Jóvenes comparseros. Desde la balacera del año 2003, las nuevas generaciones se refugiaron en parqueos. Hay la intención de sacarlos nuevamente a las calles, pero algunos solo conocen el Carnaval del encierro, los artistas internacionales y las jugosas ganancias

El Deber logo
5 de marzo de 2017, 4:00 AM
5 de marzo de 2017, 4:00 AM

“Es hora de salir a cazar”, dijo el comparsero a las nueve de la noche, hora ‘pico’ de la juerga. Es que el ambiente invita; en los parqueos, hasta el más santo se vuelve sucha.         En esta fecha, ocurre en todo el país: en Santa Cruz, en el santuario Virgen del Socavón (Oruro), en fiestas de comadres y entre los pepinos paceños. Algunos no saben ni su nombre, pero el miércoles de Ceniza todo se perdona.    Cerca de 5.000 chicos de 15 a 30 años se aglomeran en uno de los diez garajes carnavaleros montados en la ciudad para afrontar los tres días de jarana colectiva, en medio de conciertos al estilo de grandes festivales musicales. Wisin, Yandel, Alexis y Fido, CNCO, Zion & Lennox fueron algunos de los artistas invitados, y Maluma dejó de parecer inalcanzable desde el año pasado, cuando cantó para un regimiento de adolescentes cara pintada.


Por dos horas, Yandel cobra cerca de 70.000 dólares, similar a Zion & Lennox, según dos organizadores. Los ‘teens’ de ahora no se conforman con poco, y para eso pagan hasta 400 dólares por pareja. 


El buri empieza a primeras horas de la tarde y puede pasar la medianoche. En los parqueos nadie se moja con agua, llueve cerveza, literalmente, junto con espuma. Solo hay que abrir la boca y cae del cielo, o de la lata de algún alma generosa. "El tema del trago no se puede parar", argumenta uno de los directivos de agrupación, y para atenuar los reclamos dice que se entregan manillas diferenciadas a los menores, que no incluyen alcohol, y que a los peleadores se los saca del lugar y se les corta la manilla para que no puedan ingresar nuevamente, a modo de sanción.


Los que asisten no se ponen cualquier ropa, sobre todo las peladas, aunque les dure un día el estreno. Gorras, shorts, gafas y batas convertidas en tops son fríamente calculados. Es que el pirañee es brutal, no importa si van encortejados o no.
En medio de los perreos, empujados por el reguetón, hay una que otra agarrada de nalga después de las seis de la tarde. A esa hora, las colas en los baños superan el aguante y las partes íntimas dejan de serlo.


Punto a favor, este 2017 había más gente sobria que en años anteriores. O la práctica está haciendo maestros, o los muchachos aprendieron a cuidarse.
El sector de la barra, donde todo era calor fraternal al principio, se convierte en ‘zona de guerra’ ya tarde. Es tan cotizada la chela que hay que circular con los codos pegados al cuerpo para no chocar con algún mal encachado porque se arma la trifulca, como sucedió en uno de los lugares, donde dos mujeres se agarraron de las pelucas.


Los drones sobrevolaban las fiestas mostrando imágenes espectaculares, calidad de cine, pero los que se encontraban con los pies sobre la tierra sabían que patinaban entre barro y latas de cerveza. Debió ser el paraíso para los recicladores.


Caras bonitas y cuerpos esculturales se marchan con la mirada perdida tipo ocho de la noche, hora en que se agota el trago y se arrincona a los organizadores. Dando tumbos, afuera de los parqueos aguarda por ellos un enjambre de pastilleros, todos munidos con chicles, cigarrillos y la novedad de la fecha, Alikal.


Lo más seguro para las mujeres que se marchan solas es agarrar un micro o un trufi que, obviamente, no combina con el pirañee ni con la ropa bonita, pero es lo mejor... a la salida todos dicen llamarse ‘radiotaxis’.


Los chicos opinan que se supone que los garajes son más seguros que andar sueltos por las calles, chocando con ‘palomillos’ y pandilleros cuchillo en mano.
Hoy más que nunca, las viejas generaciones quieren sacarlos del ‘acuartelamiento’ y a ellos no les disgusta la idea, pero hay algo innegociable: se perrea sí o sí, por ley. Quitarles el reguetón es como ponerlos en abstinencia de internet, corren el riesgo de marchitarse hasta morir.


Algunos contrataron la banda para ‘calentar’ en una casa antes de ver a sus artistas favoritos, a pedido de los mayores, que quieren acoplarlos a la tradición. 
Ante micrófonos, esos adultos los satanizan porque en un garaje se ve de todo: sexo casual, pérdida de conciencia y gran negocio (pueden ganar 30.000 dólares), pero reconocen, al menos un directivo de la ACCC, que no saben dónde meter a 100.000 jóvenes carnavaleros sin el riesgo de que la fiesta acabe en tragedia.


Al final del tercer día de Carnaval se armó revuelo en las redes sociales cuando el padre de una de las asistentes denunció que su hija fue dopada. Las amigas de ella se dieron cuenta a tiempo, impidiendo que pase a mayores. Con noticias como esa la mente se vuelve sucia y es difícil no preguntarse: ¿A eso se refería el comparsero que dijo “es hora de cazar”? No sería difícil, con tanto ‘yo te estimo’ muchos bajan la guardia y nadie anda pensando que carnavalea con el enemigo en un espacio cerrado, donde se entra pasando por detectores de armas y de metales