El 9 de abril comenzó un proceso político encabezado por el MNR, que trajo a Bolivia al siglo XXI. Hoy el partido político de Víctor Paz Estenssoro y de Gonzalo Sánchez de Lozada está descuartizado, pero varias de sus ideas iniciales siguen vivas

El Deber logo
9 de abril de 2017, 4:00 AM
9 de abril de 2017, 4:00 AM

Nacionalizó los hidrocarburos en lugar de las minas. Impulsó la revolución agraria y limitó la extensión de la propiedad de la tierra a 5.000 hectáreas en lugar de una reforma agraria. Llevó a los indígenas y mujeres de forma masiva a puestos de poder, ya podían gobernar, no solo votar. Intentó –y fracasó en el intento- una marcha hacia el oriente con la carretera hacia Beni por la mitad del Tipnis. Acabó con la república y trata de reemplazar la nación con una plurinación que se comienza a plasmar con autonomías indígenas que aún cojean.  


La ‘revolución democrática y cultural’ lleva 11 años mirándose al espejo de la Revolución Nacional, ese movimiento popular que se hizo carne en el Movimiento Nacionalista Revolucionario y que hoy cumple 65 años.


Con un proceso que parece comenzar a declinar en el apoyo popular –el presidente perdió el referendo del 21-F, su primera derrota directa desde 2005 y el apoyo a su gestión merma en todas las encuestas- Evo Morales podría también comenzar a mirarse en los errores de la primera época de poder de Víctor Paz Estenssoro y el MAS, sin una figura dominante que aglutine todas las tendencias internas, podría comenzar a mostrar las pugnas internas que en algún momento llevaron al MNR a presentar seis candidatos distintos a una sola elección general.

Ayer fue color de rosa
Para el politólogo Jorge Lazarte, el mayor legado de la Revolución del 52 fue haber decantado en la construcción de un Estado boliviano que antes no existía. Este ‘Estado nacional’ tuvo como ambición construir un ser boliviano, mestizo, unido en lo diverso pero desde adentro, como individuo, no como comunidad. 


El también politólogo Jorge Komadina cree que hay muchos puntos en común entre la Revolución Nacional y el proceso actual: ambos generaron cambios estructurales, movilizaron masas campesinas que terminaron subordinándose al Estado, diferenciaron entre el pueblo y las élites, la nación y la antinación, acercándose al discurso populista. Sobre todo, añade Guillermo Richter, un histórico dirigente del MNR, la base económica era la misma: el capitalismo de Estado. Hugo Siles, viceministro de Autonomías, lo resume en que ambos procesos crearon cambios estructurales en el país.


Incluso se parecen en la cantidad de poder que acumularon el MNR y el MAS. Lazarte explica que el MNR era, en la Revolución del 52, un partido hegemónico, porque era poderoso entre partidos fuertes que le disputaban el poder. Considera que el MAS es dominante, porque es poderoso en medio del vacío que ha quedado en la política boliviana tras la debacle del sistema partidario de la democracia pactada.  


Pero también hubo diferencias. Komadina apunta que la principal diferencia está en el sujeto revolucionario. Mientras que el MNR trató de crear un boliviano mestizo, homogéneo, el MAS es de raíz indígena, plurinacional y diverso. Esta diferencia también se expresa en la dirigencia. El MNR tenía una dirigencia clasemediera, formada en la universidad y devenida a la dirigencia política, la principal cabeza del MAS es un cocalero y los que lo llevaron al poder aprendieron a ser dirigentes desde abajo, en la organización sindical y resistencia callejera. Los clasemedieros formados en universidades fueron la alianza final, los que garantizaban que la gestión del Estado tendría bases.


El vicepresidente Álvaro García Linera ya había declarado la intención de que “el evismo” sea lo nacional popular en acción. Con sustento en algunas reivindicaciones de la revolución del 52, la nueva ideología se construiría sobre la base de la reivindicación del indigenismo flexible (combinación del katarismo de tierras altas, la posición más negociadora de tierras bajas y la conversión identitaria de campesinos a indígenas de los interculturales), sumado a varias corrientes marxistas atraídas por la raíz antiimperialista del evismo, y gestionada con una disciplina sindical. 


Esta estrategia dio tantos resultados que, territorialmente, el MAS se parece cada vez más al MNR. Basta con superponer los dominios masistas con los antiguos comandos emenerristas para descubrir que el rosado se ha cambiado por el azul.

El presente es gris
Aquel partido hegemónico lleva 14 años a vueltas en un laberinto que él mismo levantó. “En 2003 hubo errores que se cometieron en la dirección del partido. No creo que Sánchez Berzaín hubiera tenido como meta que el partido sobreviviera a la crisis. Su falta de genuino compromiso político fue notable”, dice Luis Eduardo Siles, aún jefe nacional del MNR, mientras que el Tribunal Supremo Electoral no le devuelva el mando a Erick Morón, que ganó en un amparo constitucional el derecho de ser el líder rosado.


Jorge Komadina apunta a una debacle más larga en el emenerrismo. Cree que todo se inició con el cambio de discurso que llegó con Gonzalo Sánchez de Lozada. El partido que había construido el Estado nacional se encargaba de desmantelarlo con la capitalización bajo el lema de modernización. 


 El esquema del MNR nacionalista logró que su ideología se mantuviera en el poder por más que el partido no esté en el poder. No hubo otro paradigma para gobernar Bolivia alejado del nacionalismo hasta que llegó el mismo MNR y lo cambió. Incluso esta forma de ver el país convivió con la política de seguridad nacional de los golpes militares. “Más que un partido político fue una estructura estatal y discursiva que iba más allá de la voluntad de los líderes. Fue una lengua política, y el nacionalismo revolucionario era una forma de hacer política en Bolivia, una estructura de mediación entre la sociedad civil y el Estado que sobrevivió incluso a las encarnizadas luchas de sus facciones”, dice Komadina, que cree que lo revolucionario del MNR acabó en los 70. 


No todo era color de rosa en los 60. Lazarte apunta que el MNR tenía dos grandes problemas: sus fuertes facciones internas y las ambiciones reeleccionistas de Paz. Añade que las facciones no solo se daban por ambiciones de poder de los múltiples cuadros emenerristas, sino por las diversas orientaciones políticas que convivían al interior de lo que conocimos como MNR, que se paseaban entre la izquierda y la derecha, pero siempre convergían en un centro obligatorio al estar en función de Gobierno. 


Mientras elogia los logros del actual Gobierno, Siles se refiere a la del 52 como una revolución truncada. Si esa tesis se acepta como cierta, tal vez el punto de quiebre se produce en el golpe contra Paz a manos de Barrientos, en 1964. 


Incluso en eso hay cierto paralelismo con el presente.
Lazarte recuerda que, pese a que Bolivia no tenía una tradición reeleccionista –porque todos los intentos habían salido mal-, Paz forzó un cambio constitucional para lograr su reelección, echándose en contra a todas las facciones internas de su partido, a toda la clase media nacional que nunca vio con buenos ojos la Revolución Nacional, y manteniéndose en el poder sobre la base del apoyo del campesinado (para ese momento dos tercios de la población nacional), las Fuerzas Armadas y Estados Unidos. Cuando el descontento se hizo insostenible, vino el golpe de estado.  


Mientras Erick Morón cree que la revolución nacional está viva en la Asamblea Legislativa, llena de indígenas y mujeres que votaron por primera vez con el MNR, también varias de sus lecciones podrían ser aplicables a la actualidad. Tal vez la visión del proceso de cambio sobreviva incluso al alejamiento del poder del MAS. Quizá le lleve a Bolivia entre 30 y 40 años para imaginar otro paradigma de organización del Estado, pero también el auge y caída del MNR histórico deja otra lección: no hace falta que el país esté en una gran crisis para desatar un cambio trascendental, recuerda Lazarte.

La revolución del 52 sobrevino después de la mejor década en crecimiento del PIB en Bolivia y la caída de Paz a manos de Barrientos sucedió cuando la economía era estable. Según Lazarte, por más de que fuera “el boliviano del siglo XX”, simplemente el pueblo, la clase media, se cansó de verlo