Alguien me llama y me solicita resumir los hechos que viví el 17 de julio de 1980 en la sede de la Central Obrera Boliviana (COB) en el centro neurálgico de La Paz, sede del gobierno de Bolivia. Un grupo de nueve personas, entre ellos esta periodista -la única mujer- conseguimos escondernos en un cuarto de baño en el tercer piso.
            Mi primer testimonio al salir entre los charcos de sangre y el completo desorden fue ante Harold Olmos, corresponsal de la AP, acompañado por otro enviado especial de la prensa estadounidense. Ese mediodía quedó para siempre en mi recuerdo personal y en mi historia profesional. No deseo repetir los detalles de esos intensos momentos cuando la patria perdió a Gualberto Vega, Carlos Flores y Marcelo Quiroga Santa Cruz.
            En cambio, quiero insistir en la presencia argentina y extranjera en el golpe de estado liderizado por Luis García Meza, Luis Arce Gómez, con la complicidad de muchos militares, policías y dirigentes políticos simpatizantes de la flamante Acción Democrática Nacionalista (AND) del general Hugo Banzer.
            El régimen del general Jorge Rafael Videla no toleraba la consolidación del camino democrático que deseaban los bolivianos con la victoria de la huelga de hambre de mujeres mineras en enero de 1978. Con la apertura política, habían llegado a La Paz exiliados chilenos, argentinos, uruguayos que potencialmente podrían tener una cabeza de playa más cercana para la resistencia contra las dictaduras de sus propios países. Entre 1976 y esos días se intensificó el alcance del Plan Cóndor.
            ¿Quién organizó la llegada de paramilitares argentinos a Bolivia? ¿Qué militares bolivianos abrieron las puertas a uniformados extraños para que torturen a presos en el Estado Mayor? ¿Quién o quiénes eran la contraparte en las embajadas y en Buenos Aires?
A pesar de los años transcurridos y de los libros publicados sobre las dictaduras latinoamericanas no hay claridad sobre este episodio. Varios académicos investigaron sobre algunos nombres del terrorismo de estado y sus misiones continentales, pero no sabemos el detalle de los enviados a Bolivia. Una nueva biografía sobre Videla indaga más sobre la personalidad de este represor que sobre su influencia en países vecinos.
            Es preciso recordar igualmente la presencia de terroristas de altísimo nivel, alemanes e italianos y del grupo “Los Novios de la Muerte”, ligados a su vez con el comercio de la cocaína. El narcotráfico aparece en casi todas las decisiones de la dictadura de García Meza. La relación del Estado, los militares y los narcos no era nueva porque fue noticia durante el sexenio banzerista, pero entre 1980 y 1982 el Estado fue capturado. Era el huevo de la serpiente hamacado años después por el Movimiento al Socialismo (MAS).
            Las Fuerzas Armadas de Bolivia no han abierto sus archivos como corresponde a la normativa vigente, tanto a nivel de archivos (1976), acceso a la información pública (2005) y derechos humanos. La Comisión de la Verdad no consiguió entrar o recuperar los datos de esos nombres. Fue un aparato burocrático que permitió que funcionarios cubanos accedan a datos de bolivianos, en vez de esforzarse por esclarecer los hechos del 80.
            La presencia argentina en niveles de decisión de la política boliviana no es una relación de vecindad sino de subordinación. Algún día también Evo Morales deberá contar cómo y en qué lo apoyaban los Kirchner, especialmente Cristina. Hasta el momento no se conoce una evaluación de la Contraloría sobre el contrato del Ministerio de la Presidencia (Juan Ramón Quintana) y otros pagos millonarios con dinero público al periodista argentino Andrés Salari para que fabrique bulos contra la prensa nacional.
            La televisión oficial argentina, varios medios de prensa ligados al peronismo, fueron responsables de difundir mundialmente el sainete del 2019, coreando la narrativa de golpe militar para tapar la revuelta ciudadana contra la candidatura ilegal de Morales y Álvaro García Linera.
            Ahora es el turno del propio presidente argentino Javier Milei de escribir en sus redes sociales contra el presidente boliviano Luis Arce Catacora. Empleó palabras groseras, indignas de su posición. Como boliviana no puedo aceptar que un mandatario de otro país irrespete a su par boliviano. Son señales de la nueva política de comunicación del “lodo” con la cual el gobierno de Argentina intenta ahora confrontar a los latinoamericanos (y a los españoles).
            Sin tampoco olvidar la historia de las rebeliones independentistas. En este 16 de julio recordaba a los próceres potosinos que tanto sirvieron a la causa de Buenos Aires; el rol de la Academia Carolina de Charcas que formó a dirigentes del sur y la relación fraterna de guerrilleros del Alto Perú y sus pares de Salta. En cambio, los ejércitos auxiliares enviados por la Junta no tardaron en querer apoderarse de los bienes de la Casa de la Moneda. No dejaron buen recuerdo en la flamante República de Bolivia.
            Pese a ello, en los últimos años se alienta la idea de que fue Buenos Aires la clave de la independencia y no los libertadores que llegaron del norte. No faltan tendencias revisionistas favorables a la idea de la tercera propuesta de la Asamblea Constituyente de 1825 para anexar este territorio a Argentina. Hay que estar atentos. En vísperas del bicentenario de la independencia esas tendencias pueden ahondar divisiones regionales entre los bolivianos.