El candidato republicano Donald Trump ha sorprendido a propios y extraños con una victoria contundente sobre la demócrata Kamala Harris en las elecciones de Estados Unidos, cuando la mayoría anticipaba un resultado muy ajustado. El Partido Republicano también ha asegurado una mayoría en el Senado, aunque queda pendiente el control de la Cámara de Representantes.

El cambio en la Casa Blanca no es un relevo habitual, dada la figura del candidato ganador. Trump representa un personaje que, hace cuatro años, puso en riesgo la democracia de su país al perder las elecciones y, junto con sus seguidores, desacreditar sin fundamentos el sistema electoral, el mismo que hoy avala su sólida victoria.

Con el retorno de Trump se avecinan tiempos de revanchismo político, ya que él ha declarado su intención de "arreglar" un sistema que considera corrompido por los Demócratas. Más allá de sus sesgos, es evidente que el nuevo Ejecutivo republicano, con una inminente mayoría en el Congreso y la afinidad de la mayoría conservadora en la Corte Suprema, ejercerá una influencia inédita sobre otros poderes del Estado y sus instituciones.

Trump ya ha afirmado que su Presidencia tendrá mayor incidencia en una institucionalidad que, aunque imperfecta, ha mantenido una relativa independencia en más de dos siglos de democracia. Se espera que intervenga en las designaciones de altos cargos en el Departamento de Justicia y en la Reserva Federal.

Un beneficiado directo de esta injerencia podría ser el propio Trump, ya que probablemente logre evitar penas de cárcel en un caso en el que fue hallado culpable y anule otros procesos judiciales en su contra. La erosión de la justicia es un camino seguro hacia el autoritarismo, la persecución política de adversarios y la impunidad de aliados. Asimismo, manipular la política monetaria de la Reserva Federal podría producir beneficios a corto plazo, comprometiendo la estabilidad económica a largo plazo.

En cuanto a la relación de Trump con el mundo, los líderes internacionales enfrentarán nuevamente su falta de predictibilidad, una característica de su anterior gobierno. Su política exterior parece impulsada por filias y fobias personales: si bien muchos piensan que Trump tiene la determinación para lidiar con tiranías como la de Maduro en Venezuela o el régimen iraní, también se le acusa de mantener lazos estrechos con Putin en Rusia. Por otro lado, China se prepara para una anunciada "guerra arancelaria" del nuevo gobierno.

Las grandes empresas petroleras han recibido con entusiasmo la victoria de Trump, ya que probablemente congele las políticas de transición hacia energías más limpias implementadas por el presidente saliente, Joe Biden. Esto supone un retroceso en los compromisos globales para combatir el ya catastrófico cambio climático.

En el polarizado escenario actual, algunos celebran la victoria republicana como un triunfo de la derecha sobre la izquierda, haciéndose eco de los ataques de Trump hacia Harris, a quien tildó de "comunista". Sin embargo, el Partido Demócrata dista de representar a la izquierda tradicional. Aún queda por ver si Trump definirá sus alianzas internacionales basándose en afinidades ideológicas. Para América Latina, el tema migratorio probablemente sea su única prioridad en la región, una obsesión que parece dominar su enfoque hacia estos países.

En conclusión, la segunda administración de Trump se perfila como aún más autoritaria e incierta que la primera. Incluso colaboradores de su gestión anterior han advertido sobre su carácter impredecible y su idoneidad para gobernar. No obstante, la voluntad del electorado estadounidense se ha impuesto, reflejando, en cierto modo, el espíritu de su líder. Que este nuevo mandato sea para bien del país y del mundo.