Hay menos bloqueos que en las avenidas y en el centro de la ciudad, pero se cumplen con mucho civismo. Los mercados abastecen y aminoran las incomodidades

El Deber logo
2 de noviembre de 2019, 3:00 AM
2 de noviembre de 2019, 3:00 AM

El paro cívico es un ser vivo que avanza como una liebre por toda la ciudad. Está en todos los rincones como una conciencia que va tocando las puertas y que invita a sus habitantes a no ser indiferentes. 

No hay un punto neurálgico desde donde los bloqueos se expandan como el agua que baja de la montaña. Cada piquete es un epicentro de rebelión y la periferia, al igual que el centro de la ciudad, es también un corazón que late en esta medida de presión convocada por el Comité Cívico de Santa Cruz y otras instituciones, que hoy cumple ya 11 días en defensa del voto del 20 de octubre.

Son varias las señales que aparecen para delatar que la vida en Santa Cruz está regida por el paro. 

A un comienzo eran los bloqueos en las bocacalles, en las rotondas y en las avenidas los que coronaban un paro contundente. 

Después, las largas filas en las agencias distribuidoras de gas y de personas acudiendo hasta ellas con su garrafa en la espalda revelaban que la situación se ponía cada vez más difícil, pero no por ello menos firme en esta medida que empezó porque una buena parte del país cree que hubo fraude electoral.

Lo que más cuesta para llegar a los barrios alejados es zigzaguear los puntos de bloqueo. Hay que pedir permiso en cada uno de ellos. En el Plan 3.000 el comercio rige con buen ritmo de normalidad en el mercado Los Pocitos, hasta donde llegan los habitantes de los barrios para abastecerse de alimentos. 

La gente compra pan y carne, huevos y verduras. Mientras uno avanza hacia el interior, los bloqueos van desapareciendo y la vida pareciera alejarse del paro cívico, hasta que la gente cae en cuenta de que no hay transporte público, que se acerca la hora de ir a unirse a los piquetes de bloqueo o cuando recuerdan que no pueden ir al centro a realizar alguna diligencia.

En otro punto de la ciudad, en las afueras de la cárcel de Palmasola, los familiares de los presos llegan con víveres y los entregan a quienes ofrecen el servicio de ‘radiotaxis’, que son personas que en carretillas pueden introducir alimentos y ropa al interior del penal.

Por las calles del Plan 4.000 Daniela Apaza Fernández, Filomena Arriaga y Rosmery Candia salieron de sus casas a las 7:00 y cada una lo hizo con sus hijos pequeños. 

Salieron a buscar ayuda a una institución solidaria porque las tres mujeres no pueden llegar al centro de la ciudad donde realizaban trabajos en domicilios particulares. Mientras caminaban se enteraron que en una casa del distrito 12 estaban preparando una olla común auspiciada por el municipio cruceño y caminaron hasta ahí. 

Llegaron al filo del mediodía mientras Yacqueline Rojas y otras vecinas, con sus manos laboriosas, desmenuzaban pollo hervido para preparar salpicón. Trabajaban con esmero porque sabían que cientos de bocas llegan con hambre, y muchas de ellas son de personas que están bloqueando en las calles y de vecinos que, al no estar generando recursos cada día, no tienen asegurado el pan del día.

En la zona de Los Lotes, los conductores de las motos, a las que se las conoce como ‘Toritos’, buscan la forma de ganarse la vida. Ofrecen servicios hacia el interior de los barrios o hasta las fronteras de los bloqueos. 

Los pasajeros buscan ese servicio para abastecerse, para cargar las cosas pesadas que llevarlas a pie requeriría de mucho esfuerzo.



Tags