Rodrigo T. Lema, periodista internacional, habla sobre la historia de la bebida emblemática del país

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6 de agosto de 2021, 8:30 AM
6 de agosto de 2021, 8:30 AM

El singani como lo conocemos hoy es el resultado de décadas de perfeccionamiento, de prueba y error, de método. En el medio de un mundo en colisión, donde grandes fuerzas estaban en pugnas de poder y las ciudades (de lo que sería Bolivia) empezaban a crecer bajo el mando español, surge una necesidad: transportar el vino hacia las ciudades, importantes centros de la economía mundial, en ese momento. Pero el vino hecho con el método europeo, antiguo y obsoleto, no sobrevivía el viaje desde los valles. No estaba hecho para la tierra boliviana, hecha de dura piedra y orgullosas montañas.

Entonces, es ahí donde surge una nueva idea. Del mismo material del vino, se hace un destilado. Más fuerte, más resistente. En ese momento no lo sabíamos, pero ese producto… era más boliviano. Diseñado y pensado para acomodarse al clima de la zona, libre y caprichoso; un trago hecho para sobrevivir.

Más de 400 años han pasado desde ese momento, pero la fuerza y el orgullo que el singani lleva en su esencia sigue presente, incluso, más fuerte que antes.

Esta historia me lleva al bastión actual del singani, a las fábricas de Casa Real, donde el trago típico de Bolivia ha hecho su hogar y palacio.

Desde un punto de vista técnico, el singani es un híbrido entre dos tipos de bebidas clásicas: el vino y los destilados. El vino, hecho de jugo de uvas fermentado, es rey en su cancha. Dioses han sido dedicados a esta bebida y su sola existencia marca un antes y un después. Por otro lado, los destilados son la fuerza del pueblo.

Con padres tan nobles, el singani no puede quedarse atrás. Iniciamos con la base, la Uva Moscatel de Alejandría, la más noble de todas, hija de Egipto, pero con perfeccionamiento boliviano. Plantada a más de 1.700 metros sobre el nivel del mar, esta uva es única y solo crece de esta manera en nuestra tierra. Tras la recolección de las uvas y la fermentación de su jugo, tenemos un vino, el cual rápidamente pasa por los alambiques de cobre franceses para destilarse, proceso en el cual la esencia misma, el espíritu del vino sale a la luz. Posteriormente, este destilado pasa a reposar durante ocho meses y se mezcla con agua de manantial, para que el oxígeno abra y exponga todo el sabor y olor que caracteriza a nuestra bebida. En este proceso, miles de personas han sido partícipes, desde las comunidades de recolectores, grandes personas que guardan celosamente a la fruta y sus virtudes, hasta los técnicos de las fábricas y nuestro Maestro Destilador, guardián de la fórmula secreta de Casa Real, patrimonio de cuatro generaciones de la familia Garnier.

Al final, de los contenedores de acero, surge un líquido transparente, sedoso, con un olor fresco y revitalizante. En tomar Singani, la experiencia de ser boliviano se resume en una colección de sensaciones familiares y a la vez, elegantes y únicas.

Entrando a la bodega de Casa Real, se lee: “En esta casa, bajo estas manos, se produce el mejor destilado del mundo”. Y ese sentimiento que se levanta en el corazón de los lectores es el mismo que ha llevado a generaciones de personas y comunidades enteras a dedicarse durante toda la vida a la producción del Singani boliviano, tan bueno, tan famoso, que ha obtenido la Denominación de Origen, haciendo del Singani el trago representativo, único y original de la tierra que lo creó, lo desarrolló y lo vio nacer. De Bolivia y de cada uno de los bolivianos.