Desde los Pichones, que destronaron a una reina de forma ambigua, se complicó lidiar con los coronadores

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15 de febrero de 2018, 8:45 AM
15 de febrero de 2018, 8:45 AM

Ya en estos últimos años, desde los Pichones que destronaron a una reina de forma ambigua y nocturna, se convierte en una experiencia complicada lidiar con los coronadores de turno. Parece que olvidaron que es el pueblo quien sostiene la tarima que pisan.

Hay los que aprendieron a ser ‘políticos’, exprimiendo la amabilidad ante la cámara, pero condicionando la información cuando se apaga la grabadora. Hay los que trasladan sus fantasmas, quién los aterra porque les hace sombra, al terreno periodístico, pretendiendo que los reporteros tomen parte o se pongan el color de su casaca, y no hay tal, o idealmente no debería darse.

Carnaval es una fiesta, una catarsis que libera de los efectos de la rutina, no una explosión de berrinches. Un coronador que hace bien su papel, que disfruta su año, no necesita la ayuda de nadie, porque nadie (con mayúsculas) es capaz de opacar esa luz.

La organización, un gran proyecto, la defensa de lo regional, la preparación intelectual de una reina, la puntualidad, la búsqueda de traspasar fronteras son mucha cosa, pero no bastan. Si el Carnaval es alegría pura, es libertad, risas, carcajadas, es música, es pueblo, solo queda respirar eso el tiempo que dure, porque, como dijo Ximena Zalzer, a los dos meses de reinar, todos olvidan quién sos y lo único que te queda es cuánto disfrutaste.

Coronar en la fiesta más grande y más larga de Santa Cruz, la que mueve más millones de dólares después de la Feria Exposición; es un honor, un privilegio, y al igual que los servidores públicos, de vez en cuando es bueno recordar a los coronadores y auspiciadores quién es el dueño del buri.

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