Desde que obtuvieron su nuevo carné, las mujeres trans ven que su vida se facilita y la discriminación disminuye. Un diputado explica que la intención del recurso es limitar su acceso a formar una familia y adoptar. La decisión la tiene el Tribunal Constitucional

El Deber logo
23 de abril de 2017, 4:00 AM
23 de abril de 2017, 4:00 AM

Muriel no quiere saber nada de Marco. Creyó haberlo enterrado los primeros días de diciembre, cuando lo dejó en las oficinas del Servicio General de Identificación Personal, cuando por primera vez le dieron un carné con el nombre que sentía como el verdadero: Muriel Arteaga. Había tenido que convivir con él los últimos 13 años, desde que dejó de cortarse el cabello, comenzó a pintarse las uñas y cambiar su guardarropa; pero Marco reaparecía cuando tenía que buscar una encomienda en la estación de buses, pagar la luz en una cooperativa o solicitar un crédito en el banco.

Marco se había convertido en un verdadero estorbo: el empleado gordo y sudoroso que entregaba las encomiendas gritaba su nombre para que el resto de la fila se riera a carcajadas de Muriel, para que -por si no se había dado cuenta- se dieran cuenta de que la destinataria de la encomienda era una mujer trans. No le importaba que las risitas y los codazos habían comenzado desde que Muriel entró en la oficina. A él le gustaba subrayar la diferencia. En el banco utilizaban a Marco para negar el crédito, para decirle a Muriel que no le podían confiar su dinero porque en cualquier momento podría volver a ser Marco, cortarse el cabello y desaparecer. No era nada fácil borrar años de tratamientos hormonales, ni que le volvieran a crecer los pelos de las cejas que depilaba con disciplina castrense.

Tampoco su cuerpo expulsaría con facilidad los litros de silicona líquida que se inyectó para dar forma a Muriel. Nada de eso era fácil, pero para el funcionario del banco era sencillo anularla. Para él bastaba con que Muriel se lavase la cara para desaparecer, para volver a ser Marco. No era la primera vez que Marco le complicaba así la vida.

Por ser Marco en todos sus documentos, Muriel era obligada a jugar fútbol con los hombres en el colegio, pese a que no se sentía hombre, pese a que se sentía mujer y odiaba los deportes de contacto. Por ser legalmente Marco las monjas de su colegio de convenio la obligaban a cortarse el cabello y vestir pantalón y camisa pese a que Muriel prefería el guardapolvo y la melena. Por decidir ser Muriel abandonó los estudios y se condenó a una vida de empleos mal pagados y a que cualquier acto de la vida -tomar un micro, comprar verduras en el mercado o votar en las elecciones- sea el doble de complicado que para cualquier heterosexual. 

Muriel creía que Marco estaba bien enterrado en la oficina del Segip; pero ahora, con la demanda de inconstitucionalidad a la Ley 807 de Identidad de Género, como un zombi, un vampiro o ente maligno, Marco amenaza con volver a su vida.

La disputa
El 21 de mayo de 2016, el presidente en ejercicio Álvaro García Linera promulgó la Ley 807 de Identidad de Género. Desde ese momento, mujeres y hombres trans podían acceder, a través de un trámite con ocho requisitos, al cambio de nombres, sexo e imagen de sus documentos de identidad para evitar discriminaciones. En octubre del año pasado, un grupo de activistas y parlamentarios presentaron un recurso de inconstitucionalidad contra esta norma y el 15 de febrero último, el Tribunal Constitucional Plurinacional aceptó tratar la disputa. 

-Los que presentaron esa demanda no han entendido que esto se trata de identidad -dice Pamela Valenzuela-, que esto es un derecho fundamental. Es un proceso que lleva años.
Pamela Valenzuela entró en la historia de Bolivia el 5 de septiembre de 2016. Fue la primera mujer en completar el trámite de cambio de nombre, imagen y sexo en sus documentos. 

-Esto es una construcción de años -insiste- no es que de la noche a la mañana te levantas y dices “soy Pamela”. Es un proceso físico, sicológico y social. En primer lugar está el tratamiento hormonal para perder los rasgos masculinos y eso no pasa de un mes para el otro. Luego está lo social y lo sicológico, pensarse mujer y hacer que los otros te piensen mujer.

Pamela había sepultado a Víctor mucho antes de que su carné antiguo se quedara en el Segip. “Lo sepulté hace 30 años, cuando comencé a construir mi identidad”, dice. Pero igual reaparecía cada vez que tenía que hacer algún trámite, que firmar algún documento. No importaba que desde instituciones del Estado le enviaran invitaciones a Pamela Valenzuela, el que firmaba el contrato de trabajo era Víctor. 

-Por más transformaciones que hagan en su cuerpo -dice el diputado Horacio Poppe-, si naces mujer,  mujer nomás mueres. 

El representante de la Democracia Cristiana, diputado uninominal de Chuquisaca, asegura que no lo mueve ningún motivo religioso para ser uno de los que firman el recurso de inconstitucionalidad.

Explica que cree en el libre albedrío y que cada quien puede hacer con su cuerpo lo que quiera, pero pretende que el Tribunal ponga límites a la ley para que los beneficiarios no hagan un uso contrario a la intención del legislador. El punto central de Poppe es que no se confunda género (sociológico) con sexo (biológico), que el cambio de documento no habilite al matrimonio, formar familia y adoptar niños. 
Para Muriel, si el TCP les da la razón, será un retroceso: “Si nos quitan esta ley vamos a volver a ser hombres con nombres de mujer, vamos a volver a ser el payasito de la sociedad”. 

La lucha 
Chantal ya no pronuncia su nombre de pila. La activista trans de Cochabamba explica que legalmente murió el día que le entregaron su nuevo carné, que es muy respetuosa de la ley y, como muestra de buena fe, para evitar fraudes de identidad, las autoridades retienen los viejos papeles, se quedan con su antigua identidad. Lejos quedaron los días cuando los policías de identificación se negaban a fotografiar a las trans con su identidad de mujer. “Nos humillaban. Nos hacían poner saco y corbata”, cuenta Pamela. “Algunas chicas se cortaban el cabello y nos hacían hasta despintarnos las uñas, por más que las uñas nunca salían en la foto. Nos hacían lavarnos la cara para quitarnos el maquillaje y salíamos en la foto como unas panzas lavadas”, cuenta Muriel.

A Chantal le hacían cosas peores. Cada vez que iba al banco la obligaban a ir a una mesa de atención al cliente a corroborar sus datos y, si quería salir del país, debía presentar ante Migración un certificado de verificación de datos emitidos por el Segip. Chantal ahora está en primera línea en la disputa por mantener la ley 807. Dice que el vicepresidente del Estado, como cabeza de la Asamblea Legislativa, ya mandó una justificación de diez folios al Tribunal Constitucional y que la Defensoría del Pueblo también ha presentado un documento.

Otras mujeres que se beneficiaron con la ley decidieron escribirle cartas al TCP. “Desde temprana edad, siento que mi sexo de nacimiento, mis genitales, no corresponden con lo que siento. Mi identidad de género es del otro sexo, desde que tengo uso de razón me sentí una niña y ahora una mujer. La Ley 807 me permitió “legalizar” mi identidad”, escribió Clara Soledad Flores. 

“En el proceso de construir mi identidad de género he pasado por miles de dificultades, estigmas y discriminaciones, no solo de mi familia, sino de la sociedad en general”, les escribió Vanina Lobo.
“Luego de la aprobación de ley de identidad de género, ya con mi carné de mujer trans, he tenido mucho más acceso laboral y al seguro de salud”, escribe Suany Caballero.

En el cuarto que alquila Muriel, hay tres mujeres tans que están en camino a cambiar su documentación. Las tres tienen problemas parecidos: huyeron de sus familias a temprana edad para poder adoptar su identidad de género, las tres deben luchar ahora para conseguir toda la documentación previa, deben enfrentarse a un sicólogo que le preguntará si fueron violadas en niñas, si por eso son así como son, si alguien las está obligando a este cambio, si después piensan pasar por una reasignación de sexo, si aumentarán prótesis a su figura, si se operarán el mentón o los pómulos, si de verdad esto de cambiar el nombre, la imagen y la fotografía del carné es para siempre, porque una vez lo consigan ya no habrá camino de regreso. 

Las que ya terminaron el trámite, las que ya son legalmente mujer -u hombres- como Chantal, Muriel o Pamela, esperan que de verdad sea un camino sin regreso, que el Tribunal Constitucional no opine lo contrario.