Roberto Oblitas Zamora

La evaluación, según Julio Pimienta (2012), se define como “un proceso sistemático y continuo de recogida de información relevante, con la intención de formular juicios de valor sobre el logro de objetivos y tomar decisiones orientadas a la mejora”. Esta definición resalta el carácter integral y constructivo de la evaluación, situándola como una herramienta clave dentro del sistema didáctico.

La evaluación es un componente esencial en el proceso de enseñanza-aprendizaje porque permite identificar no solo el nivel de logro de los objetivos educativos, sino también las fortalezas y áreas de mejora tanto en los estudiantes como en las estrategias pedagógicas empleadas.

En este contexto, se convierte en un mecanismo de retroalimentación que orienta a docentes y estudiantes hacia el cumplimiento de metas educativas de manera efectiva y significativa. Sin embargo, su aplicación ha sido objeto de debate, especialmente en lo que respecta a los enfoques utilizados.

Históricamente, la evaluación tradicional ha priorizado la medición de la memoria. Los exámenes estandarizados y las pruebas escritas suelen centrarse en la capacidad de los estudiantes para recordar y reproducir información en un solo momento, lo que reduce la complejidad del aprendizaje a un simple ejercicio de retención.

Paulo Freire criticó esta práctica al describirla como una educación “bancaria”, donde los estudiantes son considerados recipientes pasivos que reciben y almacenan conocimiento impartido por el docente. Este enfoque limita el desarrollo integral del estudiante y no considera aspectos fundamentales como la aplicación del conocimiento, la creatividad o las competencias sociales.

En contraposición, la evaluación por competencias propone un cambio de paradigma. Este modelo busca valorar el saber, saber hacer y saber ser, lo que implica un enfoque más holístico y centrado en el estudiante.

En lugar de enfocarse exclusivamente en la memoria, la evaluación por competencias monitorea de manera constante tanto los conocimientos adquiridos como su aplicación práctica en situaciones reales. Además, prioriza el desarrollo de competencias humanas como la creatividad, el pensamiento crítico y el trabajo en equipo, aspectos esenciales en el mundo actual.

Un aspecto fundamental de este enfoque es que coloca al estudiante en el centro del proceso de aprendizaje. Al considerarlo un sujeto activo en su propio desarrollo, se fomenta su participación y se respetan sus formas individuales de aprender.

La evaluación, por tanto, se transforma en un proceso dinámico y continuo que no se limita a un momento específico, sino que acompaña al estudiante durante toda su experiencia educativa. Esto se logra a través del uso de diversos instrumentos y estrategias que valoran tanto los resultados como los procesos, promoviendo una comprensión más profunda y una aplicación significativa del conocimiento.

La evaluación debe evolucionar hacia un enfoque integral que priorice al estudiante como el centro del proceso de enseñanza-aprendizaje. Es fundamental valorar los tres niveles de competencia (saber, saber hacer y saber ser) y utilizar instrumentos variados que promuevan un aprendizaje significativo.

La evaluación, lejos de centrarse exclusivamente en la memoria, debe ser un proceso que impulse el desarrollo integral, fomente la creatividad, estimule el pensamiento crítico y prepare a los estudiantes para enfrentar los desafíos del mundo actual.