Lo que asfixia a la derecha boliviana no es el largo tiempo de una vida política errabunda, vacía de pensamiento y sin miradas propias del país que ambicionan gobernar. El fondo de ese extravío se explica en la carencia de una identidad propia y nacional y en el alejamiento casi natural de dos factores sustanciales que concluyen, inalterablemente, siéndoles extraños: las injusticias instaladas en la sociedad y su incomprensión de las formas construidas en el transcurrir de dos décadas de gobiernos social populares.

Agustín Tosco, aquel dirigente sindical argentino que tributó su vida, infatigablemente, por los derechos de las clases trabajadoras, protagonista determinante en la gesta conocida como el Cordobazo, (protesta obrero-estudiantil, acaecida en Córdoba-Argentina los días 29 y 30 de mayo de 1969, en oposición a la dictadura militar presidida por Juan Carlos Onganía) dejó un pensamiento y una reflexión de compromiso infinito: “…Hago lo que hago porque quiero a la justicia. Si bien yo nací en una familia de pequeños propietarios y no he experimentado la injusticia que sufre tanta gente, tantos trabajadores, sé que no sólo lucha contra ella quien la padece, sino también quien la comprende”. Sin una conciencia y comprensión de las injusticias que inciden determinantemente en la vida y dignidad de hombres y mujeres, no es posible transitar en búsqueda de soluciones, el camino de la demanda interminable y la urgente profundización de la democracia. El conservadurismo nacional padece una vez más de ello.

En noviembre de 2019 la derecha insustancial -los mismos que ahora presentan su esquema de unidad- y los de la radicalidad extrema articularon esfuerzos para componer, tras largos años de ausencia en la administración del Estado, la ofensiva antidemocrática. Los ejes discursivos utilizados, fundados en frases hechas como “recuperar la democracia”, “retornar a la libertad y la institucionalidad del Estado” y aquello del “fin del autoritarismo” solapaban la pretensión última: un desembarco en el Estado con fines de urgencias personales, siempre económicas y nunca en perspectiva histórica transformadora. El concepto de Estado no tenía sustancia ideológica, se simplificó exclusivamente en una mirada utilitarista de vaciamiento económico. No entendieron nunca lo que alguna vez Albert Camus expresó como una máxima de dimensiones inagotables en el tiempo y que aplica al interés por el poder: “Se trata de servir a la humanidad con medios que sigan siendo dignos en medio de una historia que no lo es”.

De espaldas a dos décadas de historia, construcciones y desencantos, la derecha insustancial ha desarrollado un imaginario de únicas intenciones: labrar el camino a las viejas lógicas del Estado noventista, esto es, una clase radical y dominante como única articuladora de la administración del Estado y sectores sociales y populares con representaciones marginales.

La ofensiva antidemocrática

Lo que la derecha insustancial hace en el país es cuestionar el Estado Plurinacional y las formas de inclusión social.  No trascienden la negación del país plural y diverso. Están convertidos de forma irredente en los representantes del sectarismo y la hostilidad sempiterna, lo dicen de forma clara cuando repiten “seré la garantía de que no vuelva el proyecto del MAS” desechando con soltura dos décadas de vida política intensa. Hoy, frente al proceso electoral de 2025 se mantienen como simple programa sustitutivo antes que alcanzar la categoría de constructo nacional.

El nuevo neoliberalismo de la derecha insustancial se exaspera con las formas social populares, las identidades y las maneras colectivas de comprender los derechos diversos. La ofensiva libertaria es la presencia del neoliberalismo impaciente, la exaltación de la libertad individual extrema y el desprecio por el progresismo, la justicia colectiva y las igualdades. Saben que deben propiciar la libertad ultraindividualizada para fragmentar el movimiento popular.

La paradoja mayor está en cuatro nombres más un presuntuoso, dicen expresar la unidad y el sentir de los opositores a lo social popular, hablan pobremente por encima del complejo entramado sociopolitico de nuestro momento. Unas voces de ceño arrugado, impostado, carentes incluso de fuerza marketera, que no les alcanzan a explicar el porqué de un sistema político desprovisto de legitimidad.

Son los cuatro más uno, los de la derecha insustancial que, con apenas un breviario político, han imaginado que el proceso electoral se puede resolver con el poder del dinero en la política antes que entender que corregiremos nuestro destino si decidimos caminar juntos. La Bolivia que necesitamos es el destino cambiado.