La lógica de los sistemas silvopastoriles –que es el nombre técnico para las fincas sostenibles– es que, a mayor cantidad de árboles, mayor productividad. Vacas y bosques sí pueden convivir sin vaciarles el bolsillo a los ganaderos. Para leerlo

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2 de mayo de 2018, 6:53 AM
2 de mayo de 2018, 6:53 AM

Si alguien quisiera entender los problemas que aquejan a Colombia, podría voltear a mirar al campo. Y, una vez con los ojos fijos en los 43 millones de hectáreas que según Oxfam se dedican en el país a agricultura y ganadería, se daría cuenta de que esta última concentra la maraña de problemas del agro en el país.

Según el diario El Espectador, en Colombia hay 34 millones de hectáreas dedicadas a la ganadería, aunque el Instituto Agustín Codazzi ha dicho que las tierras aptas para esta actividad apenas alcanzan los 15 millones. Los otros 18 millones de hectáreas que hoy están llenas de pastos y vacas, antes fueron bosques nativos. Son monte pelado.

El negocio es lo suficientemente rentable para que los montes pelados y con vacas regadas sigan apareciendo por todo el país. De acuerdo con el Ministerio de Ambiente, entre 1990 y 2015 el 60 % de los árboles cayeron para que unos cuantos acapararan esas tierras, principalmente para meter vacas o para especular con esos terrenos. Ni las estrategias contra la deforestación, ni las advertencias, frenan la deforestación, que solo en 2016 aumentó en 44%.

Con esa historia detrás, hace siete años el gremio ganadero, representado en Fedegán, se unió con el Banco Mundial, el Banco Mundial para la Naturaleza, The Nature Conservancy (TNC), el Reino Unido, el Fondo para la Acción Ambiental y la Niñez y la Fundación Sipav, para echar a andar el proyecto de ganadería sostenible más grande del país.

El proyecto escogió a 83 municipios en 12 departamentos que cumplían con tres características, de acuerdo con el coordinador del proyecto, Andrés Zuluaga. Son importantes regiones ganaderas, se encuentran en distintos ecosistemas y aún albergan unas cuantas áreas con ecosistemas bien conservados.

Los aliados se unieron con 2.988 ganaderos medianos, pequeños y grandes para brindarles asesoría técnica y así reconvertir sus montes pelados en corredores de biodiversidad llenos de árboles, arbustos y palmas. Además, unos 1.600, ubicados cerca de lugares claves como fuentes de agua, o bosques nativos intactos, reciben pagos por servicios ambientales.

La lógica de los sistemas silvopastoriles –que es el nombre técnico para las fincas sostenibles– es que, a mayor cantidad de árboles, mayor productividad. Es decir: hay más comida para las vacas que, además, es mucho más estable, pues en períodos críticos de sequía, la producción de comida no cae tanto como en los sistemas tradicionales.

El monitoreo de los primeros siete años del proyecto, que se presentaron la semana pasada, lo comprueba: en períodos secos, las fincas silvopastoriles fueron capaces de soportar 24 % más ganado que las tradicionales.

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“Además de producir más comida para el ganado, estos árboles y arbustos muchas veces tienen mejor calidad nutricional que solo los pastos y puede ser el doble o el triple en nutrientes, como por ejemplo la proteína”. Esto explica, dice Zuluaga, el aumento del 155 % en la productividad de leche de estas fincas.

Y, por si fuera poco, los árboles nutren el suelo, pueden usarse eventualmente para madera y son esenciales para aumentar la biodiversidad en los sistemas. Son comida para aves, mamíferos y para conectar los bosques nativos que algunas fincas conservan. Además, su sola presencia permitió que el país capturara 1.299.910 toneladas de CO2 cada año.

Si los beneficios del sistema son tan evidentes, ¿por qué entonces los 500.000 ganaderos de Colombia no transforman sus sistemas de producción? 

La respuesta es sencilla: según TNC, el 80 % de los ganaderos colombianos son familias que les toca sobrevivir con los ingresos que dejan menos de 50 animales. “Hay un imaginario en el país del gran ganadero, pero la realidad es que es un negocio de subsistencia”, dice el coordinador. 

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Por eso, sacarse del bolsillo los tres millones de pesos por hectárea que cuesta una reconversión, no parece viable para muchos de ellos. “Si bien llegamos a casi 3.000 familias, son 500.000, todavía falta mucho para escalarlo. Como proyecto, nuestra meta es que el Estado piense esto como una política de desarrollo”, dice Zuluaga.

Por ahora, lo más cercano a esa ambición es la Mesa Nacional de Ganadería Sostenible, que creó el proyecto y que puso a conversar al sector ambiental con el gremio y el Ministerio de Agricultura. Desde allí se construye la primera política pública para la ganadería sostenible del país.

Sin embargo, dice Zuluaga, la reeducación de los profesionales en las regiones, la priorización de préstamos para los ganaderos que quieran reconvertir sus fincas y un cambio de actitud generalizada hacia el problema son la única forma de poner a convivir vacas con árboles de manera definitiva.