Karin pinta. Eduardo canta. Rosa María cocina. Los tres vinieron a este mundo con el talento corriendo por las venas. Apuntan a crecer

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10 de julio de 2019, 7:00 AM
10 de julio de 2019, 7:00 AM

Escena uno: el horno no dio más. Y el volcán de chocolate quedó a medias. Sí, eso la puso en figurillas, pero Rosa María buscó otro utensilio más pequeño para seguir preparando esa delicia.

Escena dos: Eduardo puso el karaoke y cantó. El ‘rey del pop’ se sacudía en el televisor y él intentaba imitar sus pasos. Después cambió y puso a Marc Anthony. Lo observó bien y se paró como él para interpretar Hasta ayer.

Escena tres: Karin movió las manos, sacudió los pinceles y los llevó al lienzo. Poco a poco le dio forma a una mujer desnuda, cubierta por una sábana. Eso a sus apenas ocho años. Hoy el cuadro decora la casa de su mamá. Los tres son hijos de Eduardo Urenda y Karin Baumert.

Los tres respiran arte. Llegaron a esta tierra con el talento corriendo por sus venas.

Batiendo

Rosa María tiene 23, pero no siempre fue así. Cuando era niña se metía en la cocina con su madre y hacía de las suyas. Ahí tenía apenas 12. Jugaba a ser chef. Para ella era un carrusel de sabores. Creció en medio de ese mundo mágico y con el tiempo aprendió a preparar la riquísima torta de merengue de su abuela.

A la ‘abue’ no la conoció, pero la receta pasó a la mamá y a las tías. Y llegó hasta ella.

Hoy está en el último año de Gastronomía y se ha especializado en postres. Su volcán de chocolate es un verdadero espectáculo y de eso pueden hablar sus amigas. Ellas se lo piden y Rosa María cumple sus deseos. Pero también hay las que quieren degustar su strogonoff de carne, que le sale a pedir de boca.

Nunca tuvo miedo a la cocina. Su mamá le enseñó a agarrar los ‘instrumentos’ y en la universidad aprendió todas las claves para ser una buena chef. Cuando concluya sus estudios pondrá una repostería y ahí ofrecerá deliciosos postres que estarán en una línea media: ni súper light ni muy altos en azúcar. Eso será pronto.

La cocina -dice- no es una cuestión de género y los varones también tienen una buena mano. Para ella no solo se trata de mezclar y mezclar los ingredientes, también es un tubo de escape a los problemas de la vida. Es un respiro. Eso lo sabe muy bien. 

Afinando

Eduardo tiene 19, pero no siempre fue así. Cuando tenía 10 cerraba los ojos y se veía ante una multitud en un escenario lleno de luces. Le gustaba cantar como Michael Jackson, Bruno Mars, Ed Sheeran y Marc Anthony. Sus papás lo observaban, lo aplaudían y pronto entendieron el mensaje.

Eso de la música es innato. Él se declara tranquilo, pero con un micrófono en mano es otro. Tenía 12 cuando seguía las notas del karaoke. Jamás pasó un curso de canto. Quizá no lo necesitó, porque la música emergía del alma.

Él cree que para ser un artista en Bolivia hay una desventaja y una ventaja (así al revés). La primera tiene que ver con que los bolivianos necesitan de exponentes gigantes internacionales, que les haga creer que pueden triunfar en este mundo. La segunda: “Podemos ser internacionales”, responde. Y en eso se está preparando. Se fue a vivir a Miami.

Puso en pausa sus clases de Comunicación Social y decidió perseguir sus sueños. Lanzó su primer sencillo Esa chica y ahora está preparando más temas. Escucha a Maluma y Bazzi. Se cuida en su imagen y para su estilo usa básicas y colores tierra. Hace gimnasio todos los días, porque quiere verse bien con sus 1,76 m.

Su primera experiencia musical fue el dancehall, pero le gusta ser un cantante versátil. “Todo está en la mente. Tengo 19 años y estoy en el tiempo de Dios para ser un gran cantante”, completa.

Plasmando

Karin tiene 32, pero no siempre fue así. Cuando tenía 8 pintaba sobre lienzo y ya sorprendía. Aprendió a agarrar un pincel y una espátula, y a dejarse llevar por su imaginación. Estudió Comunicación Social, pero las artes plásticas la capturaron.

Una vez empezó a hacer unos cuadros para su departamento y una vecina vio uno de estos y se lo compró. Su mejor marketing fue el boca a boca. Cuando se dio cuenta ya tenía varios pedidos.

En EEUU aprendió pintura, aunque siempre estuvo ligada a ella desde el colegio. Andaba dibujando todo el rato. Ni cuando se embarazó de Sebastián dejó el oficio. Pintó hasta sus ocho meses de gestación, eso sí con la debida precaución. Hoy tiene su taller donde trabaja por horas. Le va bien y vive de aquello.

En su primera muestra presentó 17 cuadros y vendió todos. Pintaba hasta la madrugada cada día. Lo suyo siempre será el lienzo, el acrílico, el óleo y la espátula.