Ella. Es diseñadora de joyas formada en Argentina e Italia. “No es una profesión fácil”, apunta. Desde su rol, Sofía Díez de Medina aporta a Bolivia

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9 de enero de 2019, 4:00 AM
9 de enero de 2019, 4:00 AM

No. No estaba hecha para eso. Pero el destino se encargó de capacitarla y pulirla. Jugaba a crear figuras en bisutería con su mamá. Eso desde pequeña. Pronto se vio explorando el mundo de las joyas. Eso, primero en Buenos Aires y después, en Florencia. Así Sofía Díez de Medina quedó capturada en la telaraña de los metales. No quiso huir, porque encontró en la joyería una forma de vida.

El génesis

Su bisabuelo Federico Díez de Medina era arqueólogo y militar. Su padre, ingeniero agrónomo. Su madre, decoradora de interiores. Eso de ser curiosa, detallista y disciplinada lo lleva en su sangre. Y sabe usar todas sus armas.

El Cristo de Cochabamba la vio nacer hace 29 años. El Obelisco de Buenos Aires observó silenciosamente cómo ella se formaba en Marketing. Y de ahí saltó a una escuela de joyería. Pero fue la cuna del Renacimiento que la acogió en sus brazos y la sumergió en la magia de la joyería.

En Florencia exploró, sintió, olió y elaboró sus primeras piezas. Le costó. Sí. Pero comenzó de a poco a tomar vuelo. Aprendió Gemología y encontró sus técnicas. Uno de sus maestros le decía que la joya con un mal comienzo, tiene un mal acabado. Y eso se lo repitió cientos de veces. Lo de la interrelación entre el diseño y la producción de la joya lo entendió después.

El desarrollo

Otro lugar mejor que Italia, para formarse en joyería, no existía. Allí Sofía entendía el proceso del arte en la historia de la humanidad y después, el significado de los metales preciosos. Eso le abrió la mente para siempre.

Volvió a Bolivia y trabajó como joyera. Se independizó y comenzó a comercializar sus propias creaciones en las redes sociales. Ahora vive de eso. Pero no se queda quieta. Viaja todo el tiempo. Eso de no pertenecer a ningún lugar va con ella.

No se siente una superpoderosa de las joyas, pero sí una artesana de la vida. Cuando alguien le pide una pieza, ella explora los pasajes de la vida del cliente. Después los plasma en esa pieza especial, como un anillo de matrimonio o un pendiente que será regalado a la abuela. Ese significado quedará en secreto. Solo lo sabrá ella y su visitante por la eternidad.

Pero... ¿alguien guardará sus emociones? “Eso siempre será un secreto”, dice. Explica que en realidad no lo ha pensado. Quizá el día en que llegue a casarse tendrá que decidir si ella misma creará su anillo o se lo encargará a otro joyero. Para Sofía sí importan los milímetros, la dureza, el peso y las formas. Y seguirá capturando y atrapando más vidas en muchas piezas.

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