Este año, las quemas han arrasado millones de hectáreas en Sudamérica en general y Bolivia en particular, dejándonos una imagen desoladora. Este desastre es una muestra visible de un problema más amplio: el cambio climático.

La ciencia económica no es ajena a este fenómeno. William Nordhaus fue premiado con el Nobel de Economía en 2018 por su análisis macroeconómico de este hecho. Él advierte que es impulsado por las emisiones de dióxido de carbono (CO2) derivadas de la quema de combustibles fósiles, lo que provoca un calentamiento global.

Lo más preocupante es que los países, las empresas y las personas continuamos contaminando sin asumir las consecuencias ambientales de nuestras acciones. Nordhaus llama a esto una "externalidad global": las decisiones de unos pocos afectan a todos, pero no se refleja en los costos económicos de quienes contaminan.

Para enfrentar este desafío, Nordhaus sugiere tres soluciones. La primera es reducir las emisiones de CO2 incentivando la transición hacia energías más limpias, aunque con costos en el corto plazo. La segunda es desarrollar tecnologías que capturen CO2 directamente de la atmósfera, algo aún incipiente. La tercera, la geoingeniería, plantea modificar el clima de manera artificial, un enfoque riesgoso y controvertido.

Uno de los pilares de Nordhaus es establecer un precio al carbono, lo que implicaría que las personas en el mundo paguemos por el derecho a contaminar. Este mecanismo, usado en varios países, podría revolucionar la economía global y hacer que contaminar deje de ser gratis. También propone los "clubes climáticos", alianzas entre países comprometidos con reducir emisiones, ofreciendo beneficios a quienes participen y presionando a los que no lo hagan.

En cuanto a Bolivia, la deforestación es una contribución significativa al CO2. Una investigación del centro de pensamiento INESAD señala que esta pérdida no solo agrava el cambio climático, sino que también afecta la biodiversidad y contribuye a problemas sociales. Además, los fenómenos climáticos extremos, como inundaciones y sequías, golpean con más frecuencia, afectando al sector agrícola y a comunidades que dependen de él para subsistir.

Las quemas en Bolivia son causadas principalmente por prácticas agrícolas tradicionales como el chaqueo, la expansión no regulada de la frontera agropecuaria, y políticas que incentivan el uso de tierras. Estas prácticas se ven agravadas por condiciones climáticas adversas como la sequía y las altas temperaturas, que facilitan la propagación de incendios. Además, el cambio climático ha incrementado la vulnerabilidad de los ecosistemas a las quemas, lo que a menudo resulta en incendios forestales fuera de control.

El impacto económico del cambio climático en Bolivia podría ser devastador si no tomamos medidas ahora. Frente a este panorama, INESAD señala que es crucial implementar políticas para mitigar el impacto del cambio climático. La diversificación de cultivos, mejorar y aplicar la planificación territorial y establecer mecanismos de seguros para los agricultores son pasos fundamentales. En el sector energético, fomentar las energías renovables, como la hidroeléctrica y la solar, puede reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles y, con ello, nuestras emisiones de CO2.

El mundo debe buscar un equilibrio entre el crecimiento económico y la sostenibilidad. No podemos permitir que las decisiones que tomemos hoy comprometan el futuro de las próximas generaciones. Las políticas que solo priorizan el corto plazo sin considerar el impacto ambiental pueden ser perjudiciales a largo plazo.

El cambio climático es una realidad y las quemas son una advertencia de lo que nos espera si no actuamos. Con políticas adecuadas y voluntad política, podemos cambiar nuestro rumbo. El humo de las quemas puede haber oscurecido el cielo, pero aún es posible un futuro más limpio y sostenible.

Por eso necesitamos un Jenechurú como ese fuego interno que nunca se apaga, no una quema que duele.