Hace casi un mes (04/10), escribí que el ex presidente fugado había “recibido un serio revés en su intento de incendiar el país que (…) no fue el primero ni será el último”. Lamentable acierto, aunque me faltó señalar que en la nueva oportunidad estaría más cerca de satisfacer su ansia piromaniática.

Esa situación es la que estamos viviendo ahora sin que aparezca, por lo menos mientras escribo esta columna, alguna fórmula de solución. Parapetado en el Chapare, sin importarle el país ni sus seguidores, Evo Morales miente descaradamente, dice y se desdice y da a entender que mientras no se le dé impunidad ante las acusaciones de estupro y se le habilite como candidato a la Presidencia el 2025 (y no sería nada raro que también exija que desde ya se le reconozca su victoria) mantendrá al país incendiado.

Sin embargo, hay una que otra variante que podría poner las cosas en su lugar. Una es su profunda cobardía ante el peligro. Siempre tiene abierta una puerta para fugar. En el caso del supuesto intento de arrestarlo o eliminarlo, mientras Morales construía su relato sobre el suceso haciéndose al mártir, su principal áulico, Juan Ramón Quintana, pedía que la comunidad internacional garantice su vida. Fue tan grosera la posición que tuvieron que desmentirlo asegurando que Morales no pensaba volver a fugar…

La segunda, que Morales ha perdido buena de su apoyo social y electoral a nivel nacional, especialmente de sectores de clase media y emergentes, a los que afecta de sobre manera su política de bloqueo. Geográficamente su fuerza se concentra en el Chapare, donde, empero, surge una duda: lo respaldan porque lo quieren o porque es una garantía para el desarrollo del principal rubro de producción de la zona y las cadenas comerciales que genera.

Tercera variante: las reacciones de sus socios del Socialismo del Siglo XXI y del Grupo de Puebla no se han traducido en un respaldo contundente. Los más difundidos han sido, uno, al inicio del conflicto proveniente del Grupo de Puebla, que no ha vuelto a pronunciarse, y de la ex mandataria argentina Cristina Fernández quien, a su vez, se encuentra en capilla pues pronto su sistema judicial puede sancionarla, en última instancia, por corrupta. Es que la solidaridad tiene un límite: una cosa es cuando se acusa de delitos de corrupción o sedición, y otra que la acusación sea por estupro, que es el caso de Morales.

(Un paréntesis: es pertinente anotar que en todas las corrientes ideológicas hay mayor tolerancia cuando se trata de mal manejo de los recursos del Estado. En este tema, bien vale aquello de que quien esté libre de culpa lance la primera piedra…)

Así, a estas variaciones sobre el mismo tema, que incluyen a los “autoprorrogados” del Tribunal Constitucional que siguen dando golpes a la democracia sin que nadie los detenga, a los miembros de la Policía que no pueden ni quieren cumplir su misión constitucional, a los asambleístas que no pueden salir de su rutina burocrática y convenienciera, sólo se puede agregar que la tensión aumenta, como lo hace la crisis.

En esta ruta, se puede prever que, si en los próximos días no se vislumbran posibles soluciones, el descontrol será total, lo que tendría consecuencias imprevisibles de violencia.

¿Seguiremos observando ese recorrido sin hacer nada?