Escribo esta columna en mi vehículo a las 23:45 de un día de semana, casi una hora después de entrar a la fila y esperando al menos otra hora más a que llegue la cisterna. No soy el único, somos miles los que vivimos este calvario.

La situación que vivimos estos días tiene un nombre: escasez de dólares. Más allá de los bloqueos, la falta de combustible y las interminables filas son la punta del iceberg de un problema más profundo que afecta los cimientos de nuestro país.

Dependemos de las divisas o dólares para casi todo: desde importar alimentos hasta maquinaria e insumos básicos que sostienen la producción en el país. Sin divisas, el motor económico se detiene, y estamos al borde de un freno que podría costarnos mucho más de lo que pensamos.

Bolivia necesitó en promedio USD10 mil millones por año para cubrir sus importaciones. Se ha hablado de reemplazar el dólar con monedas alternativas, como el yuan, el sol peruano o las criptomonedas, pero no hay escapatoria: el dólar sigue siendo esencial. Es nuestra llave para pagar deudas, sostener el comercio exterior e incluso para ahorrar.

¿Dónde están entonces los dólares? Las fuentes tradicionales de ingresos en dólares se han secado. Las exportaciones de hidrocarburos son cada vez menores e insuficientes para pagar el combustible.

Bolivia lleva años acumulando un déficit externo porque gasta más de lo que recibe. En realidad, desperdicia porque se da el lujo de enviar combustible y otros bienes locales subsidiados al extranjero mediante el contrabando.

El camino para salir de esta crisis pasa por una estrategia realista, dejando a un lado el romanticismo ideológico. Es hora del realismo más que socialismo o capitalismo.  Necesitamos generar dólares de manera estable y suficiente, lo cual solo se logrará impulsando sectores exportadores con verdadero potencial.

La agroindustria, si se moderniza y expande, podría aportar hasta USD3.000 millones de dólares adicionales al año; el sector forestal, bien manejado y promovido, podría agregar USD1.200 millones, mientras que el turismo, reactivado y promocionado, podría generar al menos USD500 millones de dólares sólo al inicio.

Estos sectores no son soluciones mágicas, pero representan una salida viable si se priorizan políticas efectivas y se eliminan las trabas excesivas que asfixian al sector productivo.

La inversión extranjera es otra pieza clave, especialmente en sectores estratégicos como el litio, la minería y los hidrocarburos. Si realmente queremos atraer capitales que impulsen el crecimiento, debemos ofrecer estabilidad y reglas claras y factibles. La política debe ser una herramienta para generar confianza, no para intimidar a los inversionistas.

Con un entorno favorable, Bolivia tiene el potencial de destacarse como un líder regional en la producción de litio, gas y minerales, pero para eso, el pragmatismo debe superar cualquier dogmatismo.

Mientras las soluciones estructurales dan sus frutos, es urgente adoptar medidas inmediatas. En lo fiscal, el país necesita ajustar de una vez el descontrol fiscal y reducir subsidios insostenibles, como el de los combustibles, que representa un costo cercano al 5% del PIB. En este contexto, el pragmatismo manda: no es viable seguir gastando miles de millones en egresos injustificados y sin focalizar.

En el ámbito monetario, ajustar el tipo de cambio de manera controlada podría aliviar la presión sobre las importaciones y promover las exportaciones. Un ajuste cambiario puede asustar, pero mantener un dólar ficticio en un contexto de escasez extrema es una ilusión que terminará costándonos caro.

Es hora de ver las cosas como son. La escasez de dólares no es solo un problema del gobierno o de los bancos: es un problema de todos, y si no lo enfrentamos ahora, las consecuencias serán para todos. El país necesita decisiones valientes y pragmáticas, que busquen soluciones reales y no caigan en discursos con aplauso momentáneo.

Fin ¡Llegó la cisterna y cargué combustible a las 1:30am del día siguiente!