Cuando uno menos lo espera, llega la noticia internacional: Pollos Kiky está cruzando fronteras. La marca que nació en esta tierra, entre risas, llopos y sabores, abrió sus puertas en Naples, Estados Unidos

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12 de noviembre de 2024, 9:40 AM
12 de noviembre de 2024, 9:40 AM

En esta tierra que amamos, donde la espera se ha vuelto un símbolo de paciencia y resistencia, estamos acostumbrados a ver filas en cada rincón. Las colas en los surtidores se convirtieron en una imagen tan nuestra como las palmeras que adornan la plaza, y los cruceños sabemos bien que cada espera tiene su lección. Desde hace tiempo, hacer fila dejó de ser una simple acción; se ha transformado en un ritual compartido, una especie de experiencia colectiva donde miramos al vecino y entendemos, sin palabras, que ambos estamos aquí por algo que vale la pena.

Entre charlas, rezos y reflexiones, hemos aprendido a esperar. Esperamos a que lleguen las cisternas, a que suba la presión en los ductos, a que se resuelva la crisis. Porque sí, vivimos en tiempos de incertidumbre, donde cada día se siente como una nueva prueba para ver hasta dónde aguanta nuestra paciencia. Y en medio de todo esto, cuando uno menos lo espera, llega la noticia internacional: Pollos Kiky está cruzando fronteras. La marca que nació en esta tierra, entre risas, llopos y sabores, abrió sus puertas en Naples, Estados Unidos.

Algunos dirán que es simplemente una expansión, un negocio más que busca el sueño americano. Pero para mí, tu tío adulau, es algo mucho más profundo. ¿Qué representa realmente esto? ¿Es acaso una señal de que nuestra cultura, nuestras costumbres, y hasta nuestras esperanzas están siendo llevadas al otro lado del mundo? ¿Es posible que nuestros sobrinos en el extranjero también puedan experimentar lo que significa ser parte de esta familia?

Y fue allí, en el corazón de Naples, donde lo vi. Una imagen que me dejó pasmado, que me devolvió al calor de nuestras colas bajo el sol cruceño, cuando las filas se alargan y parecen no tener fin. Porque sí, sobrinos, la fila se hizo larga. No hablo de una simple espera de minutos; fue una fila que serpenteaba, que doblaba la esquina y seguía. Como si los mismos gringos, de repente, sintieran la necesidad de sumarse a ese ritual tan nuestro.

“Exportamos colas a los Estados Unidos”, pensé, y hasta sentí un escalofrío.