¿En qué país quiero vivir? La pregunta ronda mi mente hace algunos días. Antes de visualizarlo, es importante agradecer lo que nos da. En primer lugar, el carácter de su gente, que no se da por vencida y que ha logrado luchar y ganar batallas contra las dictaduras de los 80, contra los corruptos de todos los tiempos y contra los vendedores de sueños que no supieron cimentarlos para hacerlos realidad. Por otro lado, cómo no tener gratitud por una tierra resiliente, que reverdece después de que los inescrupulosos le prenden fuego. Cómo no admirar a los que no se rinden y siguen invirtiendo y construyendo, a los que apuestan lo mucho o lo poco que tienen porque no pierden la fe. Hay muchos resilientes y son ellos los que permiten tener la certeza de que la crisis que ahora vivimos va a pasar.


 Cuando pase el temblor económico, anhelo vivir en un país que sea capaz de disipar la desconfianza, que pueda trabajar en conjunto para construir una mejor sociedad y acabar con la confrontación atizada por quienes quieren prevalecer sobre los demás. Quiero habitar una Bolivia donde gane la honestidad y la acción de servicio por el bien común, de manera que se acabe la corrupción y el clientelismo. Un país donde pueda abrirse las puertas a la inversión nacional y extranjera, donde haya la capacidad de generar empleo digno y de calidad. Un lugar con ciudadanos que se comprometan a cuidar el medio ambiente, donde se invierta en educación, en salud y en políticas de equidad y respeto, sin importar sus opciones ideológicas, de género o de religión. Hoy elijo soñar. La suma de anhelos puede provocar cambios.