Por falta de clientes o porque ya nadie quiere aprender el oficio, hay trabajos que se mueren. Al mismo tiempo, la tecnología abre oportunidades. Cargar contenido es un nuevo oficio, ayudarte a vender a través de ellos es una profesión que gana espacio en el país

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30 de abril de 2017, 13:00 PM
30 de abril de 2017, 13:00 PM

Ahora que los niños nacen con un celular bajo el brazo, la tecnología en el ámbito laboral es como un dios que aprieta pero no ahorca. A la misma velocidad devora viejos oficios, crea nuevas oportunidades de negocio y nacen nuevas profesiones. Mientras el último fotógrafo de la plaza 24 de Septiembre archivaba su cámara de cajón, rendido ante la rapidez colorinchi de la cámara digital, el oficio de cumunity manager llegaba a la ciudad de los anillos. Mientras el último afilador de cuchillo invierte en tecnología para subsistir en el mercado Mutualista, don Nino se resigna a ser el último talabartero en serio de la ciudad, el último que sabe cómo hacer una montura completa, pese a que hace rato el cruceño cambió el caballo por la Toyota blanca tipo taxi. 

Según calcula don Arturo Domínguez quedan solo cinco relojeros en serio en toda la ciudad, el resto son básicamente cambia pilas. Sin embargo, Edwin Bazán ha encontrado la forma de ganarse la vida instalando aplicaciones, videos y música a neófitos digitales que compran un celular.

Tal vez Fernando Aberanga sea la última esperanza de estrenar zapato para las mujeres que calzan 43, pero al mismo tiempo Kevin Escalera es la constatación de que los ingenieros informáticos bolivianos están capacitados para trabajar fuera del país y crear aplicaciones a escala global. 

De discípulos a autodidactas
“La primera vez que toqué una computadora tenía cinco años. A los ocho años ya sabía programar. Mi primera app fue un diario virtual que cada vez que encendía mi Macintosh  me preguntaba cómo estaba y qué tal había estado mi día”, cuenta Karen Heredia, CEO de Sinapsis digital, una empresa de marketing que se especializa en “resolver problemas y crear oportunidades a través de soluciones digitales”. 

Pese a que Heredia estudió Ingeniería Informática, su mayor fuente de aprendizaje siempre fue internet: aprendió a diseñar con la primera versión de Photoshop, pasó a hablar en inglés cuando aparecieron los chats, se convirtió en bloguera y poco a poco descubrió que su forma de ganarse la vida estaba en la red.

Antes, mucho antes, todo era distinto. Nino Chávez supo ser discípulo de un viejo talabartero. Aprendió a trenzar lazos y luego, de a poco, pasó a hacer sillas de montar. Arturo Domínguez estuvo dos años como aprendiz de relojero y César Quiroga trabajó por siete años en un taller antes de animarse a montar uno propio para afilar cuchillos y sierras. 

Las profesiones de hoy, el maestro o la universidad, han cobrado un peso muy relativo. Si Michael Sayman, el joven boliviano que trabaja en Facebook, pasó de la secundaria a la mayor red social del mundo sin pasar por la universidad, Kevin Escalera descubrió que las aulas académicas no eran suficientes, que para ser desarrollador de software hacía falta disciplina, ser autodidacta y estar constantemente actualizado, si no quiere que los tiburones de 14 años que escriben códigos de computadora a la velocidad de la luz se coman a sus clientes. 

Algo parecido le pasa a Giovanni Gamarra. Estudió Ingeniería Comercial en Bolivia, pero luego se fue a Estados Unidos para obtener una especialidad en medios de comunicación, entretenimiento y deportes en la universidad de Harvard. Eso fue suficiente para trabajar en una importante telefónica local, pero para dar el salto para ser agente de soluciones de Facebook en Bolivia (algo así como un gerente comercial de la red azul en el país), tuvo que transformarse en estudiante perpetuo. Debe estar atento todo el tiempo. Cada semana sale algo nuevo que promete ser la pomada para curar todas las necesidades digitales y debe aprender a usarla antes de que aparezca la siguiente.

El único nexo entre ambos mundos es Bazán. Él aprendió el negocio de decodificar teléfonos y llenarlos con contenido de su tío. Ahora lo enseña a su ayudante, que sabe que en cuanto reúna el dinero suficiente se convertirá en su competencia. Flashear celulares es, tal vez, el primer oficio digital a la vieja usanza. 

Clientes
El mercado de los oficios que se está muriendo es diametralmente opuesto al que recién nace, aunque sí tienen algo en común: trabajan a pedido, no generan grandes stocks de mercadería. 
Fernando Aberanga fabrica botines y calzados para grupos musicales, fraternidades folclóricas y mariachis y extraña la época en que el cuero era de verdad, no una imitación barata que dura muy poco ahora. Es uno de los pocos que hace zapatos para payasos. 

Hubo un tiempo en que Nino fabricó miles y miles de cinturones y los repartió en los mercados y ferias de la ciudad, pero la competencia china lo hizo volverse exquisito, y hoy espera a sus clientes en el mercado Florida. Puede hacer zapatos de cuero de caimán por $us 150 o crear maletines artesanales por un tercio de ese dinero. César Torrico, en cambio, cada vez se cotiza más. Incluso le traen sierras desde provincia para que él les devuelva el filo.

Cliente, para los millennials que encontraron su trabajo en la red, puede ser algo tan impersonal como una conversación por chat de Facebook. Escalera vive en Panamá, trabaja en una empresa especializada en soluciones sobre la base de geolocalización, pero tiene horarios flexibles que le permiten desarrollar otras aplicaciones. Heredia, desde 2015, ha conseguido clientes internacionales sin necesidad de moverse de su oficina cercana al segundo anillo, donde prácticamente vive. Gamarra sabe que el estallido de las redes sociales no ha terminado de expandirse, que en menos de cinco años todos tendrán que subirse al caballo digital si quieren pronunciar la palabra marketing. Tal vez para ese momento, don Nino, que tendrá 73 años, se habrá jubilado. No tuvo aprendiz y ya nadie en toda la ciudad sabrá hacer sillas de montar para caballos de verdad.