Christiana Figueres tiene un objetivo: evitar el calentamiento global. Ella es la responsable de la respuesta mundial que se dará en la Cumbre del Clima en París

El Deber logo
3 de diciembre de 2015, 18:47 PM
3 de diciembre de 2015, 18:47 PM

La secretaria de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático está segura de que la cumbre de París puede hacer historia y generar un acuerdo crucial para limitar las futuras emisiones de carbono. Pero el éxito depende de su función clave.

Las oficinas de la Secretaría del Cambio Climático de la ONU en Bonn (Alemania) gozan de unas preciosas vistas sobre un tramo del Rin, hacia praderas y espléndidos edificios nuevos y antiguos. Se encuentran además a poca distancia del campus histórico que se hizo famoso por ser el lugar donde se firmó el Plan Marshall tras la Segunda Guerra Mundial.

Dicho plan, que canalizó miles de millones de ayuda estadounidense para reconstruir las economías europeas, fue crucial para la creación de la Europa moderna y para redibujar la economía global. En lugar de las medidas punitivas y de las reparaciones impuestas a Alemania en el Tratado de Versalles, el Plan Marshall ofrecía curación y ayuda financiera, un mensaje de esperanza, no de miedo.

Christiana Figueres, la principal responsable del cambio climático en la ONU, tiene ante sí una tarea tan enorme como la de los arquitectos de ese plan. Es responsable de la respuesta mundial al calentamiento global, una amenaza potencialmente más catastrófica que cualquier desastre conocido, pero con un desarrollo tan lento que los gobiernos y la opinión pública han podido hacer caso omiso de ella durante más de tres décadas desde que los científicos comenzaran a demostrar de manera irrefutable los peligros que plantean las emisiones de gases de efecto invernadero a la estabilidad de nuestro planeta.

Este lunes, los gobiernos se darán cita en París en una conferencia decisiva, en un intento de forjar un nuevo tratado global, con la esperanza de que sea tan efectivo y tan trascendental como el Plan Marshall, que limite las emisiones de carbono futuras y que aporte ayuda financiera a los pobres que serán los más perjudicados por los efectos del calentamiento.

Mucho en juego, poco progreso histórico

Lo que está en juego no podría ser más importante. Hace ya más de 20 años desde que los Gobiernos realizaran sus primeros esfuerzos conjuntos para controlar las emisiones y tratar el cambio climático.

Desde entonces, las emisiones han seguido aumentando en gran medida casi cada año, excepto en los marcados por la crisis financiera. En 1992, cuando se firmó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), que obligaba a los países a evitar niveles peligrosos de calentamiento, el contenido de carbono de nuestra atmósfera era de unas 356 partes por millón (ppm), en su mayoría vertido a la atmósfera desde la Revolución Industrial.

Ahora, se encuentra en 398 ppm, no lejos de las 450 ppm que los científicos calculan como el umbral superado el cual nuestro clima cambiará drásticamente y de forma irreversible, produciendo extremos climáticos, inundaciones, sequías, olas de calor y haciendo prácticamente inhabitables franjas del planeta.

La historia de los esfuerzos internacionales sobre el cambio climático hasta ahora ha sido la de tratados ineficaces e ignorados, de disputas impropias sobre qué naciones deberían soportar la mayor “carga”, como si la salvación del único planeta que tenemos se pudiera describir así, y de fanfarronerías políticas aderezadas con recriminaciones despiadadas. El progreso, si se mide en emisiones de carbono, ha sido nulo.

Figueres es plenamente consciente de todo esto. Nació en el seno de una familia costarricense con buenas conexiones políticas, hija del hombre que dirigió la transición del país a la democracia y que sirvió tres veces como su presidente. Después de formarse como antropóloga, dedicó su vida al servicio público. Como miembro del equipo costarricense de negociación climática desde 1995, ayudó en la redacción del Protocolo de Kioto y de los posteriores acuerdos.

Cuando se le pregunta por qué decidió trabajar en el ámbito del cambio climático, cuenta la historia sobre el sapo dorado que antiguamente era común en Costa Rica y que se extinguió en 1989. Figueres tiene ilustraciones de ese sapo en las paredes de su despacho.

“Veía esta especie cuando era niña y cuando tuve a mis dos hijas, la especie ya no existía”, comenta. “Para mí fue un gran impacto, porque me di cuenta de que estaba dejando a mis hijas, que entonces eran muy muy jóvenes, pues nacieron en 1988 y 1989, un planeta mermado por nuestra irresponsabilidad, por nuestra insensatez”. Esta reflexión fue lo que la llevó a trabajar en el problema climático.

Figueres tiene una figura compacta, formal y directa, dura, con momentos de ímpetu. Responde a cada pregunta de inmediato, con firmeza, aportando hechos concretos y conclusiones rápidas, a veces con humor. En el contexto de las conversaciones sobre el clima, se muestra centrada y seria, independientemente del caos que exista a su alrededor.

Pero esta vez no espera que cunda el caos. “Durante muchos meses no se ha cuestionado si vamos a llegar a un acuerdo [en París]”, afirma. “Ahora la pregunta es lo ambicioso que será el acuerdo. A principios de este año, cuando comencé a hablar sobre cómo vamos a llegar a un acuerdo, la gente se mostraba incrédula. Ahora creo que todo el mundo lo da por hecho: vamos a llegar a un acuerdo, porque hay suficiente voluntad política, cada vez hay más voluntad política. Tiene un sentido económico fundamental. La estimulación de esta transformación [hacia una economía de bajas emisiones de carbono] beneficia a los intereses nacionales de los países”.

Si las negociaciones de la ONU son un éxito este año, Figueres desempeñará la función clave. Tiene tres tareas fundamentales: garantizar que los países se atengan a los estrictos objetivos sobre las emisiones, aportar a los países en desarrollo ayuda financiera del mundo rico para desarrollar energías ecológicas y para adaptarse al calentamiento global y redactar el borrador que se convierta en el instrumento legal indisputable que firmarán los países.

Pero ahora una sombra se cierne sobre las conversaciones de París. Los ataques que mataron a 130 personas y dejaron cientos de heridos han marcado profundamente a Francia y a Europa. Para muchos franceses, el problema a largo plazo del cambio climático puede parecer irrelevante, comparado con su peligro actual. El expresidente Nicolas Sarkozy propuso que se retrasara la cumbre, pero François Hollande insistió en que debían seguir adelante. Se aumentó la seguridad, sobre todo para los más de 130 líderes mundiales que asistirán, incluidos Barack Obama, Xi Jinping, Narendra Modi, Angela Merkel y David Cameron. Se ha cancelado una marcha por París planificada por grupos de la sociedad civil y otras manifestaciones se silenciarán.

Figueres respondió rápidamente a la atrocidad. “Un dolor profundo. Me solidarizo con París y con toda Francia”, escribió en Twitter. Ha sido su única declaración pública.

Las entrevistas de "The Guardian" tuvieron lugar antes de los eventos y rechazó la oferta de hacer comentarios adicionales en este artículo. Entre bambalinas, su equipo ha estado trabajando estrechamente con el Gobierno francés, sobre la seguridad y sobre cómo gestionar a las diferentes delegaciones de forma distinta.

¿Qué repercusiones tendrá en las conversaciones? Es inevitable que a los líderes mundiales les pregunten sobre el terrorismo antes que sobre el calentamiento global y puede que sea el tema que domine algunas de sus reuniones privadas. Pero la crudeza de los eventos espantosos cambiarán el ambiente, que será más serio, más respetuoso y más diligente. Los delegados estarán sometidos a una mayor presión que nunca para llegar a un acuerdo y para abstenerse de esos gestos de fanfarronería política y teatralidad que tiñeron las conversaciones anteriores.

Las conversaciones previas de este año se han demorado por las disputas sobre la letra pequeña, la colocación de algunas frases, los detalles del lenguaje y la intención. Todo esto parecerá una trivialidad en una ciudad en duelo y manchada de sangre y pocos gobiernos querrán adoptar una postura egoísta o histriónica, que prive a Francia de una dosis de esperanza y éxito. La solidaridad fraguada en la tragedia podría ser la clave del éxito.

Los pronósticos para llegar a un acuerdo son positivos: con la cuidadosa planificación llevada a cabo por Figueres y los anfitriones franceses se ha garantizado la eliminación de los principales obstáculos con mucha antelación. La cifra clave que debe recordarse es 2 ºC, el umbral de calentamiento en comparación con las temperaturas preindustriales para que se produzca un peligroso cambio climático, una cifra en la que coincide la comunidad científica. Según las tendencias actuales, si no se adoptara ninguna acción en París, el mundo se calentaría hasta 5 ºC este siglo. Aunque no pueda parecer mucho, recordemos que la última edad de hielo solo fue unos 5 ºC más fría que las temperaturas medias actuales.

Para Figueres, el objetivo de 2 ºC ahora se puede alcanzar. Los Gobiernos que representan más del 90% de las emisiones globales han presentado planes a la ONU que, de seguirse, producirían un calentamiento de entre 2,7 ºC y 3 ºC, según distintos análisis. Figueres corroboró estos hallazgos afirmando: “Las [promesas, conocidas como Contribuciones previstas y determinadas a nivel nacional] tienen la capacidad de limitar el aumento previsto de la temperatura a aproximadamente 2,7 ºC para 2100, que en ningún caso es suficiente, pero que es mucho menor que los cuatro o cinco grados más de calentamiento estimados por muchos antes de las Contribuciones”.

Ahora es crucial progresar. “Las inversiones que vamos a realizar globalmente en los próximos cinco, diez o como máximo 15 años, pero sin duda las que se realizarán en los próximos cinco años, determinarán la calidad de vida de las generaciones futuras”, afirma, “así de sencillo”.

Lo más importante es que un acuerdo en París incluya también un mecanismo de revisión de los planes de emisiones nacionales cada cinco años, para incrementar con regularidad los compromisos.

En el ámbito financiero, se ha progresado en gran medida. En la cumbre de Copenhague de 2009, los países ricos prometieron que el mundo en desarrollo recibiría una ayuda financiera de 100.000 millones de años anuales para 2020, con el fin de ayudar a los países a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y a sobrellevar las repercusiones del cambio climático. La OCDE determinó en un informe este otoño que alrededor del 60% de esos flujos financieros ya estaban sucediendo, con fondos procedentes de Gobiernos de países ricos, bancos de desarrollo como el Banco Mundial y el sector privado. Un informe del Instituto de Recursos Mundiales exponía que el resto posiblemente se entregará para 2020, con fondos de instituciones públicas y fuentes privadas.

Seguirá habiendo discusiones sobre la forma legal: ¿será un tratado, un protocolo o “un resultado acordado con validez jurídica”, como se estipuló en conversaciones anteriores? Se puede decir que esta última opción es la más débil, pero seguiría representando un acuerdo jurídicamente vinculante, el santo grial de las conversaciones sobre el clima.

¿Qué aspectos pueden salir mal? El la cumbre sobre el clima de Copenhague de 2009, en la que las naciones supuestamente debían firmar un acuerdo jurídicamente vinculante que regiría la respuesta mundial al cambio climático en las próximas décadas, las perspectivas eran también muy buenas. Antes de la reunión y por primera vez, tanto las naciones desarrolladas como las que estaban en desarrollo acordaron conjuntamente la contención de las emisiones de gases de efecto invernadero. Para los países ricos, esto implicaba reducciones absolutas de sus emisiones de carbono. En el caso del mundo pobre, significaba imponer límites a sus emisiones futuras.

Pero Copenhague acabó con escenas de caos y de amargas recriminaciones entre países. Un acuerdo plenamente vinculante era algo inalcanzable, aunque las principales economías desarrolladas y en desarrollo sí firmaron una “declaración política” para limitar sus objetivos de emisiones para 2020 y que sigue en vigor actualmente. El palabras de la propia Figueres, fue “el fracaso más exitoso que hemos vivido”.

El mal resultado de Copenhague en parte se debió a que los líderes mundiales llegaron en el último minuto, con la intención de firmar un acuerdo que aún no se había escrito. Cuando llegaron, sus negociadores aún estaban inmersos en conversaciones detalladas sobre un texto, discutiendo sobre la colocación de las comas y sobre la delicada redacción. Si bien los países más grandes acordaron objetivos de emisiones, no se llegó a un compromiso sobre la ayuda financiera a los pobres y los países en desarrollo no pudieron llevarse a casa eso. Muchos líderes mundiales aprovecharon su momento en el escenario mundial y el fulgor de los medios de comunicación del mundo como una oportunidad para expresar arraigados agravios que poco tenían que ver con el cambio climático. Con estas posturas teatrales, aunque se había llegado a un acuerdo, las escenas de discordia y de malestar diplomático fueron con lo que se quedó la opinión pública.

Figueres se ha esforzado para evitar estas situaciones esta vez y, ante las circunstancias trágicas en las que se desarrollarán las conversaciones en París, la mayoría de países serán prudentes para no caer en el histrionismo. Esta vez, se ha incluido a los grupos de la sociedad civil en una fase previa y los líderes mundiales llegarán al inicio, con el fin de resolver diferencias y ofrecer instrucciones a sus delegados para que lleguen a un acuerdo equitativo lo antes posible.

La función de Figueres en este sentido ha sido vital. Mientras hablamos, tiene que hacer pausas para responder a algunas llamadas. Una es de la oficina del Príncipe de Gales, que acudirá a París para intentar aunar a empresas, ONGs y Gobiernos, con su inigualable poder de convocatoria. “Un cruzado del clima fantástico, un referente de acción”, le califica Figueres. Esta especie de diplomacia “suave”, que implica horas de interacciones personales de Figueres con las principales figuras que se espera que den forma a las conversaciones, ha sido fundamental para crear un ambiente en el que los líderes se sientan capaces de llegar a un acuerdo.

Si París es un éxito, gran parte del mérito se deberá atribuir a Figueres. Aprendió la lección en Copenhague, ha trabajado estrechamente con los anfitriones franceses en una acción diplomática sin precedentes por todo el mundo. También cita “cambios en la economía real, cambios en los fundamentos”: el coste de la energía renovable se ha desplomado (la energía solar es un 70% más barata que en 2009), ha aumentado la inversión en combustibles limpios y ahora la mayoría de las grandes economías del mundo cuentan con legislaciones sobre las emisiones de gases de efecto invernadero. “En Copenhague, intentamos coger la enorme cúpula de una catedral y dejarla caer sin que hubiera pilares. ¿Dónde estaban esos pilares necesarios? Obviamente, la cúpula se cayó y se hizo pedazos. Esta vez, contamos con pilares muy sólidos”, afirma.

Pero Figueres también se beneficia del cambio radical en la geopolítica del clima que se ha producido desde Copenhague: el giro en la postura de China sobre la cooperación internacional en el calentamiento global.

Pero lo que se consiga en París no se ha creado en Francia, sino en Durban, en Sudáfrica, en 2011, cuando lo que se esperaba que fuera otra reunión anual rutinaria de la CMNUCC se convirtió en la conferencia sobre el clima más extraordinaria jamás vista, lo que cambió en gran medida el curso de las conversaciones desarrolladas en 20 años.

Una persona propuso un plan. Connie Hedegaard, la responsable de asuntos del clima en la UE, había sido ministra de Medio Ambiente de Dinamarca durante las conversaciones de Copenhague y estaba dispuesta a corregir la “pesadilla” en la que se había convertido Copenhague. Quería convencer a otros Gobiernos para que establecieran una nueva fecha límite para acordar los compromisos sobre emisiones que entrarían en vigor en 2020, cuando acabaran los establecidos en Copenhague.

Durante las dos semanas de conversaciones en Durban, reunió una “coalición de ambición”, integrada principalmente por los países más pobres que serían los más afectados por el cambio climático. El día final, contaba con más de 130 países a su favor. Pero seguían oponiéndose los Gobiernos de dos países: China e India.

Lo que sucedió después fue una extraordinaria prueba de resistencia. El fin de las conversaciones estaba previsto para las 6 pm del segundo viernes de la reunión y los anfitriones querían acabar e irse a casa. Pero Hedegaard se negó. Al final, en las primeras hora del domingo por la mañana, cuando despuntaba el alba sobre Durban, los oponentes cedieron y Hedegaard se salió con la suya.

China e India, al ver que estaba aislados y que sus aliados tradicionales no les apoyarían, acordaron una programación para hablar sobre un acuerdo para después de 2020. Esa programación era para la cumbre de París en 2015.

Desde ese momento, la postura de China ha cambiado notablemente. Rápidamente se hizo un llamamiento a las principales autoridades de China para que dieran forma a una nueva postura que implicara límites en las emisiones de gases de efecto invernadero, lo que también beneficiaría a sus ciudadanos, que ya sufrían la espantosa calidad del aire, producto de las centrales eléctricas sin restricciones y accionadas con carbón y la industria contaminante, con nuevas normativas que impusieran estándares más estrictos a todos. El año pasado, China acordó por primera vez poner un límite máximo a sus emisiones, un elemento clave para un acuerdo en París.

Figueres se ha beneficiado de la dureza de Hedegaard y de los cambios políticos que se han producido. Está dispuesta a aprovechar la situación. “Los humanos no tienen una fuerza rectora más fuerte que el propio interés. Es algo que se aplica a usted, a mí, pero también a nivel nacional. No existe una fuerza rectora más fuerte que el interés nacional. Así que ahora tenemos fuerzas muy fuertes con las que estamos trabajando”.

Para Figueres, París también significa un legado personal. Cuando finalice la cumbre y, según espera la ONU, se desarrolle un nuevo proceso de conversaciones futuras, dejará su cargo. Sus planes futuros están en el aire, comenta encogiéndose de hombros. Para entonces, espera haber logrado lo que nadie ha conseguido antes: un acuerdo legal y vinculante que baste para reducir las emisiones según el consejo científico y que acatarán los Gobiernos de todo el mundo durante la próxima década y más allá.

Si bien responde rápidamente a las preguntas, la única vez en nuestras conversaciones en la que duda es cuando se le pregunta sobre el destino de los países pobres si las conversaciones de París fracasan. “Espero que no fracasemos”, dice al final. “Serán los que sufran las consecuencias”.

Y aparta la mirada, con lágrimas en los ojos.



Traduccion: Sara Fernández/VoxEurop/ http://www.voxeurop.eu/es

Este articulo forma parte de Climate Publishers Network; el original fue publicado en The Guardian/ Keep it in the Ground: (http://www.theguardian.com/environment/series/keep-it-in-the-ground