El 5 de septiembre se cumplen 31 años de la muerte del investigador. Ocurrió en la entonces reserva natural Caparuch. Aquí una historia para conocer más del caso

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3 de septiembre de 2017, 14:00 PM
3 de septiembre de 2017, 14:00 PM

El cruceño Noel Kempff Mercado se ganó el respeto internacional por sus grandes investigaciones y descubrimientos científicos. Había identificado y calificado especies de flora y fauna desconocidas y que habitaban en las selvas bolivianas. Autor de cuatro libros y de más de 40 publicaciones en diferentes países, lideraba una expedición hacia la reserva nacional Huanchaca de la que participarían ocho miembros de la estación biológica de Doñana, de España. 

El primer grupo, comandado por Kempff, partió la mañana del 5 de septiembre de 1986, en una avioneta Cessna hacia una pista de aterrizaje supuestamente abandonada, que se encontraba en lo alto de la reserva forestal, en la meseta de Huanchaca. En la aeronave, pilotada por Juan Cochamanidis, también viajaban el guía Franklin Parada y el biólogo español Vicente Castelló, que sabía cómo montar la antena de radio y que servía para orientar los siguientes vuelos para completar la expedición.

El último hallazgo de Noel Kempff en medio del área protegida fue otra especie poco conocida y mortal: una megafábrica de cocaína, la mayor de la historia de Bolivia hasta ese momento, y que permitió certificar, según expertos y analistas, la vinculación entre el narcotráfico y el Estado. 

En esa expedición, ocurrida hace 31 años, murieron Noel Kempff Mercado, el piloto Cochamanidis y el guía Franklin Parada, y solo escapó con vida el científico español Castelló.

Versiones
El abogado y exfiscal del distrito de Santa Cruz Williams Herrera, autor del libro La despenalización del narcotráfico, dijo que con el denominado caso Huanchaca “salió a la luz pública y se constató una realidad que venía desde hacía años, en la época de las dictaduras: el narcotráfico se había instalado en el poder”.

Herrera se refiere a los gobiernos de facto de Hugo Banzer (1971-1977), cuando se mencionaron vínculos entre algunos funcionarios de su Gobierno con el narcotráfico, y al de Luis García Meza (de julio de 1980 hasta octubre de 1982), cuyo ministro del Interior, Luis Arce Gómez, pagó condena en Estados Unidos por tráfico de droga. El hecho de Huanchaca se produjo durante la gestión de Víctor Paz Estenssoro.

El jurista también mencionó que la muerte de Noel Kempff Mercado permitió que por primera vez se produjera una censura social al narcotráfico, porque hasta ese momento los narcotraficantes andaban de “cuerpo entero” por las calles. Eran padrinos de comparsas y de fraternidades aunque los ciudadanos sabían quiénes eran. “Desde Huanchaca se descubrió el fenómeno del narcotráfico como dañino para la sociedad y todas sus implicaciones sociales”, mencionó Herrera.

El narcotráfico también marcó otras gestiones de Gobierno, como la de Jaime Paz Zamora, con el denominado caso de los ‘narcovínculos’; el de Gonzalo Sánchez de Lozada, con el ‘narcoavión’, y en el actual con los casos de los ex jefes policiales René Sanabria y Óscar Nina. 

A juicio de Gustavo Pedraza, especialista en Resolución de Conflictos por la universidad de Harvard, la muerte de Kempff representó, en lo social, “el punto de inflexión a la tolerancia al narcotráfico, mientras que en lo político se constató la relación de autoridades de Estado con la actividad ilícita, porque los hechos delataron esa realidad”.

Pedraza, que en la época de la muerte de Noel Kempff era dirigente universitario, mencionó que fue evidente la conexión de agentes de la DEA (la agencia antidroga de Estados Unidos) con este caso y la primera vez que comenzaron los cuestionamientos al trabajo desempeñado por los estadounidenses en la lucha antidroga.

Las dudas contra la DEA y contra el Gobierno de Víctor Paz Estenssoro surgieron porque los operativos en el lugar se ejecutaron después de 72 horas de ocurridos los hechos en la reserva natural, situación que causó un repudio general. Además, el asesinato de Kempff coincidió con la presencia en Bolivia de tropas de Estados Unidos que realizaban operativos para combatir el tráfico ilegal de sustancias controladas.

Pedraza recordó que días después del escándalo abandonaron el país el entonces embajador de Estados Unidos, Edward Morgan, y el director de la DEA. 
Róger Cortez, entonces diputado que solicitó la conformación de una comisión para investigar el caso Huanchaca, ratificó la versión de los nexos de la DEA con este caso. 

Noel Kempff Mercado disfrutaba de la selva, de registrar sus hallazgos

Recordó que durante la investigación en el Congreso Nacional hubo una división en la comisión a medida que se acercaba la fecha para presentar el informe al plenario. Un grupo, que representaba a la mayoría oficialista, mencionó el avance de la fabricación, comercialización, exportación y distribución de droga, en particular cocaína.

Mientras que el informe por minoría, de la que formaba parte Cortez, deja constancia que la muerte de Kempff y la inexplicable tardanza y la negligencia de las autoridades locales, así como de las fuerzas militares, traslucía una compleja red de relaciones entre este enorme negocio con factores de poder político interno y del exterior. 

Según Cortez, la posición fijada en ese entonces se vio respaldada por las investigaciones realizadas en Estados Unidos en las que, de acuerdo con su versión, se estableció que sectores del Pentágono y de la inteligencia estadounidense negociaban con bandas de narcotraficantes en Sudamérica para respaldar al entonces Gobierno de Nicaragua y para financiar operaciones encubiertas en el denominado Irán Gate, en el que estuvo involucrado el general Oliver North, vinculado al entonces presidente Ronald Reagan. 

El exdiputado dijo que con la muerte de Kempff fue posible aportar los elementos, indicios y pruebas de que esta cuestión iba mucho más allá del espacio de crónica roja y de notas policiales. Esta investigación también costó la vida del diputado socialista Edmundo Salazar.

La presencia de la agencia antidroga estadounidense en ese caso también fue mencionada por el expresidente Jaime Paz Zamora. “La DEA fabricó todo el caso Huanchaca porque necesitaba demostrar que en Bolivia se producía droga, y no solamente eso, sino que era un golpe orientado hacia la sociedad cruceña, que se había vuelto muy permisible con gente involucrada con el narcotráfico. Con ese hecho se sacrificó a un notable y queridísimo hombre de Santa Cruz, provocó un sacudón en la sociedad cruceña”.

Por su lado, el ministro de Defensa, Reymi Ferreira, afirmó que el caso Huanchaca dejó en evidencia la vinculación directa del Gobierno con el narcotráfico, la relación de la DEA con cárteles y la actuación parcializada y cómplice de organismos judiciales, policiales y militares del país en esa época. 
Ferreira aseguró que los casos de narcotráfico en el Gobierno de Evo Morales son excepcionales, todo lo contrario de lo que piensan los analistas.  

Don Noel, fue un hombre que estaba ligado plenamenta a la naturaleza

El relato del único superviviente de Huanchaca a su llegada a España
El biólogo español Vicente Castelló tiene grabado lo que ocurrió en Caparuch. “Volamos en un Cessna monomotor de 500 kilos de carga. El viaje desde la pista del aserradero (ubicado a 50 o 60 km de la base Los Farallones) hasta lo alto de Huanchaca duró 28 minutos. Arriba encontramos una pista en la misma orientación que nos habían dicho (algunos trabajadores del aserradero); hicimos una pasada para verla bien y decidimos aterrizar. Desde el aire vimos varios caminos y una acumulación de bidones, por lo que decidimos ir a ver si había gente, aunque nos habían dicho que era una pista abandonada".

“Bajamos los cuatro de la avioneta (Noel Kempff, el guía Franklin Parada Auclos, el piloto Juan Cochamanidis y Castelló) y seguimos por el camino hacia donde habíamos visto los bidones. Estarían a unos 500 o 700 metros. Pero a mitad de camino, el profesor, viendo que estaban lejos, sugirió que él y yo volviéramos a la avioneta mientras el guía y el piloto seguían. Estuvimos unos minutos en la avioneta; el profesor se sentó en la rueda, encendimos un cigarro y comentamos algunas cosas. Noel Kempff sacó su equipo de grabar porque iba a editar discos de sonidos de la selva. De pronto, él me dice: ‘Vaya, se fueron dos y vienen cuatro'. A unos 70 metros vimos a Franklin y a Juan, que venían seguidos por dos individuos que les encañonaban con metralletas y que llevaban escopetas de cartuchos al hombro. Se acercaron, e inmediatamente me dirigí a ellos en castellano, ya que tengo aspecto de gringo. Dije que veníamos a estudiar los animales”.

Según el biólogo español, esta escena no duró más de un minuto, durante el cual los dos individuos, que según Castelló tenían entre 25 y 35 años, y aspecto guaraní o brasileño, no pronunciaron ni una palabra. “Sí, esta es la avioneta. El profesor estaba sentado debajo del ala, sobre la rueda; yo estaba a su lado; el guía, Franklin, en la punta del ala, y el piloto se había situado un poco detrás, en la cola, y ellos dos enfrente. De pronto, el guía hizo un gesto como de tocarse la camisa, y uno de ellos le dijo dos palabras en voz alta en portugués. Montó la metralleta y le disparó sin mediar nada más. Si la primera escena duró un minuto, esta no fueron más que décimas de segundo. El piloto corrió hacia atrás, yo me giré y el profesor Noel se incorporó de donde estaba sentado y les dijo: ‘Pero no hagan esto, señores'. Entonces salí corriendo y oí detrás mio otra serie de disparos. Estábamos el piloto y yo corriendo por la pista y ellos detrás nuestro disparándonos a unos 50 o 60 metros. Yo superé al piloto y seguí por la pista”. “Nos internamos en la selva por uno de los múltiples caminitos.

Era un bosque no muy alto, pero muy espeso y con mucha liana. Me aparté del camino porque pensé que ellos lo conocían. Antes de salirme miré hacia atrás y vi al piloto que seguía por el camino. Me adentré entre la maleza y me iba liando. Al poco decidí tumbarme y quedarme quieto, y entonces oí tres disparos seriados en un espaciamiento de unos minutos y ya no escuché nada más”. Había transcurrido menos de una hora desde que aterrizaron en Huanchaca. Castelló se quedó  inmóvil bajo una maraña de lianas y plantas, comido por los insectos. Una hora y media después empezó a oír un ruido a su derecha, como a unos 50 metros. “No lo pude ver”, explica, “pero oí cómo un individuo entraba en el bosque picando con un machete. Yo estaba amarrado por las lianas y las hierbas que me tapaban. Llegó a unos 50 metros y fue girando y girando alrededor mío hasta que desapareció. 

El biólogo relató que se quedó quieto en el lugar todo el día y toda la noche mientras pensaba: “Si habían retirado la avioneta y los cadáveres de la pista, ahí no quedaba ningún punto de referencia”.  Al alba salió de su escondite y se encontró el cadáver del piloto tendido casi en el mismo sitio en el que él había abandonado el camino. Subió a una altura desde la que se divisaba la pista y vio la avioneta quemada, decidiendo esperar allí. Sobre la una de la tarde, obligado por la sed, fue en busca de agua y encontró una zona pantanosa. Vio también latas de cerveza, basura, trapos y huellas. Pero estaba convencido de que los asesinos se habían ido. 

Poco después de beber escuchó un zumbido, que primero atribuyó a un insecto y que finalmente identificó con un motor. “Estaba a más de un kilómetro de la pista, pero tenía una incertidumbre: no sabía de quién era esa avioneta. Fui acercándome y pude ver que tenía matrícula boliviana. Estuvo dando muchas vueltas, y yo quería pensar que eran los míos, y efectivamente así fue. A unos 200 metros de la pista salí a una zona clara e hice señales con un trapo. Entonces me vio Curro Prada, otro biólogo de Doñana que venía con nosotros. Tardaron un rato en aterrizar, y yo les dije que nos fuéramos enseguida. Vámonos, vámonos, que aquí ha habido un desastre”.
El País (España) 21 sept. 1986

Su legado perdurará para siempre. Foto: Jorge Gutiérrez

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Manfredo Kempff

Escritor y diplomático

Cada vez que se aproxima un aniversario más del asesinato de Noel Kempff Mercado, a manos de narcotraficantes, nos inunda una congoja enorme y recordamos aquellos días de dolor y luto, de una confusión enorme que no cabía en el entendimiento de los ciudadanos y menos de su familia. Habían matado a un hombre bueno y noble que solo deseaba ayudar a que su ciudad fuera más bella y su país un poco mejor. Hoy no vamos a recordar el asesinato en la meseta de Caparús, hace 31 años. Esa fue una tragedia y es hora de referirse a la persona y no a los viles sicarios que lo mataron ni a los mentores que no se pudo sancionar.

Desde mi niñez y juventud lo recuerdo como un socialista romántico, preocupado por la gente que sufría. Él mismo decía ser un socialista porque no podía concebir la vida de otra forma. Era una intuición y un sentimiento de que podría existir un mundo mejor si los hombres cambiaban. Detestaba el autoritarismo, creía ciegamente en la democracia, y esa conducta la aplicó en su vida  personal, donde la sencillez y la filantropía estaban en su esencia. Gran filántropo había sido su bisabuelo; era la filantropía del dinero para los desamparados. La de él, era otro tipo de filantropía, la filantropía del trabajo. Porque entregar su tiempo a algo, sin medir en recompensas, es una forma de filantropía también.

Mis remembranzas de niño en Buen Retiro tienen mucho que ver con su carácter alegre y su amor por lo que realizaba. En el campo vestía botas de media caña, pantalones anchos y camisa de manga corta, afuera. Lentes, siempre. Era un incansable caminante y conocía todas las sendas y atajos que había en el monte. Cazaba y pescaba para comer en familia, no con otro afán. Cogía ranas en la laguna que había frente a la casa para aprovechar su carne. Vivía muy austeramente y además del buen almuerzo, en las noches siempre preparaba el quesillo agrio con yucas asadas en las brasas. Fumaba tabaco negro pero no bebía; tal vez un cóctel cuando iba al Círculo de Amigos. Él construyó con sus manos la enorme casa de teja que perdura hasta estos días en Buen Retiro y que tuvimos oportunidad de verla con gran nostalgia, junto con mi hermano Julio,  luego de sesenta años. 

Jamás dejaré de recordar las largas vacaciones que pasábamos en la casa de hacienda con mis abuelos Francisco y Luisa, cuando al comienzo íbamos en carretón y a pie, antes que se pudiera ir hasta la banda del río en vehículo. Nos reuníamos todos los primos que ahora somos abuelos y pasábamos días de jolgorio, pero el tío nos buscaba ocupaciones a cada uno. Yo iba a la ordeña al rayar el alba y luego llegaba el suplicio cuando me llevaba a la cosecha de la miel, a melear. Pese a que me vestía como un marciano, las abejas se las arreglaban para picarme y a él, que no usaba ni guantes, no le hacían nada. A mí, porque era alto para mi edad, me llamaba Surubicillo, haciendo alusión al surubí grande de nuestros ríos.

Pocos días después de su muerte yo escribía que su inquietud y su amor por el conocimiento de las cosas, producto de la investigación, lo llevaría a recorrer por cualquier medio, grandes zonas del oriente boliviano. Ese amor por la investigación científica lo hizo un observador nato de la vida animal y vegetal. Desde su juventud, en sus interminables caminatas y en sus tareas apícolas, él impresionaba con la forma de actuar, de ver su entorno. Tocaba las cosas con cariño, casi acariciándolas, ya fuera una planta, una abeja o un pájaro herido. Su amor por la naturaleza estaba en todo su ser y a través de su tacto delicado parecía captar el dolor, la sed o el hambre de los organismos vivos. Como un encantador tomaba a las serpientes, hurgaba los enjambres de avispas o separaba intacta una bella orquídea.

Al científico autodidacta – no significaba que no fuera profesional y que escribiera tanto y sobre tantas cosas– a ese gran observador de la vida natural, nada se le escapaba a la vista ni al instinto. En ese su afán de conocer para transmitir, en su apuro por descubrir deprisa merced a un extraño presentimiento de una muerte próxima, se encontró con una maravilla, que, a cambio de contemplarla y amarla, truncaría su vida aún joven: las cataratas del río Pauserna. En plena selva virgen, en la llamada Huanchaca que él rescataría con el nombre nativo de Caparús, allí se embrujó el científico con las aguas claras del río. El Pauserna fue el canto de sirena que lo llamó al peligro y Noel no pudo, como Ulises, amarrarse al mástil de su nave para salvarse de ese encanto mortal.

Fue entonces que se encontró con ese farallón en medio de la selva, de una eterna virginidad, donde aparentemente durante milenios se habían desarrollado, solos, los animales y las plantas. El farallón de Caparús, es un bello nombre para esa tierra ignota, subyugante, lejana, prohibida aún para los hombres, pero donde ya se había instalado una despreciable subespecie humana, hez de la sociedad: los narcotraficantes.

A 31 años de los acontecimientos, la pregunta es si su sacrifico fue útil o no. Útil no puede ser ninguna muerte, pero si por esa circunstancia fatal algo mejora en la sociedad, se dice habitualmente que no fue en vano. Ya es un consuelo, aunque no quita el dolor de la familia. ¿Fue en vano su muerte? Es algo que resulta muy difícil discutir. Aunque hubo algo positivo: se desenmascaró a los narcotraficantes, unos huyeron y otros dejaron de hacer francachelas dispendiosas en la sociedad cruceña. Pero regresaron y ahora están nuevamente activos. La gente volvió a ser permisiva con los mafiosos y el negocio sucio está en alza.

¿Y del medioambiente cruceño y nacional? ¿Se aprendió algo para defender la naturaleza que nos privilegia? Al parecer no. Por el contrario, da la impresión de que existe odio contra la naturaleza, contra los bosques, contra los ríos, contra quienes los habitan, humanos o animales. Lo vemos a diario y existe un gran debate sobre el tema aunque si somos sinceros es algo decepcionante. ¿Sirvió el sacrifico? Luego de tres décadas no estamos seguros de nada.