo grave, con 80% de los pulmones tomados, saturando bajísimo, con problemas de coagulación, un montón de complicaciones. En dos oportunidades los médicos le indicaron tubo, y que si no se lo intubaba, se iba a morir, pero la familia no quiso”, recuerda el familiar que hizo seguimiento.

La cuenta alcanzó los 20 mil dólares, y cuando Wálter estaba consciente, solo atinaba a pedir que lo trasladen a un centro más barato. Era parte de la guerra mental.

Cuando mejoró un poco, lo pasaron a otra clínica, donde recibió tal descarga de medicamentos, muchos hepatotóxicos, que le ocasionaron hepatitis por inflamación del hígado, el Síndrome de DRESS, o de hipersensibilidad inducida por remedios. Se llenó de manchas rojas en la piel, bajó 15 kilos, el calvario continuaba.

Increíblemente, la familia consiguió, fruto de las donaciones de ex alumnos de la carrera de Ingeniería Agronómica, de compañeros de iglesia, amigos, etc., cuatro mil dólares. Tuvieron que vender el vehículo de Wálter.

“Comenzó a llegar el dinero de una forma poderosa y milagrosa”, recuerda. Y mucho tuvieron que ver su esposa, que apenas dormía para conseguir ayuda, y su hijo mayor, que sin medir las consecuencias, buscó para su padre la mejor clínica posible. Tenía claro que lo demás se resolvería en el camino.

Renovó el pacto

Antes de padecer con el coronavirus, Wálter ya era un hombre de fe, pero tras la enfermedad, esa relación con Dios recibió un shock de vitaminas y el pacto que ya tenía con él fue renovado y reforzado.

Wálter es parte de un ministerio de evangelización hospitalaria. Y por muy creyente, sobre todo es prudente, así que por el momento, lo que hace es hablar de Dios a los enfermos, pero por el momento, y mientras dure la pandemia, a través de plataformas digitales.

“Le dije a Dios, ‘señor, si usted me devuelve la vida, lo voy a servir’. Y lo estaba sirviendo, pero ahora con más dedicación y seriedad, con mayor entusiasmo”, confiesa el pastor renovado.

Dice que los hospitales son campos abiertos, lugares ideales para predicar la palabra, porque la gente está ávida, al menos en sitios como el Hospital Oncológico, donde las personas saben que pueden perder la vida por la gravedad del cáncer.

Después de Wálter, su compañera de vida también se contagió de Covid-19, y se puso mal, pero la familia estaba un poco más ‘canchera’ por la anterior experiencia. Así que siguieron al pie de la letra las recomendaciones del pariente médico en Brasil desde el primer instante. Y todo salió bien, y no tuvieron que volver a empezar con correteos de clínicas y recaudación de dinero.

“Solo pasé por una prueba, por el desierto. Todo esto ocurre para forjar nuestro carácter”, exhorta Wálter.