La boliviana, conocida en el medio, es una caja de sorpresas. Cree que una prenda es una ‘experiencia’. Apoya el aborto y las relaciones homosexuales. ¿Feminista? Sí

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3 de febrero de 2019, 4:00 AM
3 de febrero de 2019, 4:00 AM

Preámbulo

Saltaba como las pipocas en la olla. Iba en picada. Sus manos se aferraban al manubrio. Quiso torcer y no pudo. Eligió no caer al vacío, así que pronto su cara y el suelo fueron uno mismo. Su mandíbula se movió cuatro centímetros y su mentón se dañó. Dolió. Fue en el camino de la muerte, en Los Yungas.

Faltaba poco para que se lanzara como diseñadora en el Bolivia Moda. Jamás debió salir de Santa Cruz. Pero una vocecilla interior la llamó a la aventura, lejos de casa. Postrada en una cama, en La Paz, le hicieron 70 puntos. Pensó que no llegaría al BoMo y en unas horas estaba saludando a su público. Era el surgimiento de Úrsula Cabrera, la modista. Al menos de esa Úrsula.

Una vez empezó a mutar. Es la boliviana construida a partir de miles de versiones. Puede ser diseñadora de modas, arquitecta, feminista, activista social, ciclista, atleta o nadadora. También auténtica, rebelde, dispersa, inquieta, indecisa o simplemente mujer, ser humano o alma libre. Es una fragmentada, como lo es James McAvoy en la película Glass.

Úrsula I

Una vez terminó el colegio. Había pasado por muchas aulas. Del Don Bosco, del Santo Tomás de Aquino, del Bellas Artes, del Franco. Después estudió Arquitectura, Diseño de Modas y Corte y Confección. La primera carrera la ejerció un buen tiempo. Pero volvió a mutar.

Úrsula II

Una vez fue a una tienda. Se probó un brasier. Pero no se ajustaba a sus pechos. La mujer que atendía le dijo que podía ponerse esponjas y después tirar del sujetador. “¿Si no le diera la gana de hacerlo?”. Esa interrogante se refería al porqué tenía que alienarse a la prenda, cuando bien podía ser al revés.

Ahí apareció esa vocecilla -otra vez- que la empujó a agarrar una tijera, un molde, una tela y una aguja para crear lo que ella quisiera. Así lo hizo. Pero no creó una prenda, sino una ‘experiencia’, primero para ella y después para las que iban a usarla. Eso de “generar experiencias” es lo que persigue cuando se transforma en diseñadora y se mete en su taller.

Rebobinando. La rueda de la bici giraba. Úrsula seguía postrada. Fueron a socorrerla. Días antes había renunciado a lanzarse a la luz pública. Le rogó a Pablo Manzoni para que no la pusiera en la lista del BoMo, pero este se negó. Y como había cuatro días amables que le daba la naturaleza, corrió a La Paz. Fue en 2012. Desde entonces su nombre figura como diseñadora. Aunque para ella siga siendo otra de esas ‘fastidiosas’ etiquetas que la sociedad pone a los homo sapiens. “No me gusta etiquetar y no me gusta que me etiqueten”, pide.

Úrsula III

Una vez corría. Y se movía por la calle. Sus zapatos ya estaban impregnados de tierra. Un desconocido pasó por su lado y le lanzó un piropo difícil de reproducir por el alto nivel de atrevimiento. Ella se incomodó. Y quiso retirar esas palabras de su mente. “¡Bah!, no importa”, pareció decir. Después se sacudió la cara y dijo: “¡Claro que sí importa!”. No es agresiva, pero retrocedió e increpó al hombre. “Quedarse callado es un crimen. La mujer debe elevar su voz. ¿Por qué no lo tendría que hacer?”, expresa. Y complementa: “Hay más razones de querer hacer algo que excusas para dejar de hacerlo”.

Hubo un quiebre en su vida cuando empezó a hacer labor social. Por unos siete años colaboró con el Oncológico. “Cuando me di cuenta de que mi existencia podía influir en los demás, se encendió una voz que a veces no habla. Y cuando una persona logra expresarse, se encienden otras voces. Una voz no se puede encender si es fingida, debe ser verdadera”, explica. Es su teoría. Su filosofía. Forma parte de sus ideales.

Úrsula IV

Una vez empezó a grabar desde su celular. En Facebook se transforma en una voz amplificada para escupir todos los males de la sociedad. Una vez lo hizo desde la Villa Olímpica, por ejemplo, para mostrar su inconformidad ante la construcción de una cancha de fútbol sobre la pista de atletismo. Pronto su video alcanzó varios ‘likes’, fue compartido y comentado.

Para ella otra x son las redes sociales. Es una forma de fiscalizar, de intervenir ante una ‘injusticia’. Eso no la hace ni feminista ni activista social, pero si la gente la quiere tildar así, es bienvenido. Difiere con los extremistas, pero puede estar con ellos en una concentración. Es una mujer dispuesta a denunciar la violencia, la violación, la corrupción y tantos otros temas sociales.

Úrsula V

Una vez creyó que cualquiera podía identificarse con alguna orientación sexual. Apoya al colectivo LGBT. A ella le han dicho lesbiana y ahora responde: “No lo fui. Ahorita no lo soy. Eso sí, tengo una gran admiración hacia la mujer”. Cree en el empoderamiento del mal llamado ‘sexo débil’, pero no en aquel que somete al varón, sino en el que se fundamenta en la igualdad de género.

Está de acuerdo con el aborto, el casamiento homosexual y la adopción de hijos para cualquier ser humano. Con ella no van las tradiciones familiares. Eso de ir al colegio, casarse o concebir hijos a una determinada edad, repelen en su cabeza. Ella irá al altar y tendrá descendencia cuando le dé la gana. Quiere tener cinco pequeños, pero si pudiera 10, 20 o 50.

Sí, se ha enamorado. Una vez estuvo enlazada a un hombre por cuatro años. Reconoce que eso, de ser tan dispersa y cambiante, le trajeron problemas con sus parejas. “Ni mi madre ha podido conmigo...”, agrega. La clave para enamorarla es precisamente que la dejen “ser”. A cambio, Úrsula ofrece lo mismo.

Es espiritual, antes que religiosa. Puede entrar a una iglesia evangélica y escuchar la prédica de un pastor o puede ir a un centro budista si así lo quisiera.

Quiere vivir hasta los 130 años. Quiere seguir corriendo. Fue campeona nacional de triatlón durante cuatro años y guarda 300 medallas de atletismo y natación. Cuando le preguntan cuántos años tiene, responde con su peso: 72 kilos. Esta vez lo largó: 37. No tiene ningún lío en decir su edad, pero cree que la gente sí. No faltará alguien que diga: “Ya es vieja”.

Puede almorzar a las 15:00 y no al mediodía -como lo dicen las normas- en su auto o en un sofá. Y “comida” para ella será un sándwich y no necesariamente una sopa con segundo. “Soy solo Úrsula, sin etiquetas, bajo el sello del amor, la verdad y el gozo”. Eso, lo repite. Pronto mutará.

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