Aun en la guerra, hay límites y protocolos que limitan la violencia. Así León Tolstoi y otros pensadores hubiesen llegado a la conclusión de que el acto más vil de la humanidad es la guerra, a través de los tiempos, el ser humano ha sabido poner límites a la violencia tanto en las guerras entre naciones como en sus confrontaciones políticas y cotidianas. 

En mi temprana adolescencia, como estudiante de colegio, recuerdo que había una especie de “protocolo” entre los varones para resolver nuestras diferencias. Las peleas a puños eran frecuentes como medio de resolver nuestras diferencias personales. Recuerdo bien que para ello elegíamos el lugar, la hora y la forma de pelea. “No se patea en el suelo; la pelea será sin patadas”, se decía. Había un entendimiento de que, incluso en el conflicto, había límites claros que no debían cruzarse.

Esto nos lleva a una pregunta crucial: ¿cuáles son los límites de la lucha política? En el pasado, en el Viejo Mundo, por ejemplo, la vida privada de los políticos era campo vedado para el ataque de adversarios. Se discutía la política, sus méritos y deméritos, sus luces y sombras. Lo sustancial eran las ideas y las acciones, y cómo estas afectaban, beneficiaban o perjudicaban a la gente. La moral ética de los líderes políticos de entonces estaba fuera de cuestión. Fue principalmente en Estados Unidos donde se empezó a incluir la vida privada como un criterio más en la evaluación de los políticos. Y su práctica misma es más reciente. Si la vida privada de Franklin Roosevelt o John F. Kennedy, dos gigantes de la política estadounidense, fuera expuesta hoy en día, es posible que no hubieran sido electos. Lo mismo pudiéramos decir de François Mitterrand en Francia y muchos otros.

En Bolivia, en estos días, la lucha política ha centrado su enfoque en la conducta moral de Evo Morales. Algunos políticos opositores creen haber encontrado en ello la piedra filosofal para derrotarlo electoralmente. Pero Bolivia no es Estados Unidos. En un contexto de política identitaria, Morales representa mucho más que ser un simple candidato: él es la voz de varios millones de electores, especialmente de aquellos con raíces indígenas y campesinas. Por tanto, los ataques personales sobre sus actos inmorales no lo debilitan necesariamente, sino más bien lo fortalecen. En efecto, una reciente encuesta lo coloca como favorito en las preferencias electorales. Y esto no es para sorprenderse.

El crimen del que se le acusa está relacionado con prácticas que, para una gran parte de la población indígena y campesina de Bolivia y de muchos otros pueblos con el mismo nivel de desarrollo, son culturalmente aceptadas. Por tanto, aquello que hoy nos horroriza no causa el mismo efecto en la gran mayoría votante de Evo Morales, o al menos no es suficiente para rechazarlo. Por el contrario, cada ataque cultural o moral que se le hace repercute en gran parte de su electorado que se siente igualmente aludido; lo que lo solidariza con él. Particularmente viniendo la crítica de quien viene: la clase media conservadora tradicional de las ciudades.

No debemos olvidar que Morales no perdió el poder por un escándalo personal –como el relacionado con la señora Zapata, como muchos creen–, sino fue porque violó reiteradamente la Constitución para habilitarse ilegalmente como candidato y finalmente ser responsable del mayor fraude electoral de la historia del país. Es decir, cayó por razones políticas, no éticas. Paradójicamente, no morales. De hecho, los ataques a su ética y moral parecen haberlo favorecido más que perjudicado.

Asimismo, cuanto más se ataca al presidente Luis Arce, más se libera a Evo de su responsabilidad gubernamental por la profunda crisis económica que sufrimos, que es hechura suya y su herencia. Además, él es igualmente responsable por haber elegido a Arce Catacora como su ministro de Economía, y posteriormente como candidato presidencial, al cual le dio todo su apoyo, siendo Arce, a su vez, responsable por haber sido débil e inepto como ministro, y posteriormente como presidente. Por tanto, mientras más se critica a Arce, más se libera a Morales de las consecuencias de sus nefastas y equívocas decisiones.

Irónicamente, algunos líderes opositores están ayudando a Morales en su campaña electoral al persistir innecesariamente en atacar a Arce, cuyas posibilidades electorales ya son mínimas. Ello también le permite a Morales elegir a su contrincante, al que ya ha derrotado varias veces y que es, además, su más vociferante crítico, que lo llena de insultos y epítetos personales, haciendo gala de la ignorancia de Morales, particularmente en temas económicos.

Aunque la economía es, sin duda, el principal problema que identifica la ciudadanía hoy en día, la solución no pasa simplemente por elegir a un economista o tecnócrata como próximo presidente. Lo crucial es quién puede, no solo resolver la crisis económica con un equipo técnico capacitado, sino también ofrecer la credibilidad y la capacidad política necesarias para pacificar el país y garantizar la gobernabilidad.

La feroz lucha entre Evo y Arce, junto con los ataques personales, morales y culturales hacia Morales, ha desviado la atención de la crisis nacional que requiere una urgente solución. La política ha descendido al nivel más primitivo, dominado por el instinto irracional de destrucción entre los hombres: verdaderamente, el hombre se ha convertido en el lobo del hombre.