Si hay algo que ha hecho daño a la ola democrática que desde fines de los 70 llegó a nuestra región es la irrupción de un proyecto de poder liderado por un militar venezolano que, con el correr de los tiempos y a medida que se creía la reencarnación de Simón Bolívar, intentó darle estructura ideológica denominándolo Socialismo del Siglo XXI.

Tal fue la irrupción del coronel que fue deslegitimando, cuando no destruyendo, proyectos democráticos –como, por ejemplo, el Foro de San Pablo o, en otro ámbito, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, particularmente la Relatoría Especial para la Libertad de Prensa--, financiando movimientos como el MAS en el país y a su líder Evo Morales; a Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Enrique Correa en Ecuador; Daniel Ortega y familia en Nicaragua, y trascendió continentes, pues el partido Podemos de España recibió importantes montos de dinero. Patético es el caso de Cuba (y, al parecer, alguno que otro país del Caribe), que fueron virtualmente comprados por el coronel cuando estaba vivo.

En fin, todo lo que toca el proyecto del Socialismo del Siglo XXI corrompe y destruye. Su acción corrosiva no se queda ahí. Este proyecto ha generado en la región, por un lado, un comportamiento cínico para justificar el robo de los recursos del Estado cuando sus adherentes llegan al poder. Si el ex presidente fugado en Bolivia es acusado de estupro, la culpa la tiene la derecha y el imperialismo. Si la justicia sentencia, luego de un juicio público, a Cristina Kirchner por robo de recursos estatales, la culpa la tienen los grupos de poder que usan el aparato judicial, y lo mismo en Ecuador.

Por otro lado, semejante transgresión a la democracia y al buen vivir ha generado un movimiento anti Socialismo del Siglo XXI que copia sus métodos de acción y busca llegar al poder para extirpar a los zurdos y todo lo que no comulgue con sus ideales (sean liberales disidentes, socialdemócratas, socialcristianos o lo que sean) ni con su conocimiento de la historia que, creo que se puede generalizar, es bien pobre, como demuestra, cerca de nosotros, el mandatario argentino). Así, se emparentan ambos proyectos que tienen como fin, aunque desde diferente visión ideológica, la destrucción de los valores democráticos y de la convivencia pacífica entre la gente. ¡El gato poniendo los cascabeles!

Lo peligroso para la sana convivencia es que estos movimientos autoritarios de extrema derecha acaban de tener a su propio coronel, aunque sea civil, en la primera potencia del norte. Lo diferencia del venezolano en que éste no se siente reencarnación de nadie, sino el ungido para perfeccionar al mundo y tener el poder de mandar ukases al gobierno que se le antoje. El peligro es que, de la misma manera que el finado coronel generó una radical posición contraria, éste provoque también la suya y en el planeta vivamos un tiempo de violencia y destrucción.

Pero, como la esperanza es lo último que nos queda, ojalá que de ese plausible escenario surja finalmente un mundo mejor, como sucedido después de la segunda Guerra Mundial y recuperemos una atribución particular: que sea la gente la que ponga el cascabel al gato.

Por lo menos, ese es el deseo de este peón democrático.