El histórico de Santa Cruz reporta 9.445 casos de VIH/Sida y el deceso de 1.382. Este año hasta octubre aparecieron 1.081 casos nuevos, de los cuales el 75% corresponde a pacientes masculinos

El Deber logo
1 de diciembre de 2018, 5:00 AM
1 de diciembre de 2018, 5:00 AM

Por Gina Justiniano Cuéllas y Nelfi Fernandez Reyes 

Hace un par de años Augusta Cruz Ayala tomó una decisión: no esconderse más, volver a su casa y con su historia dar esperanza a los que la quisiesen escuchar. “Yo vivo con el diagnóstico, vivo en positivo”, dice ahora con voz queda mientras se le dibuja una sonrisa en el rostro y un brillo acompaña a su mirada.

Pero hace justamente dos años atrás, la primera vez que Augusta habló de su diagnóstico con EL DEBER, era otro el panorama. Vivía en una casa alquilada en la periferia de la capital cruceña, estaba alejada de sus hijos, apenas aceptaba que el VIH –esa enfermedad que se había llevado a su hija– la acompañaría toda su vida y que la mejor forma de combatirla, era dándole la cara.

Era muy difícil, cuenta. No es que ahora sea más fácil, sino que está llena de coraje, y de hacer frente al estigma y a la discriminación a las que son sometidas las personas que viven con VIH. Recuerda que cuando comunicó a su familia que era portadora lo único que encontró fue rechazo, uno de sus hijos le prohibió que se acercara a sus nietos porque “cualquier rato regaría sangre y los contagiaría”.

Augusta ha decidido dar la cara, da consejerías. Busca que su caso ayude a previnir el VIH en otras personas | Jorge Gutiérrez

Ahora Augusta se ríe de tamaña ignorancia. Sus mismos hijos la echaron de su casa e incluso uno de ellos la agredió. Ahí también se cruzó el tema de la herencia. En estos dos últimos años también murió su expareja, padre de sus hijos. “Decidí vivir, decidí valerme de las leyes y con el dolor en el alma fui a poner una denuncia en contra de mi propio hijo”.

Pero eso no fue todo. Augusta empezó a hablar a toda su familia de su enfermedad, pero para llegar a esa etapa requirió del apoyo de otras personas que vivían en iguales circunstancias. Luego, las redes sociales le dieron lo que ella llama “una idea genial”. En Facebook vio el anuncio de una ONG que, junto a la universidad privada de Santa Cruz Unifranz, estaba ofreciendo una capacitación sobre VIH/sida y vio allí una oportunidad para entender lo que el Virus de Inmuno Deficiencia Humana (VIH) estaba haciendo en su cuerpo y sobre todo, cómo frenarlo.

Al final del curso logró no solo eso, sino que se convirtió en experta en “Asesoría e intervención a persona con VIH/sida” y ahora es voluntaria en el CDVIR del centro de salud 18 de Marzo. “Tomé la decisión de dar la cara pensando en mi hija, que murió a los 21 años. Si mi testimonio ayuda a evitar más contagios me sentiré realizada”.

Cree que se contagió del virus al compartir la aguja para hacerse un tatuaje con su hija que, en ese entonces tenía 19 años. Después de un año de aquel evento el enamorado de la joven falleció a consecuencia del virus. A esa muerte le siguió la de su hija, que se negó a seguir los tratamientos. Ahora Augusta quiere evitar que más jóvenes tengan el mismo final de su hija.