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Tres ‘hijos del turbión’ hacen su fortuna en el último anillo

Llegaron al Plan 3.000 sin nada y supieron emprender. Hoy tienen empresas prósperas, pero comenzaron vendiendo pan o como ayudantes de jardinería. No hay secretos: hay que levantarse temprano, arriesgarse, invertir y trabajar muy duro para salir de la pobreza

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9 de abril de 2017, 8:00 AM
9 de abril de 2017, 8:00 AM

Leodán Quinteros Montaño, Jhonny Rivera Carvajal y Valentín Flores Yucra no llegan a ser ni un lunar de los más de 350.000 habitantes que la ciudadela más poblada de Santa Cruz de la Sierra ha ‘parido’ en 34 años de vida. Ellos son la prueba de que periferia no es sinónimo de delincuencia ni crecimiento desordenado. 


Estos migrantes, que supieron invertir sus monedas y ahora tienen millones, son parte de los ciudadanos que madrugan a comer un buen plato de caldo caliente en el mercado Los Pocitos y de los que acomodan  sus puestos en el Urkupiña. Ellos tienen muy poco que envidiar al primer anillo de la ciudad, viven e invierten en un distrito de 94 unidades educativas, donde los jóvenes que trabajan de día pueden estudiar de noche en el tecnológico Andrés Ibáñez.


En la única ciudadela que goza de un sindicato de micros, si llueve y estos no salen a trabajar los ´toritos` o las asociaciones de mototaxi, con barro o sin barro en las calles, llegan a más de 150 barrios de la zona. Así es el Plan 3.000, un lugar donde todo puede existir, menos la flojera.

A Valentín no se lo llevó el río 
“En vez de estar de flojo echado en su cama, hay que hacer algo en la vida”, dice Valentín Flores, el hombre que nació el 14 de febrero de 1956. Wasapeando en su vagoneta Toyota a diésel 2016, de $us 126.000, pide que Diego Candia, su trabajador, conduzca hacia la quinta 5 Hermanos, propiedad del empresario nacido en Sucre. Valentín tiene 5 hijos y una esposa que lo ‘flechó’ en 1983, año de la tragedia del río Piraí, donde a causa de la riada más de 3.000 familias quedaron sin hogar y tuvieron que ocupar terrenos baldíos ubicados a 12 km del centro de la ciudad de Santa Cruz. 


El turbión del 83, que inundó barrios de las riberas del río Piraí, fue la desgracia con suerte del hombre que hace más de 30 años comenzó vendiendo pan y hoy es propietario de una lechería, una granja de cerdos, un residencial, un colegio particular, 10 urbanizaciones y una clínica de tercer nivel que será inaugurada en septiembre. 


Pero él no hizo su imperio solo, su esposa, Marta Torres, fue desde el inicio la mujer con quien reunió su actual fortuna. La enfermera se dejó conquistar por Valentín mientras curaba las heridas y atendía a los damnificados del turbión en el Plan 3.000. Con Bs 300 de capital decidió, junto con ella, hacer pan para vender. En pocos meses obtuvo el primer crédito del banco, $us 5.000 que prestó a comerciantes, ganó buenos intereses y refinanció a $us 10.000 para seguir prestando. Poco a poco hizo crecer su capital gracias a los intereses de las deudas.


 Luego construyó el residencial 18 de Marzo, ubicado a dos cuadras del mercado de la rotonda del Plan 3.000. El 31 de diciembre de 2001 obtuvo un préstamo del banco Ganadero y compró un colegio en remate, con $us 500.000 emprendió en el desafío que hoy más disfruta: la educación. 


Ya con el colegio a su nombre, empezó a hacer mejoras, construyó más aulas y solo en el primer año llegó a tener 720 alumnos más, al principio solo eran 280 y hasta la fecha son más de 2.000 los niños y jóvenes estudiantes del Cervantino. A los 45 años Valentín decidió estudiar pedagogía, dice que para responder con altura las preguntas de padres y madres que mes a mes cancelan Bs 340, en un colegio con laboratorios, transporte, piscina, sauna, aulas cómodas y docentes profesionales, desde prekínder hasta el bachillerato. 

No me diga millonario
“El Plan me dio de todo, vivo de este trabajo en mi ciudadela que me quiere mucho, nunca me he ensuciado en nada”, dice el empresario, que no conoció a su padre y al nacer fue regalado por su madre. Pequeño de estatura, de bigote negro, manos fuertes y morenas, trabajó desde sus 11 años y es el hombre que hoy emplea a más de 180 personas gracias a la idea de los huevos de oro: Inversiones Urkupiña, un negocio de lotes y casas en la ciudadela Andrés Ibáñez. 


El dueño de 500 hectáreas de terreno no se queja de almorzar dos salteñas con un vaso de coca cola, mientras sentado en un escritorio pequeño, que no es el suyo, conversa con sus trabajadores en la sala de recepción de Inversiones Urkupiña.


A pesar de lo que salta a simple vista, no le gusta que lo llamen millonario, prefiere ser solo un referente de esfuerzo y progreso que nació en una familia pobre y hoy duerme sobre almohadas de pluma.
Valentín viste como caballero. Desde su quinta 5 Hermanos, sobre la carretera a Paurito, en su traje negro y camisa blanca, cuenta que hace años le regaló a su hija dos chanchas que luego tuvieron 14 crías cada una, y así nació la idea de montar un criadero de cerdos. En la quinta no solo hay chanchos, también hay perros y gansos, pero ninguno es tan pesado y chillón como los cerdos. Los más grandes engordan hasta los 100 kilos y luego se llegan a vender a Bs 1.300.


Se jacta de tener un criadero con los permisos necesarios para exportar.  Según él, lo que más le costó fue el trámite del Senasag, pero está contento porque en su granja cada chancho vive en una ‘suite’; sus animales se ven rosados y no tienen ni un solo rastro de lodo. Pareciera que las crías curiosas lo vieran como a un padre, al acercarse, lloran y buscan con sus narices mojadas las manos del hombre que cada año ve nacer cerca de 6.000 chanchos. Si todos los cerdos llegaran a pesar los 100 kilos ideales, anualmente vendería más de Bs 7 millones en carne. La quinta también sirve para producir leche, 40 vacas holandesas dan cada día 200 litros.


Para este hombre, el éxito no puede estar separado de la fe, es creyente de la Virgen de Urkupiña. Cuenta que en la fiesta del Socavón en Quillacollo (Cochabamba), ella le regaló de un solo golpe una piedra tan pesada que trajo a Santa Cruz pagando el precio de un pasaje de avión.

 
A los 58 años muchos buscan descansar, pero no es su caso, en seis meses inaugurará una clínica de tercer nivel en el Plan 3.000. Muy bien asesorado, no duda del éxito de su nueva empresa, ya que antes de colocar la primera piedra solicitó un estudio de mercado y solo así decidió invertir alrededor de $us 3 millones. Aún no es oficial, pero adelanta que preparará una  inauguración a lo grande, traerá un grupo de música nacional o internacional, posiblemente Los Kjarkas o Bronco. Y es que no es para menos, en la clínica habrá laboratorios, banco de sangre, quirófanos, ambulancias y equipos de última tecnología para las diferentes especialidades.   


Valentín dice que si Dios nos da la oportunidad de hacer algo, hay que hacerlo. Tiene la esperanza de que sus hijos continúen haciendo crecer sus empresas y, optimista como él solo, invita a que la gente invierta en el Plan 3000. Cree que ya es hora de que todos sepan que esta ciudadela tiene nombre y apellido.


El amor de Leodán no es Mary
Leodán Quinteros Montaño es dueño del balneario Lo Máximo y del salón de eventos Kentrin en el Plan 3.000. Su padre, el difunto Maximiliano Quinteros Rodríguez, que vivía en Argentina y era fanático del hombre que le canta a La niña triste, no dudó en llamarlo como su ídolo.  Y es la fuerza del nombre de ese artista la que acompaña la vida y suerte del empresario, que apuesta por la ciudadela Andrés Ibáñez.


Leodán Quinteros Montaño, de 45 años, mirada firme y labios gruesos, más que jefe es amigo. Hace meses ayudó a su salvavidas a aliviar los malestares del chikunguña. David Expósito, el joven español de ojos azules, con solo 27 años, cuenta feliz que recibió dinero para comprarse paracetamol y colocarse una vacuna. Y es que el abogado Leodán sabe que no basta con tener plata para triunfar en la vida, para él es muy importante la calidad humana y la calidad de los servicios que ofrece.


De la mano de Dalva Oliveira, y en compañía de sus tres hijos: Kentrin, Maximiliano y la bebé Dara, el cochabambino Leodán pasea de pantalón de tela, zapatos de vestir y camisa por la propiedad de 2.160 metros cuadrados, que hace 15 años compró en subasta pública a 35.000 dólares. Cinco años después, y luego de recorrer la ciudadela, se dio cuenta de que no había un lugar recreativo como los del centro de la ciudad y decidió invertir en su ciudadela.


“El objetivo de la creación del balneario era que las persona del Plan, tengan un lugar de calidad. La gente no tiene que envidiar otro lugar, si puede tener uno en su propia zona”, con esa idea Leodán comenzó  a construir. 

Cloro y plástico
El cliente de Leodán pide pollito frito y salchipapa en Lo Máximo. Allí, cinco palmeras, sillas y tocos de plástico bordean las piscinas del balneario, que tiene espejos grandes en sus vestidores. Parece un palacio colorido por las torres que hay en las esquinas, desde donde se pueden ver diferentes ángulos de la avenida Paurito. El balneario pudo haber costado $us 800.000, pero la comida es para gente sencilla que llega de chinelas y con la toalla de equipos de fútbol al hombro. Leodán, conocedor de su público, no apostó por comida gourmet o platos  tradicionales. Junto con su esposa elaboró el menú con la oferta de pollo frito, panchito y salchipapa.


Luego de comer bien con Bs 10 o Bs 15 en el patio de comidas, instalado sobre una amplia terraza, se puede pasar al sauna para disfrutar del olor a eucalipto y abrir los poros de la piel.

Fiestas lujosas
En el mismo terreno que ocupa el balneario Lo Máximo, al fondo, Leodán tiene otro negocio: el salón de eventos Kentrin. El edificio está lejos de los pisos mojados y baños del balneario, resguardado por amplias galerías de columnas gruesas. 


Hay casi un millón de dólares en el lugar donde se celebran bautizos, quinceañeros, aniversarios y bodas de hasta Bs 120.000. Con el cabello recogido, Dalva, de tez morena y mirada profunda, recuerda una de las bodas más ostentosas, donde hubo peceto, cerveza y whisky. 
Ella, junto con Leodán, se encargó de todo; desde el servicio de comida, la decoración con telas y globos, la contratación de los mariachis y del grupo A Banda Sombra, la limusina negra y el maestro de ceremonias. El matrimonio tuvo hasta fuegos artificiales. 


Leodán cree que si alguien del Plan 3.000 gasta más de Bs 100.000 en su boda, eso solo demuestra que la gente de las ciudadelas quiere calidad y no cantidad. Es feliz cuando ve limusinas parqueadas en el salón de eventos Kentrin y no se arrepiente de tener casi $us 2 millones invertidos en la ciudadela Andrés Ibáñez.

Un paraíso en el Plan
El amable Jhonny Rivera Carvajal, potosino y de mirada paternal, vive lejos del caos de las avenidas y mercados del Plan 3.000. Su casa, en la calle 4 del barrio Juana Azurduy, se encuentra dentro del paraíso. Una cabaña de jatata y blíndex es la mágica burbuja del hombre que pasa mucho tiempo con las manos en la tierra negra negociando con las plantas. Solo él sabe disfrutar del placer de almorzar un plato lleno de verduras y arroz, junto con su esposa y sus cinco hijos. En la mesa larga de madera no hay carne, se suponía que comerían salpicón, pero a su esposa se le olvidó que en su casa no tenía ni pollo ni mayonesa. 


Sus animales
Jhonny acaba de llegar de un matrimonio de más de tres días en Sucre, es evidente que está algo cansado. Llueve y su gato está adentro, se llama Negro y pasa y repasa entre sus piernas. Él dice que quiere a los animales, baja la cabeza y menciona a Modesta, la mona que algún vecino envenenó, quizá harto de sus travesuras. Cuenta que un día estaba sentado en su patio y Modesta se le acercó agitada y lo agarró de las manos, intentó moribunda jalarlo algunos metros, pero cayó. Aunque él la alzó para llevarla al veterinario, llegó tarde con la mona muerta en sus brazos. 


Cuenta también de los dos chanchos de monte, de las parabas y de un tucán que tuvo hace años.  Sabe que los animales silvestres no deben vivir en la ciudad, por eso liberó a las aves y llevó a los chanchos a la propiedad de un amigo. La suerte de los chanchos de monte fue trágica, su amigo tuvo que matarlos luego de que ambos atacaran a su hijo pequeño.


Jhonny vive en la propiedad que su difunto padre, Germán Rivera Carvajal, compró hace 25 años para explotar tierra negra. En aquella época pagaron $us 2.000 por una hectárea de terreno, después de perder su casa en el turbión del 83. 

De la nada
Cuando Jhonny llegó al Plan 3.000 aún no estaba casado y solo se dedicaba a ayudar a su padre y a estudiar agronomía. Años después de la riada, creyó que era hora de formar una familia y le pidió matrimonio a María Luisa Conde, el amor de toda su vida y exvecina del barrio Belén. Hubo fiesta, pero después de eso su padre le cortó la olla grande. 


Jhonny  Rivera dejó de estudiar Agronomía y empezó a trabajar con el ingeniero Tonchy Rivero, de los jardines La Rinconada. Tenía los bolsillos vacíos, pero haciendo jardines logró reunir $us 1.300 y con ese monto inició el sueño de toda su vida: tener un vivero. Así nació el vivero Paraíso, el lugar donde cría a cinco hijos. Entre las mujeres, una estudia agronomía, la otra arquitectura y la última es bachiller, pero se prepara para militar. Los hombres son aún niños. 


Paraíso no es cualquier vivero, es el punto de producción y distribución de más de cien especies de plantas. Metros y metros de invernaderos llenos de helechos, palmeras, flores y plantas colgantes. Al ingreso huele a tierra negra, menta y hierbabuena, y antes de llegar al espacio de los helechos no se puede dejar de mirar los bonsáis de toborochis y granadas, que solo en el Plan 3.000 pueden costar Bs 50.


Las plantas dieron de comer y aún hacen estudiar a los hijos de Jhonny. Hoy vende aproximadamente 600 palmeras a la semana, cada una vale alrededor de Bs 50. Las palmeras son sus aduladas, hace años compró un camión con la venta de 15.000 de ellas en Bs 200.000. Con ese y otro vehículo reparte plantas en el Abasto.
“Si yo tuviera otro terreno más grande, vendería mis palmeras a Bs 1.000 o Bs 2.000 cada una. Vendería palmeras gigantes que sacaría y transportaría con grúa”, dice Jhonny, que piensa en grande y quiere seguir comprando terrenos. El vivero Paraíso no es la única propiedad a su nombre, de ida a Paurito tiene tres hectáreas de grama sembrada, cuando le va bien puede llegar a vender hasta Bs 40.000 al mes.


Para progresar hay que madrugar, las cinco de la mañana ya es muy tarde, debe ser por eso que Jhonny -muy confiado- cree que no le roban porque mientras él trabaja, ellos duermen. Y con la misma seguridad habla de su próximo proyecto en el distrito 8, hará un parque ecológico con piscinas y cascadas como el de La Rinconada, piensa tenerlo listo hasta el 2019. 

Levantarse primero
En la ciudadela Andrés Ibáñez no hay otro sol ni las horas pasan lentas. La luna no ilumina mejor ni las estrellas están al alcance de un salto. Solo hay algo que hace diferente a la gente del Plan 3000, nadie quiere ser pobre y todos quieren morir de pie