Los bolivianos nos empeñamos en buscar los aspectos que nos diferencian y no los que nos unen hay muchas cosas malas que tenemos que cambiar en este país, entre ellas la impuntualidad

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6 de agosto de 2017, 4:00 AM
6 de agosto de 2017, 4:00 AM

Los bolivianos nos empeñamos en buscar y recalcar las cosas que nos diferencian: los acentos regionales, las lenguas originarias, las costumbres, comidas, danzas y músicas propias de cada región; lo hacemos como si fuéramos el único país en el mundo, en el que se dan estás diferencias, miramos el árbol y nos negamos a ver el bosque.

Si bien es cierto que Bolivia es un nombre impuesto, en homenaje a una figura romántica que la historia rescata como el Libertador, pudimos llamarnos otra cosa: Charcas, Collasuyo, Paitití, la República de Juana Azurduy, ¿por qué no? En fin… nos llamamos Bolivia y eso es algo que en estos 192 años se ha vuelto un sentimiento nacional, inexplicable como todo sentimiento. Y estos sentimientos se han ido expresando en las culturas nacionales, creando palabras, apropiándose de ellas, creando música, literatura, artesanías, generando nuestra identidad. Creando vida más allá de las diferencias, que las hay, las hay, porque si no las hubiera el mundo sería aburrido. Lo que nos une es muchas veces intangible, porque es el sentido de pertenencia a algo, a una comunidad, a una región, a una nación, la nuestra, la nación boliviana. Solamente para que lo recordemos voy a detallar algunas de las cosas que nos unen: 

En la música. Nadie puede negar que la voz más hermosa que se haya escuchado en nuestro país ha sido la de la cruceña Gladys Moreno, a quien la Universidad de San Simón y el Concejo Municipal de Cochabamba le brindaron un merecido homenaje que ni siquiera en su tierra se lo ofrecieron.

Tampoco nadie puede cuestionar que el segundo himno cruceño fuera escrito por el orureño Gilberto Rojas y que Niña Camba, uno de los taquiraris más hermosos que se ha creado, también sea de un compositor de Oruro, la ciudad de la espectacular diablada: César Espada. O que En las playas desiertas del Beni fuera escrito por el cochabambino José Aguirre Achá. Y que Collita, segundo himno de La Paz, fuera compuesto por Fernando Román en ritmo de taquirari, ritmo de tierras bajas; al igual que Oh Cochabamba, compuesto por Rubén Ramírez. Cuando salimos al exterior, ya seamos cambas, collas, chapacos, chaqueños, nos emocionamos al escuchar las canciones de los  cochabambinos Kjarkas o las interpretaciones de la orureña Zulma Yugar o de la tarijeña Enriqueta Ulloa, que fue concejala en La Paz.
 
En la literatura. Jorge Suárez, poeta y narrador yungueño, escribió El otro gallo, uno de los más extraordinarios cuentos de la idiosincrasia cruceña; y el beniano Ruber Carvalho, La mitad de la Sangre, una novela que bien puede ser la historia de Santa Cruz y Beni los últimos cien años. Dos paceños, Raúl Botelho Gosálvez y Augusto Céspedes, escribieron las novelas Borrachera verde y Trópico enamorado, respectivamente, ambas situadas geográficamente en Beni.
El escritor cruceño Enrique Finot escribió El cholo Portales, donde el protagonista es un personaje mestizo del occidente boliviano. No creo que exista algún boliviano que no se conmueva leyendo los versos de los paceños Jaime Sáenz y Óscar Cerruto, del cruceño Raúl Otero Reiche, del tarijeño Octavio Campero o del cochabambino Edmundo Camargo. Así como los musicales versos de Matilde Casazola. 

En la religión. Sabemos que Bolivia es un país de mayoría católica que venera a vírgenes, la mayor cantidad de fieles de la Virgen quechua de Urkupiña son cruceños y no es extraño ver al Ekeko, el idolillo enano barrigón de la abundancia, en hogares de tierras orientales.   

De la comida, su llajua. Si de comidas se trata, los bolivianos nos sacamos el premio gordo cuando hablamos de la gran diversidad de sabores, colores y olores que enriquecen nuestra cocina criolla o popular. Desde la pobre lagua de jankaquipa, el locrito de gallina, el majadito,  el saice, el karapecho, la sajra hora, los cangrejitos, los ispis, hasta llegar a los sofisticados picantes chuquisaqueños, pocos países del mundo se precian de tanta variedad.
Esta diversidad cultural no debería ser un problema, sino nuestra mejor riqueza cultural identitaria misma, aprovechando la experiencia histórica y los conocimientos y quehaceres ancestrales acumulados por nuestros pueblos. 

Nuestra diversidad cultural debería ser nuestro mayor capital como nación en la que se apoye todo el entramado conceptual y principista de este nuevo siglo. Pero no todo lo que nos une es bueno, ni tiene por qué serlo, hay muchas cosas malas que tenemos que cambiar, entre ellas la impuntualidad, los bolivianos somos puntualmente retrasados siempre llegamos media hora retrasados a nuestras citas y todavía pedimos que ‘por respeto’ a los retrasados sigamos esperando cuando la consideración debería ser a los que llegaron puntuales. 

Solamente para cerrar: cuando juega la selección nacional de fútbol, no hay nadie que no mantenga la esperanza de que ganemos el partido, aunque sepamos que no tenemos ninguna chance de hacerlo. Perdemos y en el siguiente partido renovamos la esperanza. ¡Soy boliviano y no lo digo por alabarme!.