Ella tiene 33 años y él 73. Lograron imponer su amor ante las adversidades y los prejuicios de la sociedad. Se casaron en 2018, luego de convivir por una década. Hoy hacen pública su historia de amor 

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7 de abril de 2019, 8:55 AM
7 de abril de 2019, 8:55 AM

A 182 km de Santa Cruz. En esa paz que envuelve a Santa Rosa de la Mina están ellos, mirándose sonrientes y disfrutando su amor como dos adolescentes, tal vez como aquella primera vez que entendieron que sus sentimientos eran más fuertes que el peso de sus edades y sus estratos sociales. Todo comenzó en esa pequeña comunidad de 500 habitantes, con el sol, las flores y los cerros como testigos. Hoy ese paisaje confabula a su favor para mostrar su mayor encanto en el que ellos retratan uno de los momentos más especiales de su amor. Ese que sacude prejuicios y despierta la curiosidad de propios y extraños.

Eligen la piscina para retratarse. Sí. Con las praderas de fondo como primer escenario. Cada rincón es especial y guarda un pedazo de su historia. Desde aquel tamarindo de la plaza del pueblo, donde intercambiaron sus primeras miradas, hasta el bibosi en motacú que descansa frente al club de campo, allí sellaron su pacto de amor hace seis meses.

El tamarindo

Flora. 33 años. Secretaria ejecutiva. Tercera hija de ocho hermanos. Nació en el seno de una familia de comunarios; su padre es de San Javier y su madre, de Santa Rosa de la Mina, ambos son ganaderos.

Herman. 73 años. Séptimo de 10 hermanos. Su padre es de Portachuelo y su madre, de Santa Rosa de la Mina, donde nació y se crio hasta sus 12 años cuando migró a la ciudad por motivos de estudios. Volvió ya adulto en su afán de desarrollar un proyecto turístico y jamás pensó que allí encontraría el amor.

Agosto de 2007. Herman y Flora participaban de la fiesta del pueblo debajo de un tamarindo. La mujer llevaba un vestido blanco y él se eclipsó al verla. La invitó a bailar y ella aceptó, sin saber que ese momento cambiaría su vida para siempre. Después de aquella noche algo raro pasaba dentro de ellos. Era una fuerza que les pedía volver a saber el uno del otro. Él se enamoró de su sonrisa y sencillez, y ella de sus ojos verdes y de su inteligencia. Pero no declararon su amor hasta que Herman dio el primer paso y la invitó a salir. Al culminar aquella velada él la besó y ella no se pudo resistir.

El rechazo

Aquella vez la felicidad duró poco y esa magia que se había formado se transformó en dolor. Esos 40 años de diferencia eran imperdonables para su entorno social y a ella no la respetaron. “¡Oportunista!”. Así le apuntó la gente. “Puede ser tu padre”.

Esas palabras calaron en el pecho de Flora y se convirtieron en una especie de lanza que se hundía más sobre ella cada vez que alguien se refería a su relación amorosa. Le dolía. Y mucho, pero ya era tarde para volver atrás. Sus corazones se pertenecían. La solución más fácil era arrancar de raíz lo que sentían, pero no quisieron elegir esa opción. Decidieron demostrarle a todos que su amor no tenía malicia ni ningún tipo de interés que no sea ser feliz. El tiempo les dio la razón.

La transición

Dejaron Santa Rosa de la Mina y se mudaron a Santa Cruz. La aceptación pública fue llegando en la medida que su relación se consolidaba. Así pasaron 10 años hasta que alcanzaron la cúspide: el matrimonio civil. La idea surgió un día cualquiera en una cena y después se la comentaron a sus seres queridos. Esta vez no había cuestionamientos y las ofensas que habían recibido antes se convirtieron en buenos deseos. Todos se pusieron manos a la obra y organizaron la fiesta en menos de tres meses. 

El bibosi en motacú

La unión no podía ser en otro lugar que en el pueblo que los vio nacer. Primero se pensaba que irían 80 convidados, pero luego aumentaron a 300. Ese día ella se vistió de blanco y el optó por un atuendo chiquitano, para jurarse amor eterno debajo de ese viejo árbol.

La Loma

El presente. Están tomados de la mano. Se dirigen al lugar más importante para los dos. Su nido de amor. Se llama La Loma. Así es como bautizaron a la cabaña donde se refugian los fines de semana y que los cobija desde que iniciaron su idilio. “Aquí es donde nuestras almas se unen y la naturaleza nos reitera que el destino ya había escrito sobre nosotros. Nuestra felicidad se resume a esto”, complementa Flora.

Dicen que ninguno es celoso. Que su relación se basa en el respeto y la confianza. Si alguien necesita del otro, conversan y discuten sus diferencias hasta llegar a un consenso. Eso es lo que han hecho durante todos estos años. Una cama rústica, un baúl de madera, una nevera cargada de frutas y dos hamacas les basta para ser felices. Todo en esa atmósfera verde, donde el cielo se une con las lagunas y la tranquilidad se pasea en cada flor, cada árbol, cada objeto...

La iglesia

Ahora se dirigen a la capilla del pueblo. Está cerrada porque no hay misa. Ahí quieren fotografiarse con sus amplias sonrisas. A pocos metros se encuentra la plaza de Santa Rosa de la Mina y en el centro aún permanece el tamarindo, que se mece con el viento. Está viejo. Sigue generoso y mágico. Los arropó la primera vez que se vieron y parece sonreírles con su verde esplendor.

La ciudad

Son las cuatro de la tarde. Hace calor. La sesión de fotos terminó y deben volver a Santa Cruz. Los espera una rutina diferente, pero con la misma dulzura que destilan allí. Quienes los conocen dan fe de eso. Flora retomará su trabajo como secretaria en la cooperativa Cosphul y sus estudios de Administración de Empresas, mientras que Herman debe llevar adelante la administración de su proyecto turístico.

Son organizados y se reparten los quehaceres del hogar. Herman le prepara el desayuno y la espera con el almuerzo, mientras que Flora retoma sus labores de esposa al regresar del trabajo. Ambos se niegan a hablar del futuro y prefieren vivir a plenitud el presente. Sin embargo, Herman hace una excepción para manifestar su gran deseo: consolidar ese proyecto turístico que funciona desde 2006, a través del club de campo que lleva el nombre del pueblo.

No quiere llevarlo adelante solo, quiere hacerlo de la mano de su compañera de vida. “Todos nuestros anhelos están ligados a este pueblo. Aquí queremos pasar el resto de nuestras vidas”, dice el empresario, que luego mira a su amada y en el ambiente se percibe ternura y amor.