Hace 14 días una turba quemó su casa en La Paz. Relata, en exclusiva, cómo fueron esos instantes horrorosos

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24 de noviembre de 2019, 8:20 AM
24 de noviembre de 2019, 8:20 AM

Fuego. Las sonrisas de Casimira y Friedl se consumían con esas feroces llamas que hacían desaparecer en segundos toda la felicidad de la pareja. Era la fotografía de casados. Era la imagen del día más emotivo de la conocida periodista boliviana y el piloto de aviación de origen austriaco.

Una turba había violentado el espacio de amor de la profesional y se llevaba todo a su paso como un tsunami. Esa noche, Casimira creyó que llegó el Apocalipsis a la Tierra. Y metafóricamente lo que sucedió fue que unos demonios enloquecieron, se escaparon del abismo y asaltaron Chasquipampa, al sur de la sede de Gobierno. Esa noche reinó el horror.

Un día tranquilo

Antes. Casimira despertó un poco más tarde de lo habitual. Eran las 9:00. Ayudó a tender las camas de su familia, desayunó con sus hijos Friedl y Stephan, pero no con su esposo, porque Friedl Hochhaeuser estaba en Santa Cruz. Este no pudo salir, porque el aeropuerto de El Alto estaba cerrado.

Una amiga le dijo a Casimira que quería compartir con ella un cafecito, mientras le mostraba su nuevo departamento. Por un segundo la conductora de televisión dudó en asistir, porque los fines de semana siempre se los dedica a sus seres amados. Pero, aceptó.

Salió. Estaba con su amiga. Su hijo la llamó por celular y le dijo que estaba yendo a la plaza Murillo a “festejar” la renuncia de Evo Morales. Ella le dijo que no fuera por la inseguridad que había en las calles desatada por la crisis sociopolítica del país. Ya era tarde. Sus retoños estaban cerca del lugar. También le llegó la noticia de la quema de los buses Pumakatari. Y su corazón se estremeció. Otra vez habló con sus ‘pequeños’: “Molesta les decía que tenían que volver a casa. Pero no sabía que el peligro estaba en mi casa y no en la plaza Murillo”.

Convenció a sus hijos y quedaron en encontrarse en el MegaCenter de Irpavi. Pero, no fue sencillo. Una multitud se había apoderado de La Paz para demostrar que estaban a gusto con la partida del líder del MAS.

La trancadera de autos era enorme. Otra vez parecía el fin del mundo. La gente corría con la tricolor en las manos y llevaban un rostro esperanzador en las vías principales de Chuquiago Marka. Casimira no desmayó en su intento. Quería encontrar a sus hijos y llegar a casa. No sabía que eso era lo que no quería Dios. “Él no me soltó su mano y hacía de todo para que yo no llegara...”, añade.

Una nueva información desesperó más a la mujer de ojos color miel. Estaban quemando la casa del rector de la UMSA, Waldo Albarracín. Jamás pensó que la siguiente sería la suya.

Cerca del abismo

Eran las 20:00 cuando Casimira se unió en un abrazo con Friedl (23) y Stephan (21). Efigenia la llamó. Le dijo que se estaba yendo de la casa. Y ella le pidió que apagara las luces. De nuevo: no sabía que estas no se volverían a prender nunca más. Pasaron dos horas y los tres seres no pudieron llegar a Chasquipampa. Ahí, volvió a sonar el celular. Era la llamada de terror sacada de una película de Alfred Hitchcock.

La trabajadora del hogar lloraba y no podía articular las palabras. Casimira le pedía que se calmara. De pronto el balde de agua fría cayó: su casa se incendiaba. Todo el mundo de la periodista, con 30 años en los medios, se derrumbaba. Y su voz desapareció.

En el lugar unos encapuchados ingresaban por el garaje y por la puerta principal. Le prendían fuego a una vagoneta, destruían todo a su paso y robaban todo lo que podían recoger sus brazos. Esa casa se desvanecía y con ella 25 años de matrimonio.

Max, Rosino, Budy y Minina lograron huir del espanto. Una alarma de la casa de al lado chilló y los malhechores se dispersaron. Pero, el objetivo había sido cumplido. Sí. Los tres perros y la gata se salvaron de la desgracia. Y los vecinos apagaron las llamas. Lo que no pudieron espantar fue al monstruo que se asentó en el hogar de Casimira Lema.

Los tentáculos del horror

Un hotel acogió a esas tres almas. Efigenia fue abrazada por los vecinos y vio de cerca todo el horror. Casimira volvió a su casa después de cuatro días. El desamparo respiraba allí, pero ella sacó fuerzas de su interior y sabía que no podía dejarse consumir por el mal. Eso sí recordaba esas palabras de aquella noche que por celular salían disparadas: “No vuelvan porque lo que (esos desconocidos) dijeron fue que la quemarían viva”.

Su corazón seguía arrugado. Sus ojos claros, enrojecidos. Y la pregunta lógica era: ¿Por qué? O tal vez miles de veces ¿por qué? “Me pregunté qué había hecho de malo. Estos 30 años solo me dediqué a informar buscando siempre la verdad y la claridad de los hechos. He tratado de ser equilibrada como periodista. Siempre fui seria y traté de informar con ecuanimidad”, explica.

Y continúa: “No importo yo, pero ¿por qué el odio con mi familia? No lo entiendo”. Prestó sus declaraciones en la Felcc de La Paz y lo que sabe es que esa noche sus castigadores tenían “acento de comunarios y de extranjeros”. En estos días le tienen que asignar un fiscal. No cree en la justicia, pero dice que posee mucha fe y esperanza para que se puedan aclarar los sucesos turbulentos de esa noche.

Un amigo de su esposo le facilitó un departamento. Casimira le dijo que lo aceptaría, pero que pagaría por él una renta mensual. La vida le mostró su rostro más espantoso. Ahora lucha por salir del túnel. No guarda rencor. El tiempo cerrará las heridas y Dios -dice- castigará a los culpables. No quiere mirar atrás, pero sabe que nunca más será la misma después de ese trágico 10 de noviembre.



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