María Belén Ibáñez. La joven sicóloga se especializó en equinoterapia, lo que la ayudó a superar una enfermedad

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18 de abril de 2018, 4:00 AM
18 de abril de 2018, 4:00 AM

Se incomoda cuando la tratan como si fuera Teresa de Calcuta por su inclinación a los proyectos de bienestar social, pero no le falta la cabeza fría, o al menos intenta que no le escasee, con el objetivo de que sus iniciativas sean sostenibles y no se queden en un sueño cursi.

María Belén Ibáñez (28), sicóloga de profesión, tiene un nutrido currículum para su juventud. Es directora y fundadora del Centro de Terapia y Actividades con Caballos Volare, además de directora técnica de la Fundación Conectando Vidas (Funcovid). Es entrenadora oficial a nivel Latinoamérica, certificada en Brain Building & Kinetic Learning, por la Fundación HorseBoy, con casa matriz en Texas, para el trabajo con autismo y otras condiciones neurocognitivas. Hizo cursos en equinoterapia y aprendizaje experiencial con caballos en Argentina y en diferentes ciudades de Estados Unidos y tiene varios cursos de negocios en el Incae.  

Trabajó en el colegio Americano en el área de educación especial, pero tuvo que dejarlo para concentrarse en su máximo proyecto, Volare. “Me han hecho propuestas para Buenos Aires y EEUU, de verdad que opciones no faltan, pero tengo un arraigo acá. Por algo nací en Bolivia y no en EEUU”, dice la joven, que deposita fe en la tendencia de las empresas de inclinarse a lo social sin perder su vocación lucrativa.

En carne propia

Nunca lo dijo públicamente, pero su romance con los caballos empezó con un trance personal. Sufre fibromialgia, una enfermedad que no tiene cura, pero que para ella se minimizó con la presencia de equinos en su vida. Profundizó en el tema, se capacitó y actualmente ayuda a niños, jóvenes y adultos con problemas de autismo, parálisis cerebral, retraso sicomotor, trastorno generalizado del desarrollo, capacidades distintas, déficit de atención e incluso de turbulencias emocionales como situaciones de divorcio, estrés crónico, etc.

“En Volare puedo explayarme con servicios como equiyoga, talleres, pony club y asistencia terapéutica; en cuanto a la fundación, se creó de forma separada con la idea del apoyo social. Para tener una idea, un papá paga alrededor de Bs 250 por clase, al mes o al año eso se hace mucho, tomando en cuenta que además hay que pagar colegio, hidro, fisioterapia, etc. Por mucho tiempo intentamos menores costos, pero vale un precio tener buenos profesionales, mantener los caballos y mejorar los equipos, además de incluir un seguro, porque no deja de ser una actividad de riesgo”, confiesa. Y a pesar de las dificultades, en el camino ha encontrado el desinteresado apoyo de muchos padres de familia que han donado desde madera para el establo hasta comederos.

Y lo que parece un simple paseo a caballo, tiene ciencia y es cura para los males. Esa es su apuesta.

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