Invadido por el cáncer y conciente de que su situación era irremediable, se preocupó por la transición presidencial. La enfermedad que lo aquejaba fue informada paulatinamente a la ciudadanía. Entregó la banda presidencial al entonces vicepresidente

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7 de mayo de 2017, 4:00 AM
7 de mayo de 2017, 4:00 AM

Han transcurrido 15 años del fallecimiento del general Banzer y seguramente que no serán muchos quienes lo recuerden con ecuanimidad, pese a que su gobierno constitucional fue mucho más democrático que el actual. El presidente Banzer resultó ser parte de los mandatarios que ahora llaman de la “democracia pactada”, como si la democracia no fuera, precisamente, un sistema de pactos, de acuerdos, y no de partidos únicos, totalitarios y avasalladores, cuyo propósito es no soltar el poder una vez logrado.

No es nuestro propósito hacer un elogio del general Banzer, sino narrar cómo fueron los últimos días de su vida, cuando, invadido por el cáncer y consciente de que su situación era irremediable, se preocupó de manera intensa porque se hiciera una transición constitucional en el mando de la nación, conocedor del destino dramático que han tenido los vicepresidentes en Bolivia, a veces apartados por asonadas y otras atropellados o ignorados desde su propio Gobierno. 

Me desempeñaba como ministro de Informaciones desde hacía poco más de un año cuando al presidente lo atacó la enfermedad. Una semana antes de su viaje al hospital Walter Reed, en Washington, me hizo llamar al Palacio. Me dijo, sin mayor emoción, que los 12 días de permiso que le había otorgado el Congreso para viajar a EE.UU. serían escasos, porque una radiografía que acababa de tomarse indicaba que padecía de un probable cáncer de pulmón. Me quedé en silencio, perplejo. Su hija Patricia estaba demudada y tenía señales de haber llorado. Banzer partió hacia Washington el 1 de julio del 2001.

Al anochecer del jueves 5, uno de los colaboradores de Jorge Quiroga me dijo que el presidente en ejercicio me necesitaba con urgencia. Cuando ingresé a su despacho me confirmó que el general Banzer estaba aquejado de un cáncer y que su hija Patricia Valle quería hablar conmigo desde EE.UU.

Mi amiga de muchos años me dijo que su padre adolecía de un tumor canceroso en el pulmón izquierdo y que viéramos la forma de ampliar su licencia en el Congreso. Asimismo, que viajara a la brevedad a Washington con los ministros Guillermo Fortún y Marcelo Pérez, además de Mario Serrate Ruíz, secretario ejecutivo de ADN. Lo que ordenaba el presidente era que yo emitiera un comunicado sobre su grave estado a través del canal 7. Había que informar, esa misma noche, que se le había detectado un tumor. Nada más. Pero eso crearía incertidumbre, por lo que hechas nuevas consultas con Washington, se decidió informar que existía un tumor en el pulmón izquierdo. Un tumor era una cosa, pero un tumor en el pulmón, otra. Hice el anuncio cuidando de no crear una convulsión.

En Washington nos encontramos con un hombre realmente enfermo y nos enteramos, por boca de él, que había estado al borde de la muerte luego de una punción que le hicieron al pulmón afectado. Luego nos dijo que el cáncer se había extendido al hígado por lo que su cuadro era de metástasis. A la salida de la clínica me encomendó que informara sobre su salud en una conferencia telefónica con La Paz. “Es mejor que se sepa la verdad sobre la gravedad de mi enfermedad…y que conozcan también que voy a asumir la actitud más responsable cuando mis médicos lo estimen así”. Esa actitud “responsable” no era otra que la renuncia.

Al  retorno, luego de informar de la situación al presidente en ejercicio, hicimos una declaración a la prensa con los ministros Fortún y Pérez y respondimos a las inquietudes de los medios, pero sin satisfacerlos del todo. A los periodistas les resultaba poco que el presidente tuviera una metástasis, querían saber si renunciaría en breve o no. Informamos que Banzer adoptaría una decisión una vez que concluyera la primera etapa de su tratamiento. Eso no era suficiente. Un medio televisivo expresó que yo debía comunicar a la opinión pública si el presidente viviría una semana, un mes, dos meses o un año. Era un absurdo. La situación se estaba saliendo de control y en esas circunstancias, con tanto morbo de por medio, se decidió que el ministro de Informaciones sería el único que se referiría al tema para evitar contradicciones. Así se hizo en adelante.

Fue cuando se desataron los comentarios sobre un inventado triunvirato de los “dinosaurios” de ADN que estarían obedeciendo órdenes de Banzer y acorralando al presidente en ejercicio, lo que Jorge Quiroga jamás creyó. Se decía que escondíamos la información de que Banzer habría tenido una “muerte clínica” y quedado incapacitado para gobernar. Finalmente, el general me llamó a Washington y me expresó que al no tener una mejoría lo que quedaba era dimitir. Me pidió que hasta la tarde de ese día redactara el documento que leería en Sucre para el 6 de agosto. El 27 de julio anuncié desde EEUU la decisión presidencial. Fue una decisión propia, responsable, patriótica, en estricto apego a la Constitución.

El presidente ingresó por última vez a la Casa de la Libertad colmada de parlamentarios e invitados, cuando reinaba una intensa emoción, y luego de su mensaje entregó la banda presidencial, cumpliendo con las leyes de la República, a quien le correspondía, el vicepresidente Jorge Quiroga. Ahí se cerró una etapa de uno de los gobernantes que más partidarios y adversarios ha tenido en la historia nacional.